Capítulo II

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Cuando la música entra en uno, el paso de cada mañana se vuelve diferente. Laura se despide con un saludo al aire. Sus piernas se dirigen a la tienda de la esquina, continúa con su rutina diaria. Comer un cuerno de chocolate, cuyo líquido cae y pringa todos los dedos. De postre, quemará una nube mullida de caramelo, y seguirá con la melodía inundando su cuerpo.  

El frío le ha puesto la nariz roja y las manos aguardan en los bolsillos esperando que llegue la primavera. Laura coloca su mochila en el lado derecho de su hombro y comienza a andar subiendo la Gran Vía. En la espalda se clava el compás y el pico del estuche metálico le va rozando los riñones. Pero hoy las cuestas se suben con más brío. Los edificios puntiagudos gritan su nombre, estos tocan el cielo con sus puntas haciendo cosquillas al aire. El techo está plomizo, parece que se va a caer. Laura mira todo con su gorro de lana, y se hace la dueña de la calle. En su interior, la música golpea sus teclas. Gritan su nombre, y vuelve el silencio. Son caballos galopando por dentro, alguno se desboca y ella lo frena. Ha aprendido a domar con sus riendas todo aquello que le daña. Deja un lado el Hotel Plaza donde entra y sale gente con sus maletas y los taxis abren sus puertas transportando a los turistas.

—Taxi —grita una señora rubia con un bolso de color cereza.

Madrid está en blanco y negro, se acerca el invierno, hace un día gris, como un daguerrotipo. Ha comenzado a chispear, debe darse prisa para llegar a casa, dejar los libros y comenzar a estudiar algo de materia para el día siguiente si no quiere que le queden asignaturas para septiembre.

Los edificios gigantes al lado de la pequeña marcan la cúspide del cielo, como lo hacen también los rascacielos de Manhattan. Uno a veces no ve lo que tiene tan cerca y, sin embargo, sueña con cruzar el charco y ver otros edificios quizás construidos por parientes de los nuestros.

Un limpiabotas da brillo a los zapatos de un guiri escocés, mientras charla con un inglés de forma animada, y le comenta que el reino de Escocia fue un estado independiente hasta 1707, y que tienen dos banderas: la del león de color amarillo y las de las rayas azules, mientras el inglés pone gesto de cansado, y el limpiabotas escupe de nuevo en su bota de charol y continua dando brillo.

—Hoy parece que va a llover, hay que coger paraguas, señores —dice con voz risueña el joven limpiabotas.

Cuando sube la Gran Vía, ve enfrente del edificio de Telefónica a los hermanos Gemelos Alcázar, que la piropean sin cesar, son los hermanos heavis de pelo largo oscuro, conocidos por todos los que alguna vez han paseado por la red de San Luis, que van embutidos en sus pantalones de cuero, que son un emblema de la misma. Pasan sus tardes en la puerta de Madrid Rock, la tienda de discos, donde Laura compró su primer CD de Wham. Apoyados en la barandilla, ven pasar a gente que van a comprar sus vinilos y charlan con ellos animadamente.

Laura vive justo al lado del Café Chicote, inaugurado en Madrid en 1931 por Perico Chicote. Por él pasaron monarcas, artistas, toreros, hasta se habló que en plena guerra civil era un café para el contrabando de penicilina, podíamos comparar ese café con el café de Doña Rosa que ya Cela recreaba en La Colmena.

Siguen entrando y saliendo personajes variopintos de aquel mítico café. El abuelo de Laura era amigo íntimo del dueño, y siempre inculcó a su nieta la idea de que si alguna vez trabajaba en hostelería, siempre tratara a los clientes como lo hacía el bueno de Perico, siempre con una sonrisa e informándose de toda la actualidad para que los clientes pudieran sentirse a gusto.

Laura con su cartera de colegio y su aire desenfadado siempre saluda a los camareros del café con una gran sonrisa, es una zalamera. La conocen desde que nació, por eso siempre que la ven la invitan a entrar y tomarse un batido de vainilla, pero ella siempre niega la invitación.  

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⏰ Last updated: Nov 06, 2013 ⏰

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Sinfonía de silenciosWhere stories live. Discover now