La pieza del rompecabezas

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  Había llegado el mes de julio. El calor se instaló en nuestra pequeña ciudad a orillas del mediterráneo. El colegio no había vuelto a abrir sus puertas y las vacaciones de verano le hicieron cerrar definitivamente. La inseguridad se palpaba en las calles, en las plazas y en el mercado, cada vez más palpable.
La policía todavía no tenía ninguna pista del asesino de la familia de Chris. Las noticias sobre ella eran muy positivas, las autoridades seguían buscándola, pero ya nadie creía que volviera a aparecer.
Durante nuestros paseos, yo presenté a mi primo André a todo el mundo y...nadie sospechó. Ellos tan solo veían a dos chicos correr, jugar a la pelota y pelearse, como dos chicos habrían hecho. Si se hubieran fijado, podrían haber sospechado del extraño comportamiento de uno de ellos. Nunca se quitaba la camisa, a pesar del calor asfixiante de las tardes y tampoco iba nunca a nadar a la laguna, donde todos los chicos de la ciudad solían acudir y bañarse tal y como vinieron al mundo. Resultaría extraño, si la gente se hubiera fijado en ello, pero todos tenían mejores cosas en que pensar que en un par de chicos extravagantes.
Lo que nunca hicimos fue frecuentar el barrio donde Chris había vivido. Allí la gente podría reconocerla. Sus ojos seguían siendo iguales, su voz no había cambiado mucho, aunque ella trataba de volverla más ronca y su físico era el mismo. A pesar de ir vestida con mi ropa vieja, como un chico, si te fijabas con detenimiento podías advertir ciertas cosas que la diferenciaban de un varón. Sus movimientos no eran del todo masculinos, sus rasgos eran bastante suaves en comparación con, por ejemplo, los míos, mucho más angulosos y estaba el problema de sus atributos femeninos, podía pasar desapercibida si nadie se fijaba en exceso.
La dulzura de sus rasgos, sus largas pestañas, el dibujo de sus labios, eran imposibles de ocultar. Si alguien buscaba encontrar a una chica, lo hubiera logrado, básicamente porque era una chica y la ropa y el pelo corto no eran suficientes para ocultarlo.
La solución estribaba en no frecuentar zonas donde alguien pudiera reconocerla. La ciudad era grande, aunque el mundo, como se suele decir, era un pañuelo.
Fue la primera semana de julio, cuando tropezamos sin querer con alguien que Christine había conocido, y mucho: Johann Kaufman, el librero.
Chris se quedó helada cuando le vio bajar de un automóvil a escasos metros de nosotros. Ella se volvió rápidamente y me cogió del brazo para que yo también me apartase, pero el librero ya se había fijado en mí y me reconoció, llamándome por mi nombre.
—¿Pedro?
Me volví y acudí a saludarle, Chris se quedó donde estaba, con el corazón en vilo y esperando que no la reconociese.
—Hace mucho tiempo que no nos vemos, Pedro. Desde aquel día que salías de casa de tus amigos...¿Tuvo que ser muy doloroso para ti?
—Sí —dije, tratando de acabar pronto con aquella peligrosa conversación.
—Paul asesinado —continuó Johann —, sus padres, muertos los dos y Christine, esa dulce niña, desaparecida, quizás muerta como el resto de su familia. ¡Que terrible desgracia!
—Terrible, sí. Lo siento señor Kaufman, pero tengo que irme.
—Veo que te acompaña tu primo. He oído hablar de él. Es una suerte que llegara justo en aquel momento en que perdiste a tus amigos. ¿Por qué no me lo presentas?
—Otro día, señor Kaufman —dije comenzando a alejarme —. Mis padres nos esperan. Adiós.
Eché a correr y Chris me siguió. No creía que le hubiese dado tiempo a reconocerla, aunque tampoco estaba seguro del todo.
Era lo malo de vivir en la misma ciudad, tarde o temprano acababas por encontrar a personas conocidas.
—¡Menudo susto! —dijo Christine cuando nos habíamos alejado varios cientos de metros —¿Crees que me habrá reconocido?
—No lo creo, estabas bastante lejos... Hacía demasiadas preguntas, ¿no crees?
—Solo era curiosidad. Sabía que tú eras amigo nuestro...
—¿Qué sabes de él?
—Según nos contó, es viudo. Emigró de Alemania en mil novecientos treinta y nueve, justo antes de comenzar la guerra, cuando su país pasaba por ciertos cambios que a él no le gustaron. Vino a vivir a Francia y se estableció aquí hará unos cinco años. Eso es todo lo que supimos de él, más o menos. Es una buena persona, Pedro. A mí siempre me trataba muy bien...Solo porque sea alemán...
—No es solo eso, André —A la fuerza de repetirlo, casi me había acostumbrado a llamarla así, además evitaba muchos problemas —, llámalo intuición.  

  

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Tal vez el último verano (Terminada)Where stories live. Discover now