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—¿Bueno? —responde Alicia al otro lado de la línea

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—¿Bueno? —responde Alicia al otro lado de la línea.

—Ali, soy yo, Rebeca.

—¡Por Dios! ¿Drebeca? ¿Qué ha pasado, estás bien?

—Sí, sí, estoy bien.

—Hija de tu madre, no me hagas esto. ¿Tú sabes que, a nuestra edad, esta clase de sustos nos pueden matar? Infarto al miocardio, creo que se llama...

—Ay, ay, ay... exagerada. ¿Por qué te asustas tanto?

—Y todavía lo preguntas... ¡Nunca me llamas! Además, ¡son las ocho de la noche! Siempre soy yo la que te busca por la mañana; si te sales del protocolo, no puedo evitar pensar que te estás muriendo.

Me río. Una mezcla de risa con tos.

—Te hablo —explico cuando me recupero— porque necesito que tengamos una reunión lo antes posible.

—¿Eh? Drebeca, ya, dime la verdad: ¿te estás muriendo?

Se me escapa otra risa con más tos.

—¡Deja de matarme antes de tiempo, Alicia!

—Entonces, ¿para qué es la dreunión tan urgente?

—No te lo puedo decir por teléfono, se arruinaría la magia.

Hay una pequeña pausa del otro lado.

Dreuniones urgentes, magia, llamadas a deshoras... Si no te estás muriendo, ¿estás tomando algún medicamento con efectos secundarios? —echo la cabeza hacia atrás. A veces, Ali puede ser insufrible.— O, ¿te embriagaste?

—Déjate de tonterías, Alicia. ¿Cuándo puedes venir?

—No son tonterías, pero todo esto es demasiado draro.

—Si no me das una fecha ahora, me reuniré sólo con Thelma y te perderás el chisme.

—¡Oye, con los chismes no se amenaza a la gente! Qué fea eres. Puedo ir el sábado.

Sonrío. Casi puedo verla frunciendo el entrecejo, como una niña regañada.

—De acuerdo, el sábado a las dos en mi casa.

—Está bien.

—Hasta pronto.

Con Thelma es mucho más fácil ponerse de acuerdo. Si se le hace raro que le llame, no lo menciona y acepta, gustosa, que nos volvamos a ver. Ser dueña retirada de una empresa le da la ventaja de tener disponibilidad de horario.

Faltan varios días para nuestra reunión, me siento impaciente.

***

El sábado encuentro un vestido rojo que tenía prácticamente enterrado en mi armario. El azul oscuro y el negro han sido mis colores habituales desde hace año y medio y, cuando me miro al espejo, puedo detectar dos cosas: uno, me siento extravagante, lo cual es raro, dado que antes del luto siempre me vestía con colores llamativos; y dos, me percibo más guapa. Bueno, todo lo guapa que se puede estar a los setenta y un años.

La última estaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora