IV. Rebeca

20 1 0
                                    

Mi relación con Rebeca es muy diferente a la que tengo con Mikael. Ahí donde él me lastima, ella me protege. Somos mejores amigas, hermanas del alma, unidas por un lazo indescriptible. Nos amamos, nos cuidamos, nos ayudamos, nos apoyamos mutuamente, y si bien no estamos juntas las veinticuatro horas del día, es probable que siempre estemos pensando la una en la otra. Por supuesto, ambas tenemos vidas propias, somos mujeres independientes, pero a pesar de que a veces estemos en diferentes partes del mundo, compartimos un mismo ser, un mismo espíritu. Y supongo que fue por eso mismo, porque somos muy parecidas o porque somos parte la una de la otra, que Rebeca percibió de inmediato mi agonía después que me separé de Ian.

Una noche cualquiera, yo me encontraba detrás de la barra del bar en el que trabajo, bastante distraída, cuando escuché su voz aterciopelada:

Un Martini, por favor.

La descubrí sentada en uno de los banquillos, con una mirada atrayente y una sonrisa ardiente. Tenía puesto un vestido plateado, ajustado, con el escote en V exponiendo las copas de su busto alzado, y tenía el pelo ahora teñido de rubio y con un corte moderno por los hombros. Estaba toda hecha una femme fatale, y no podía esperar más a que me secuestrara para hacerme suya cuanto quisiera y como quisiera. Por supuesto, mantuve mi postura y le serví su bebida. Después de unos cuantos chamuyos, nos pusimos al día con nuestras vidas: me contó que estaba trabajando como abogada de divorcios en Ámsterdam, pero que estaba a punto de mandar todo a la mierda para convertirse en stripper, a lo cual le pregunté:

¿Por qué no las dos cosas?

Ella se echó a reír.

Podría ser, la verdad ―esbozó una sonrisa pícara.

Cuando me tocó hablar sobre los últimos eventos de mi vida, mencioné muy por arriba que nomás andaba trabajando y que me había estado viendo con alguien, pero que obviamente, las cosas no terminaron del todo bien. Rebeca entonces puso una expresión de empatía, no porque le diera lástima, sino más bien porque entendía todo, entendía cómo era yo y en qué líos suelo meterme.

A las dos y media, el bar cerró y nos fuimos a mi nuevo departamento, mucho más apartado del centro y menos llamativo que aquel en el que vivía cuando estaba con Ian, y al cual, claro, tuve que abandonar para evitar el riesgo de seguir siendo avasallada por la prensa. Me había mudado recién unos días atrás, por lo cual estaba todo lleno de cajas apiladas en cada esquina, y apenas tenía ya armada la cama y el sofá.

Este lugar es muy deprimente ―comentó Rebeca, y yo no la contradije para nada.

El sitio era bastante chico y oscuro, con las paredes descoloridas y los pisos rayados.

Quería ahorrar y pasar desapercibida ―me excusé, a lo cual ella respondió:

Y además, querés esconderte de él, ¿no?

Le dirigí una mirada inquisidora, queriendo saber por quién o por cuál medio se había enterado, y no necesitó usar la boca para decir el nombre que tanto nos marcaba: Mikael.

Me lo crucé de casualidad... Bueno, no, él me encontró y quiso hacerme creer que había sido todo cosa del azar ―comenzó a narrar―. Cuestión, que me contó lo que te había pasado, y de cómo "te arrastraste para suplicarle que te ayudara" ―puso mucho énfasis en aquellas comillas, reacia a creer que yo iba a ser capaz de siquiera pedirle algo a Mikael.

Supongo que, al haber agachado avergonzada la cabeza, entendió que se había equivocado y que, por una vez en toda su vida, Mikael había sido completamente honesto. Reaccionó escandalizada, exigiéndome explicaciones. Ahí fue cuando me largué a llorar.

Si hubiera sido Mikael quien me viera así, probablemente se hubiera burlado o me hubiera dado un insulso abrazo como consuelo, desentendiéndose por completo de mi estado miserable. Afortunadamente, era Rebeca la que estaba conmigo en ese momento, y me proporcionó un cariño real capaz de aliviar cualquier dolor, me abrazó con fuerza y hasta me dejó llorar cuanto necesitara sobre su hombro. Apenas me repuse, le conté todo.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Gemma y otros cuentos nocturnosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora