Capítulo 2

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El sol de ese día ya se había asomado completamente y la neblina que envolvió sus cuerpos cuando salieron de la casona se disipó lentamente, según Bina el pueblo no quedaba muy lejos, pero caminaron bastante para poder siquiera llegar a divisar algo que denotara presencia humana, sus pasos iban siendo marcados por el camino de tierra bajo sus pies, a cada paso que daban las voces se hacían más fuertes, en ese lugar parecía haber bastante movimiento, aunque realmente no parecía ser demasiado grande. La muchacha durante todo el camino le fue hablando que cerca del poblado había algunas granjas no muy grandes, se emocionaba al contarle a Azael sobre las personas con las que alguna vez había entablado conversaciones, pero por lo que la joven de ojos verdes recordaba; ella no era de ahí, seguramente provenía de algún lugar más lejano. Las casas empezaban a mostrarse a su vista, la mayoría eran bastante similares, algunos niños de vestimenta sencilla jugaban con un perro que no paraba de ladrar y pasar su lengua por el rostro de los pequeños.

—Detesto esto —murmuró Azael con intenciones de que solo su acompañante lo escuchara—. ¿Siempre son tan ruidosos?

—Amo Azael, el señor Ediel me dio claras instrucciones de que usted debe acostumbrarse a esto —la delicada voz de Bina hizo que su mente viajara a los recuerdos de cómo había sido su existencia en tiempos muy remotos—, usted casi nunca sale de su habitación.

Una mueca de desagrado se formó en el rostro del ángel caído, ella posiblemente estaba vigilando sus movimientos, lo que menos quería era tener proximidad con una humana, Bina era muy parecida a la mujer con la que había cometido pecado; alta, de piel blanca como la leche, un rostro delicado, ojos claros y de cabellera dorada como el sol. Nunca habían tenido proximidad como tal, cuando la niña era más joven le enseñó a leer, luego de eso no tenían mayor contacto, era una muchacha de grácil andar, callada y bastante dedicada a las labores que ella misma se había impuesto en el refugio, Ediel consideraba correcto que la niña consiguiera un esposo, la consideraba en edad de aquello, pero Azael no consideraba que las costumbres humanas debieran aplicar para ella, Bina sabía demasiado y no se arriesgaría a que se lo fuera contando a todas las personas que conociera a lo largo de su vida.

—Huela —aquella simple palabra sacó a Azael de sus pensamientos, la muchacha le había acercado una manzana roja y brillante a la nariz.

—Delicioso —fue lo único que atinó a decir el ángel caído ante el embriagante aroma de aquel fruto, deseaba llevar de aquello a su refugio, entonces le tendió dos monedas a la muchacha, lo único que siempre había sabido era que los humanos se movían a través de esas pequeñas cosas—. Quiero que llevemos bastantes, a Ediel le agradará la sorpresa.

Bina se encargó de comprar bastantes de aquellas manzanas que habían agradado a su amo, las iba metiendo en un saco de tela que había llevado consigo por si se daba alguna de esas situaciones. Azael concentraba su mirada en los deliciosos frutos que ya ansiaba probar, cuando un carruaje ingresó repentinamente a esa calle, se detuvo frente a una de las casas más grandes de por ahí, la puerta de la carroza se abrió y empezó a bajar una mujer de cuerpo bastante robusto, piel clara y cabello castaño peinado de una extraña manera, cubierta con un vestido aparatoso, sus diminutos ojos miraban con desprecio a la gente que pasaba cerca, sus gritos autoritarios no paraban de dar órdenes a quienes bajaban su equipaje.

—¡Qué humana más horrenda! —exclamó Azael sintiendo como el estómago se le iba revolviendo ante la actitud y apariencia de esa mortal.

—Posiblemente es la esposa de algún comerciante que tuvo éxito —habló la joven que lo había llevado a ese lugar—, no le preste atención hay bastantes personas que son así.

—Los humanos siguen siendo desagradables.

Continuar un recorrido tranquilo luego de eso iba a ser algo difícil, las nubes se movían lentamente en el cielo, la gente pasaba, algunos más rápido que otros, Bina había insistido en que antes de marcharse pudieran comprar una esencia aromática que ella acostumbraba usar, según decía, la hacía sentir importante, aunque para los dos ángeles caídos que la habían acogido no era más que un sutil aroma a limón, la muchacha ya con el pequeño frasco entre manos pudo decir finalmente que estaba de acuerdo en que se retiraran. El camino hacía el bosque era silencioso, habían dejado atrás las voces humanas, el ruido de un pequeño poblado al que Azael no esperaba volver, las mujeres observándolo con intriga era lo que más le había molestado, llegó a pensar que por sus rasgos físicos en parte llegaba a desentonar en ese lugar, a pesar de su piel pálida y ojos grises como las nubes de una tormenta no había visto a nadie más con cabellera negra como la suya, intentaba clavar en su mente esa idea para no llegar a imaginar que las jovenzuelas de aquel pueblo lo miraban con lo que los demonios acostumbraban llamar «lujuria».

Azael: La condena ©Where stories live. Discover now