Stigma

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El ruido de las patrullas dejó de molestarme en algún punto, pero las luces rojas y azules lastimaban mis ojos cada vez que se posaban en mi rostro

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El ruido de las patrullas dejó de molestarme en algún punto, pero las luces rojas y azules lastimaban mis ojos cada vez que se posaban en mi rostro.

No era el lindo final que esperaba, con las manos entumecidas por las esposas, un arma pegada a mi costilla y un hombre empujándome, camino hacia el interior de un auto. Siendo observado por vecinos, desconocidos y hombres de la policía, así como investigadores. Sí, me sentía como un animal del zoológico.

Estos hombres que he mencionado, se encargan de rodear una casa con una cinta amarilla, tomar cientos de fotografías igual que los reporteros que por fuerza quieren ver mi cara; y por último... Cubrían un cuerpo sobre una camilla.

La luna era humillada por las oscuras nubes que con trabajo podían verse en el oscuro cielo.

—Tienes derecho a guardar silencio, así como de llamar a un abogado.

Lo siento empujarme con brusquedad y termino apartándolo en un intento de golpearlo, pero las esposas me detienen.

No recuerdo con claridad el viaje hacia el interrogatorio, mi mente se mantiene en blanco, siendo aturdida por el constante masticar del conductor y su goma de mascar, así como el desesperante toser del oficial a su lado. Las luces de la ciudad, al menos, lograban tranquilizarme.

Un cuarto obscuro y pequeño era todo lo que tenía por descanso. Solo hay un foco colgado sobre mi cabeza y uno más ante mí, reflejando mi rostro. Poniendo una gran presión inexistente y solo logrando irritarme.

Un oficial gordo y poco agraciado entra a la habitación con una cara de pocos amigos, se sienta ante mi y me mira con una mueca.

—¿Nombre? —habla el oficial con la mirada fija en su computadora. Lleva un traje desgastado, está desesperado por acabar con esto de una vez pues golpea con su pie el suelo varias veces.

Hay una cámara a su lado y está en mi dirección, dispuesta a usar cualquier acción mía en mi contra, claro, si llegaba a ser necesario.

En la única puerta del cuarto hay un hombre alto, uniformado y viejo, que ya se había quedado dormido y cabecea suavemente.

—¿Nombre? —insistió el oficial con disgusto.

—Kim Taehyung —murmuré.

—¿Edad?

—Veintiuno.

—¿Padres?

Me acomodo en mi asiento haciendo sonar mis esposas contra la mesa y hago una suave mueca, casi como una sonrisa burlona.

—No tengo nada como eso —respondo.

Termina de teclear mi última respuesta y toma una botella de agua del suelo, abriéndola con pereza y masticando algo inexistente, demostrando todo su desinterés.

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