"¿De verdad quieres prender fuego a la noche? Eres mi única salida, ¿Realmente quieres cambiar tu vida otra vez? Sabes que eres mi última oportunidad. Puedes sentir mí, puedes sentir mí, ¿Puedes sentir mis lágrimas que no se secarán? Puedes sentir, ¿Puedes sentir mis lágrimas de la chica más solitaria?"
Nai Br.XX ft Celeina Ann-The Loneliest Girl (Carole & Tuesday)
...
Cuando llegaron al castillo y se colaron nerviosamente por los mismos escondrijos que habían utilizado para escapar, no pensaban encontrarse a sus padres en sus habitaciones.
Beltran —el Rey— sentado en el escritorio de estudio de la habitación de Bastean, lo observó con los ojos miel que le había heredado, con el ceño fruncido y negando lentamente con la cabeza. Agnes —la Reina y madre de Gadea—, se encontraba pulcramente sentada a los pies de la cama de la castaña, con los brazos enredados sobre su pecho y las piernas una encima de otra; la apariencia de la imponente mujer la amedrentó.
Gadea tragó el nudo que se formó de forma pesada en su garganta, sudó frío y se adentró a sus aposentos. La actitud calmada y frívola de su progenitora hizo que quisiera convertirse en un ovillo y ocultarse debajo de su cama como cuando apenas era una pequeña cachorra y le tenía miedo a los truenos en las tormentas de finales de primavera.
—¿Se puede saber en dónde estaban, tú y tu hermano? —le preguntó la altiva mujer, aun si cambiar su actitud y mucho menos su pose.
Gadea tragó, no sabía que responderle a su madre, seguía parada en el umbral de la puerta y no pensaba acercarse más a donde la Reina seguía pulcramente sentada.
—Salí con Bastean— tomó entre sus manos un pedazo de tela de su vestido, lo estrujó con nerviosismo—, solo queríamos dar una vuelta... Y-yo, últimamente me siento triste, p-por, lo de Dimitri. Bastean solamente quería subirme los ánimos, madre— le imploró a la Luna que su consanguínea se tragara la excusa que entre Bastean y ella habían improvisado de camino al castillo—. Si vas a culpar a alguien de este descontento que sea a mí—dijo firmemente, sin miedo a llevarse las represalias de los actos cometidos, ¿Por qué? Pues simple, ella tenía la culpa, la escapista fue ella y se llevó a cuestas al pobre Bastean, hay que reconocer que el Beta era un gobernado por su hermana menor.
—Claro que la culpable fuiste tú, siempre eres tú Gadea; nunca he esperado algo bueno de ti y aun así terminas de decepcionarme más— la Omega dejó de apresar la tela de su vestido. Ahora el nudo había crecido y los ojos le escocían por las ganas que tenía de llorar—. Está más que claro que no saldrás del castillo pasada la coronación de Bastean, después hablaremos de tu nuevo compromiso.
La mujer se levantó de la cama, sacudió su vestido; Gadea se hizo a un lado de la entrada de su habitación dejándole el paso libre a su progenitora. La mujer abrió la puerta y antes de salir la miró con ahínco, decepcionada de su hija menor, desde que se presentó como Omega lo único que recibía de su madre era desprecio disfrazado de pena.
Sin decir nada, la mujer salió de la habitación dejando a la Omega destrozada, pero sobre todo más decidida a largarse de un lugar donde se sentía rechazada.
La princesa se encaminó a su cama, dejándose caer y dejar unas cuantas lágrimas; habría tiempo después de llorar por no ser acogida con amor por su madre, pero ahora debía idear un plan para escapar y poder llevarse unas cuantas pertenencias, dinero y no dejar rastro de ella. Tan rápido como se dejó caer a la cama, de esa misma manera, decidida, se levantó.
[...]
La Alfa estaba apresurada metiendo sus pertenencias, acomodando las coas que recientemente había comprado. Refunfuñando por lo bajo, peleando con su instinto y estrujando con feroz fuerza todo lo que pasaba por sus manos.
Después de regresar a la posada, aun teniendo el sabor amargo en su paladar por causa de rechazar a su destinada, sus amigos, Victoria y Félix le habían atiborrado de cuestionamientos sobre lo sucedido. Era obvia la respuesta, Aldara los ignoró, metiéndose a su habitación y cortado toda comunicación con sus amigos.
Necesitaba unas cuantas horas para poder calmarse y no hacer un escándalo, suficiente tenía el sentirse una porquería consigo misma. Aun podía recordar aquel par de ojos grises nublarse por las lágrimas, como aquel brillo anhelante desvanecía por solamente decir que "no deseaba verla en su vida", pero demonios, claro que deseaba verla, su alma pedía a gritos hacerlo.
Por un lado estaba su orgullo dictándole que se olvidara de aquella menuda muchacha, que su familia había acabado con la suya y que no podría nunca relacionarse con un Miracle, pero su moral, su anhelo, su instinto, le decía que estaba siendo una imbécil. Ella lo sabía, pero lo renegaba, que la Omega no tenía culpa de nada, ni ella misma la tenía por crímenes que fueron hechos por personas que ninguna de las dos probablemente llegó a conocer.
Se dejó caer al suelo y gruñó desesperada, sentía su pecho desgarrarse, la culpa carcomiéndole y las añoranza muriendo. Sollozó, tomó mechones de sus hebras color ébano y las haló, estaba en una encrucijada y la respuesta no la tenía al alcance de su mano.
Pasó un momento así, dejando caer amargas lágrimas y sintiendo escocer la cicatriz de su ojo derecho.
La puerta fue tocada, sacándola de sus cavilaciones. Quería seguir tirada en el suelo sintiéndose miserable, pero los golpes insistieron, abrumada por el sonido decidió abrir.
La puerta de madera hizo un sonido sordo al momento de ser abierta, los olores característicos de sus mejores amigos se colaron en su habitación y dos pares de brazos la sostuvieron para cargarla como saco de papas al fornido hombro de Victoria. Aldara no objetó nada al respecto, se dejó hacer, más entretenida sintiéndose en desgracia.
Félix lo seguía detrás, Victoria con un tarro de hidromiel y en su hombro izquierdo cargando a la mole de Aldara que ahora parecía perrito apaleado.
Los tres subieron al techo de la posada, por una escalera que se conectaba a la segunda planta del establecimiento y por consiguiente al ático de la posada. El ático estaba atiborrado de sillas, cosas de los dueños del establecimiento y polvo, provocando que Aldara estornudara, lo peor que podía hacer enfrente de sus dos amigos.
Una risa resonó en la amplía y polvorienta habitación, otras risotada se le unió a la primera.
—¡Por la Diosa Luna! —Félix, el que estaba más azorado por la risa, había empezado a hablar. —Sigue costándome creer que tu estornudes como un gatito— el Alfa se secó una lágrima furtiva que se salió de sus ojos.
Aldara se pasó un dedo debajo de su nariz y volvió a estornudar, volvió rascarse su nariz que se encontraba un tanto sonrosada y miró a Félix que iba detrás de Victoria, gracias a que iba aun en el hombro de la otra Alfa podía mirar de frente a su amigo. La ojiazul le sacó la lengua a Félix mientras seguía tallándose su nariz con insistencia gracias al polvo acumulado de la habitación.
—Aldara es nuestra cachorra, Félix— comentó Victoria mientras buscaba la pequeña escotilla oculta del ático, misma que daba dirección hacia el techo de la posada.
Aldara, poco enfocada en algo, que no fuera la miseria que ella misma se provocó, no puso la habitual importancia a lo que escuchaba de sus dos amigos. Se dejó perder en el limbo que era su cabeza en esos momentos, suspiró y prefirió ser cargada como saco de papas en lugar de objetar algo, como naturalmente lo haría en otra ocasión.