Madrid a las 4.

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Es verano y es Madrid. El calor es seco y sofocante. Por suerte para Raoul, su piso cuenta con aire acondicionado (que no usa demasiado para evitar que la voz se le quede tocada) y unas grandes ventanas por donde entra aire y poco sol.


Es una tarde de verano cuando, sin camiseta y en pantalones de estar por casa, las ventanas abiertas de par en par y algún pájaro cantando cerca, saca su libreta y empieza a escribir. Sabe lo que quiere decir en esa canción que tanto tiempo lleva rondándole por la cabeza, pero no sabe cómo volcarlo al papel.


Anota palabras sueltas, sin sentido ni orden. Algunas se las inventa, otras simplemente las anota por lo bien que suenan, a pesar de no saber qué significan.


También reescribe las que un adormecido Agoney había dejado escritas esa mañana, antes de abandonar la cama y salir a trabajar. La noche anterior, Raoul se había quedado dormido con el boli entre los dedos y la libreta abierta en la cama. No había escuchado ni la llegada de Agoney, quien había cenado fuera, con amigos.


Escucha las llaves y, de manera inconsciente, se muerde la sonrisa. Todavía siente un revoloteo en el estómago cuando Agoney entra por su puerta como si también fuera suya... como planean que sea cuando el canario decida dejar atrás su tierra, su casa, su gente. Raoul entiende lo complicado que es para su chico, pues lo han hablado (y discutido) en más de una ocasión, así que se conforma con escucharle entrar con su propia copia de llaves cuando decide pasar unos días en la capital.


- Qué calor – se queja nada más abrir la puerta.


- Buenas tardes, amor – ríe Raoul.


- Buenas tardes – se acerca al sofá y se agacha para dejarle uno, dos y tres besos en sus labios. - ¿Trabajando?


- Intentándolo. Hace mucho calor.


- ¿Quieres salir un rato?


- Mmm.. más tarde, ahora estarás cansado. ¿Qué tal el rodaje?


- Bien, nos quedan las últimas tomas de neón con los bailarines y acabamos – sonríe satisfecho y se sienta a su lado, pasando un brazo por encima de sus hombros.


Raoul se deja abrazar y se inclina hacia su cuerpo para dejarle un sonoro beso en la mejilla.


- Estoy muy orgulloso de ti, lo sabes, ¿no?


Agoney le mira y le cree. No es difícil creerle, no cuando siempre lleva la verdad en sus ojos. Agoney siempre ha dicho que los ojos de Raoul dicen más que sus labios y siempre le ha parecido todo un arte. Son su poema favorito, al fin y al cabo.


Asiente y le deja un beso en la frente.


- Bueno, dime, ¿qué tramas? Llevas desde ayer trabajando en esa letra y la libreta sigue medio vacía.



- Medio llena, Ago, medio llena – ríe el menor. – Quiero escribir algo muy metafórico.

1:22 (ONE-SHOTS RAGONEY)Where stories live. Discover now