Capitulo 1

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El sicario Hassan Beliman bordeó la gabarra vivienda y fumó en la oscuridad hasta que el automóvil paró su motor en el aparcamiento del puente Alejandro III. Tiró la colilla al Sena y se pegó a la gruesa jamba de entrada a la embarcación como una serpiente a una rama esperando su presa. Desde allí pudo oír el sonido de las portezuelas del vehículo al cerrarse y las zalamerías babosas de un hombre hacia una mujer. Ella rió, pero después, arrastrando palabras empapadas por el alcohol y la edad, le rogó que la dejase en paz. El hombre se fue trastabillando de vuelta al aparcamiento, puso de nuevo el coche en marcha y se perdió en dirección a la explanada de los Inválidos entre vaharadas de lluvia. Una vez sola, la mujer taconeó hacia el embarcadero y rebuscó las llaves dentro de su bolso. Era el momento y la oportunidad que el sicario esperaba desde hacía días. Salió de su escondite y se mostró ante su víctima.
—¿Qué...? —preguntó ella dominando la sorpresa inicial, con una mueca de desprecio infinito. Fueron sus últimas palabras y su última pose. Un minuto después la corriente del Sena engullía los pliegues azules de su vestido de diseño como las alas de un ángel caído.

Con el trabajo hecho, el sicario subió al parque sobre el río. Era la hora del ishá, de la última oración del día, la quinta. Buscó un grupo de árboles que formasen algo parecido a la hornacina del mihrab, se descalzó, abrió su cartera de cuero, extrajo una pequeña esterilla y la extendió con cuidado sobre el césped. Después se sentó sobre sus talones y oró pidiendo perdón a Alá por sus muchos y muy aberrantes pecados.

Gloria a Ti, Señor. A Ti la alabanza.
No hay más Dios que Tú.
A Ti pido perdón, Señor, a Ti me convierto.
Perdóname y vuélvete hacia mí...

Tú eres misericordioso...

Haz de mí un siervo paciente y agradecido.
Concédeme que me acuerde de Ti
y Te nombre con frecuencia,
que mañana y tarde ensalce tu alabanza.

Nada más finalizar la oración una luz prendió en el interior de otra gabarra cercana. Pero nadie podía verle desde allí.

—No te preocupes, Hassan —se citó a sí mismo el sicario—. Será lo que la voluntad de Alá quiera que sea.


KatouchaWhere stories live. Discover now