IV

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Todos los soldados del campamento se habían apiñado formando un cuadrilátero ficticio cerca del cuartel mientras vociferaban decantándose por uno u otro competidor. Pero no fue eso lo que verdaderamente sorprendió a Seb, sino los arreglos que habían llevado a cabo para convocar aquel duelo. Si no lo viera no lo creería, pero era como si llevaran organizándolo días, conocedores de la llegada de Martin al campamento y, por lo tanto, Travis, el líder de todos ellos, en quien debían confiar, a quien debían respetar y tomar sus decisiones de forma sensata, estaba también en el ajo. Al joven le recorrió la cólera por su interior. No bastaba con lo que había soñado; era mejor perder la atención con espectáculos burlescos como los que estaba a punto de presenciar, teniendo por seguro que eran propensos a sufrir un ataque a corto plazo. Todos lo sabían, o al menos creían lo que les decían, pero les entraba por un oído y les salía por el otro, cosa que perjudicaba tanto a él como a todos ellos.

Para más inri, cuando Seb alcanzó uno de los flancos, observó cómo Fredir, el tesorero y administrador, anotaba nombres y cantidades en una tablilla. Estaban haciendo apuestas con sus pagas. Y ahí no acababa todo. Brocum, un tipo muy mayor, por no decir anciano, el más veterano con diferencia del campamento y que acompañaba a Travis a todas partes como si fuera su consejero, había establecido unas reglas para que ninguno de los dos pudiera sufrir las consecuencias del otro. Vamos, para que salieran vivos. Seb se dio la vuelta y con estas palabras se despidió de Aigarr:

—Voy a vestirme. —La situación con toda la amalgama de acontecimientos vividos en el sueño lo habían puesto de muy mal humor—. Avísame con cualquier cosa.

—No lo dudes.

Aigarr desapareció entre la muchedumbre a la vez que anunciaban que el combate daría inicio de un momento a otro. Seb caminaba cabizbajo y a paso ligero hacia los barracones, pues cuanto más lejos estuviera de allí mejor. Hasta los guardias que normalmente formaban a la entrada habían desaparecido. El cadete cogió aire, suspirando, pues ese destacamento era parte de sus hombres, que recibían órdenes directas de él, pero si Travis había decidido dar el día libre a todos, como paladín de primera no le quedaba más remedio que morderse la lengua.

Cuando fue a atravesar la pasarela, notó algo tras él que activó sus sentidos, advirtiendo que alguien lo seguía. Realizó un giró rápido e inesperado para que no le pillara desprotegido; se encontró a Vilkos de frente, apuntándole con las palmas después del sobresalto, aunque sonreía.

—Tranquilo, esperé a que despertaras, pues necesitaba hablar contigo.

—¿Qué quieres? —contestó reanudando la marcha—. Tengo asuntos más urgentes que atender, y tampoco es mi deseo morir de frío aquí afuera.

Vilkos lo siguió como una sombra. Era más alto que él, de largas patas, no musculoso pero sí se le notaba el entrenamiento. Sus manos en cambio, no eran nada toscas, más bien las adecuadas para su profesión. Gozaba de un rostro inocentemente juvenil que algunos no encajaban bien, y la oscuridad de su cabello ocultando media cara provocaba una opacidad en su interior que provocaba desconfianza.

—¿Qué vamos a hacer con el mago? —Acababan de ascender a las estancias del primer nivel cuando aquella pregunta pilló bastante desprevenido a Seb. No contestó al instante. Se dedicó a ordenar un poco su cama para acto seguido enfundarse el uniforme.

—Travis se encarga de ese asunto, no yo —aclaró—, por mucho que me haya ordenado no quitarle el ojo de encima.

Aquella respuesta, por alguna razón, no gustó mucho a Vilkos. Se detuvo pensativo un rato con las ganas de escupir lo primero que le viniese a la mente, pero por suerte giró sobre sus talones y descendió hasta perderse el sonido de sus pasos.

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⏰ Last updated: May 19, 2017 ⏰

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Ciudad en llamasWhere stories live. Discover now