3

8 2 9
                                    

Los siguientes días son todo un bullicio de actividad y sigo sin poder creer que nos iremos juntas a Barcelona por quince días

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Los siguientes días son todo un bullicio de actividad y sigo sin poder creer que nos iremos juntas a Barcelona por quince días.

Me dedico a visitar a mis hijos y a sus familias; Óscar se alegra de verme motivada de nuevo y me pide que por favor continúe así. Cuando le doy la noticia de mi viaje, sonríe y me felicita. Eso es todo. Sin dramas, sin preocupaciones, simplemente con un: "cuídate mucho y llámame, para llevarte al aeropuerto". Siempre ha sido de pocas palabras, así que no me sorprende lo rápido que aprueba mi pequeña aventura. Amelia, por su parte, se pone rígida, aprieta los labios y comienza a reñirme:

"¡Mamá, tú no estás para eso!", "...a tu edad, deberías quedarte en casa", "¡¿Y qué pasa si te caes allá, o si te enfermas?! ¿Quién te ayudará?".

¿Te das cuenta?, tampoco es que sea una anciana de noventa años, apenas inicio mis setenta y, que mi hija se ponga a regañarme de esa forma, como si la madre fuera ella y no yo, cabrea mucho, de verdad.

Tengo que obligarme a respirar profundo varias veces para no explotar. Me repito que Amelia sólo me está protegiendo, aunque no lo necesite. De todos modos, sé que ella tiene que ceder: no estoy solicitando su permiso, sólo le pido que riegue las plantas durante mi ausencia.

"Está bien", dice, derrotada. "Sólo prométeme que verás al médico antes de emprender ese viaje y que si te ordena que no vayas, obedecerás". Acepto, no sin antes encargarme de hacer la cita médica en un horario en el que Amelia tiene que ir a trabajar. Así no me acompañará y, si el médico da órdenes de que no debo subirme a ese avión, ella no lo sabrá.

Por fortuna, mi médico me hace un montón de exámenes y me dice que nada ha cambiado, todo sigue igual. Me asegura que es importante que no me exponga demasiado al sol y que tome el medicamento para la tos. También recomienda que me quede en casa, pero me rehúso a encerrarme después de haber pasado tanto tiempo aislada tras la muerte de mi esposo. Al final sonríe, se ajusta las gafas, y me dice con voz de jovencito: "Está bien, Rebeca. Haga las maletas. Quizás estar de buen ánimo durante su viaje le ayude a sentirse mejor". Me felicita por haber dejado en el armario los vestidos del luto y, antes de despedirnos, me dice que me veo fantástica. Tan amable y atractivo como siempre. Creo que alguna vez me dijo que tenía treinta años, no estoy segura.

Más tarde, cuando me encuentro con Amelia, me asalta con toda clase de preguntas sobre mi visita al centro de salud. Debo admitir que maquillo un poquito la verdad para que se quede tranquila cuando me vaya. Le cuento todas las cosas buenas que me ha dicho el doctor, evitando mencionar que ha sugerido que me quede en casa.

Con lo inteligente que es, Amelia no me cree. Me mira un momento con ojos entrecerrados, en tanto yo me esfuerzo por aparentar indiferencia. "Le voy a preguntar", me amenaza, con el teléfono en la mano. "Adelante, hazlo", le contesto, rogando para que no lo llame. Y, efectivamente, guarda el teléfono con un suspiro y yo, discretamente, vuelvo a respirar, aliviada.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jan 24, 2022 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

La última estaciónWhere stories live. Discover now