Ceadhroich 2

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Volvió a despertar cuando le derramaron un cubo de agua por encima. Abrió unos ojos hinchados, sintiendo el sabor metálico de la sangre en su boca. El cuerpo le dolía de la cabeza a los pies. A pesar de lo que decían los sabios carmesíes varagis con los que había tenido el honor de tratar estos dos últimos años, uno nunca se acostumbraba al dolor. Como mucho podía aspirar a ignorarlo momentáneamente, sin dejar que se apoderase de tus pensamientos. Eliminarlo del todo era imposible porque ser humano significaba sufrir. Esa fue una lección que comprendió sin esfuerzo alguno.

Frente a él estaba Nichtad, con una herida a medio curar en la sien, y tras él otro moradheano, que en contraste era delgado y bajo. Tenía un rostro anodino y una mirada apagada que contrastaba con los ojos rebosantes de energía y odio de su compañero. Se llamaba Udclain. Aunque no pegaba tan fuerte como Nichtad, sí lo hacía más de lo que su físico sugería en un primer instante. Sin embargo, la mayor parte de los golpes se los había proporcionado el hombre corpulento que había acudido a la cabaña del sacerdote.

Seguía sujeto por grilletes en brazos y piernas. Las cadenas que lo aprisionaban bajaban de una argolla del techo. Tenía ambos brazos levantados y separados, al igual que las piernas, en forma de cruz. Habían dejado las cadenas casi tirantes, lo que apenas si le permitía moverse y hacía que empezaran a sobrevenirle dolorosos calambres. Bajo la tenue luz de las antorchas no veía mucho del lugar donde se encontraba. Sin embargo, todas las salas de tortura se parecían. Las mesas y aparadores llenas de cuchillos, ganchos, pinzas y puas se intuían, más que verse, en la penumbra. El olor, la humedad y la oscuridad le decían que debía de estar en algún sótano.

Tras unos instantes empezó a reír quedamente, escupiendo agua, sangre y saliva en dirección a Nichtad.

―¿Ya os habéis relajado lo suficiente como para charlar? ¿O necesitáis seguir pegándome un poco más antes de que empiece la parte de las preguntas?

―No hay preguntas, asesino ―replicó Nichtad, cruzando sus fornidos brazos sobre el pecho―. Sabemos que eres Vaelmir de Aldremhem, por mucho que intentes negarlo.

―No pensaba negarlo. Cuando un hombre apalea a otro y se mancha con su sangre, es que hay una cierta intimidad entre ellos, ¿no creéis? Yo ya me siento más unido a vosotros, así que no me importa confirmar que mi nombre es…

Un tremendo puñetazo de Nichtad le giró el rostro violentamente. Vaelmir escupió más sangre y se tanteó las muelas con la lengua. Una de ellas se movía.

―Eres un cabrón sin mucho sentido del humor ―le dijo esbozando una sonrisa ensangrentada―. ¿Qué tienes, cincuenta? Demasiado viejo para ser un torturador. ¿No deberías estar cuidando cerdos para algún señor, Nichtad?

―Quizás. Y mi hijo debería estar viviendo su vida, pero murió en los Llanos de Eralian por culpa de…

―¡Nichtad! ―interrumpió el hasta ahora silencioso Udclain―. No le digas nada. Ya conoces lo traicionera y manipuladora que es la Serpiente de Norvador.

―Pronto será una serpiente muerta.

―¿Queréis saber algo gracioso? Tanto en Isgarad como aquí me conocen con ese apodo: la Serpiente de Norvador. ¿Creéis que es casualidad o es que os habéis puesto de acuerdo con vuestros enemigos? ¿Ya os lleváis bien?

Nichtad sonrió aviesamente y acercó su rostro a un palmo del de Vaelmir.

―¿Quieres saber tú algo más gracioso aún? Quedan unos días para que lleguen los hombres del Ard´ain. Te ajusticiarán públicamente, pero yo no me preocuparía mucho por eso. En este tiempo haré que cuando lleguen te alegres tanto de verlos, que les rogarás que acaben ya con tu miserable vida colgándote del Árbol de los Cuervos.

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