Ceadhroich 1

708 25 18
                                    

Se levantó tambaleándose en la arena mojada. Escupiendo agua y sal. Sin saber si el aire que intentaba desesperadamente inspirar llegaría a sus pulmones. Se dobló sobre sí mismo para vomitar, pero apenas si consiguió expulsar nada. Permaneció así un buen rato, esperando a que la debilidad pasara y maldiciendo a los Tres, al Supremo, a U'nigh y a los demás dioses de los que alguna vez había oído hablar. Odiando con cada fibra de su ser al mar, las tormentas y sobre todo a los malditos barcos.

Empezaron a sobrevenirle escalofríos. El sol seguía oculto tras una capa gris de nubes sobre unas escarpadas colinas hacia el oeste y él estaba completamente empapado. Se volvió hacia el océano, que seguía agitado y enfurecido. Mar adentro caía una cortina de agua, descargada desde un cielo prácticamente negro.

―De todos los lugares del mundo, he tenido que naufragar frente a estas costas ―murmuró el hombre entre dientes―. Cualquiera diría que los dioses quieren joderme hasta que al fin crea en ellos.

Empezó a caminar playa arriba, donde se veían más restos del Gloria de Esachal, la galera que hasta hacía apenas una hora lo llevaba a Eltar. Habían estado siguiendo la línea de la costa y luego las islas Filoriente. El cielo había sido, como durante estos últimos días, como un prístino lienzo azul con un disco de oro que se movía a través de él. Sin embargo, los plácidos y soleados días de principio de verano podían ser traicioneros. La tormenta se formó con una rapidez pasmosa y los encontró atravesando las últimas islas Filoriente. La inexperiencia y la borrachera del capitán hicieron el resto. Insistió en seguir navegando entre las escarpadas islas y traicioneros bajíos, creyendo que llegarían a la costa que se divisaba al norte antes de que la tormenta estallara con toda su furia. Se equivocó.

El superviviente fue esquivando, con pasos que cada vez eran más firmes, todo lo que el mar iba escupiendo casi con indiferencia. Vio barriles, un trozo de la quilla, algunas de las sedas varagi que la tripulación había soñado con vender a buen precio, fardos de lona que envolvían otras mercaderías y cadáveres. Este era el segundo naufragio que veía en su vida, el primero había sido durante la guerra en Tarkesia, pero no se le olvidaban aquellos cadáveres abotargados e hinchados sobre la arena. Claro que este naufragio era tan reciente, que los cadáveres aún tenían una inquietante apariencia de vida. Vio al contramaestre, un huraño hombre de Amiarel, tendido boca abajo en la arena. Más allá las olas golpeaban rítmicamente los pies de Turol, el enorme marino que se jactaba de tener sangre fynnaria corriendo por sus venas. Al ver la gran brecha que le hendía la cabeza, el superviviente pensó vagamente que su sangre le parecía tan roja como la de cualquiera.

El sol volvió a salir por entre las nubes mientras un trueno lejano retumbaba sobre el océano. El hombre sonrió con amargura mientras observaba el pesado anillo de oro que descansaba en el dedo corazón de su mano derecha. La esmeralda engastada en el metal, cortada en forma de óvalo, le pareció un ojo burlón que le devolvía la mirada.

―Las hijas de Moradh son como las tormentas de verano ―canturreó con los verdes ojos perdidos en ensoñaciones―. Su furia aparece sin heraldos que la anuncien y antes de que te des cuenta te han hundido. Y yo he tenido la inmensa suerte de sufrir a las dos...

Calló cuando le pareció ver movimiento más adelante. Se acercó para descubrir el cuerpo de Ordeth boca abajo en la arena, medio cubierto por un montón de algas. El muchacho, de unos veinte años no se movía. Cuando se detuvo a su lado una gaviota salió volando tras las algas, con un chillido que le puso la piel de gallina. El superviviente suspiró. Ordeth era el heredero de la casa Rivatar. Su padre, el hombre que durante este tiempo le había acogido y empleado, se llevaría un duro golpe al enterarse. Desde luego, el chico no se merecía esta muerte ni que las aves y los cangrejos acabasen con sus restos. Se merecía un entierro digno.

CeadhroichWhere stories live. Discover now