III

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Pasada media hora y sintiéndose ya abatido por la dura jornada nocturna, Seb se levantó de su asiento seguido de cerca por el hechicero. Los otros tres comenzaban su jornada laboral en apenas un cuarto de hora, así que el grupo al completo emprendió la vuelta al campamento base. La marcha se hizo bastante amena gracias a que Rêhbin decidió narrar sus experiencias iniciales en la academia de Larhunen, los métodos de selección, la gran competencia habida y por haber, y el excesivo descarte que llevaban a cabo las Cinco Serpientes, la cámara alta de la escuela de hechicería constituida por un archimago y cuatro integrantes de cualquiera de las otras subescuelas, a saber, un conjurador, un evocador, un ilusionista y un nigromante. Todos ellos eran elegidos mediante votación por los alumnos, pero solamente los magos que poseyeran su licencia podían nombrar al archimago. Según Rêhbin, fue gracias al ilusionista la razón de su admisión en la escuela, al comprobar las maneras de manifestar su supremacía frente a sus oponentes mediante la proyección de engaños y apariencias.

Ya en el campamento, Seb y el joven aprendiz separaron sus pasos de los demás hacia los barracones, situados en la zona oriental del campamento. Allí solían hacer vida paladines y milicianos por igual, excepto cuando estaban de guardia o decidían realizar una escapada. Por el camino Travis les salió al paso sorprendiéndoles, sin advertir que su figura se acercaba con ligereza por su izquierda. No fue necesario más que una seña para sugerir al novicio que le esperaba en su tienda bajo la torre. Y sin nada más que objetar, giró como un rayo para subir por la pequeña pendiente. Seb observó perplejo cómo se alejaba, y después a Rêhbin; éste encogió los hombros reanudando la marcha.

Los barracones habían sido levantados en piedra y madera libre de ventanas en todas sus caras. Solo las aspilleras colmaban las paredes por los cuatro costados tanto a lo largo como a lo ancho. A pesar de que la defensa principal del campamento residía en la muralla forestal que los rodeaba, los barracones se edificaron con una idea protectora para ofrecer mayor resistencia ante cualquier asalto, semejante a un pequeño baluarte. Su contorno lo constituía una angosta pero profunda excavación, lo suficientemente espaciosa como para que nadie alcanzara el otro extremo de un salto. Pocas oportunidades albergaría el susodicho si su intención era mantener su vida a salvo.

Además de la pareja de guardias que custodiaban el portal desde la garita exterior anotando quién salía y entraba, un sistema de poleas izaba sin mucha brega la pasarela impidiendo el acceso a los rivales en un abrir y cerrar de ojos. En aquellos instantes se hallaba abatido; les tomaron nota permitiéndoles el paso a través del umbral. El rastrillo comenzó a elevarse a la vez que un estruendoso martilleo producido por las cadenas resonaban en el breve pasaje que se abría a continuación. Rêhbin atendió a todo tipo de detalles, reparando en el matacán con temeridad, como si de un momento a otro fuera a desbordarse por sus aberturas un mar de aceite hirviendo. El corredor, un estrecho pasillo que no albergaba a más de tres personas de ancho, también estaba provisto de saeteras, la última defensa antes de llegar a las estancias principales. Tras un portón de madera que en ese instante se hallaba abierto, encontraron un hall muy amplio del que procedían cantos y música. El centro lo coronaba una gran estatua del dios Kabôpil y a su espalda crepitaban las brasas en el hogar. El lugar era frío y tétrico, con paredes desnudas que evocaban más a una mazmorra que al cuartel general, al igual que la superficie, pavimentada en su gran mayoría pero harto deteriorada, con zonas peligrosas debido a las baldosas sueltas; más una trampa que suelo firme, bailaban al son de quien no dominaba aquel tablero de ajedrez. Si a ello se le agrega que la oscuridad inundaba sus salones, pues aquello se convertía en una encantadora aventura. Por suerte, un ejército de inmutables candelabros transformaban la lobreguez del lugar en algo más acogedor, ya que la escasa luz solar solo se aventuraba a alcanzar el umbral de la puerta, excepto por las aspilleras y muy vagamente.

Ciudad en llamasWhere stories live. Discover now