Capitulo 16

92 5 0
                                    

Mauro


Las disculpas que Alex, Eric y yo nos dimos se disfrazaron de miradas cómplices y afectuosas. Puede que no mencionáramos palabra, pero no hacía falta hacerlo para saber que aquel día había enmendado de alguna forma todo lo acontecido entre nosotros.

A Alex no se le veía tan tenso, Eric se había despatarrado en el asiento de atrás como hacía habitualmente y yo me sentía mucho más cómodo al lado de ambos.

—Eres el mamón más guapo que he visto nunca —comentó Eric dejando que el viento que entraba por la ventanilla le ondeara el flequillo.

Para él, Cristianno era como una Deidad. Lo admiraba profundamente... en todos los aspectos.

—¿No te basta con un Gabbana? —bromeó Alex, torciendo el gesto.

Ahogué una sonrisa antes de ver cómo Eric se incorporaba hacia delante y empezaba a tirarle pequeños pellizcos. Los había probado. Sabía que eran como cuchillas que te arrancaban la piel. Así que comprendí perfectamente que Alex protestara como una nenaza.

—¡Cuidado, cuidado! —exclamó arrinconándose contra el salpicadero. Las carcajadas comenzaron a nublarme la vista.

—Debería arrancarte la piel mientras duermes.

—Tendrías mucho trabajo —bromeé al mirar el cuerpo de mi amigo mientras se recolocaba la chaqueta.

—Pero tengo la suficiente paciencia —sonrió Eric.

No dejamos de reír en todo el trayecto, y me hubiera gustado prolongar aquello tomándonos unas copas en la terraza de mi habitación, pero conforme estaba la situación en el edificio, lo mejor fue despedirnos.

El hecho de que nuestras mujeres no estuvieran allí había disparado la tensión. Valerio y mi padre, Alessio, nos controlaban demasiado. Mi abuelo, Domenico, intentaba equilibrar en vano la evidente hostilidad que había entre sus hijos. Y Diego casi siempre desaparecía.

Precisamente aquella tirantez era la que me complicaba tanto hablar a solas con mi tío. Por eso al ver un sobre en el primer cajón de mi cómoda entendí perfectamente cuál era mi objetivo. Silvano supo que miraría ahí porque en ese cajón guardaba una de mis armas y nunca salía sin ella.

En el frontal del sobre había un nombre escrito: Kathia. Lo que me indicó que aquel mensaje estaba destinado a ella y que, por tanto, debía entregárselo. Su contenido lo ignoraba, pero debía de ser importante si Silvano se arriesgaba a ponerse en contacto directo con Kathia. Quizás ya estaba al tanto de lo mal que estaban las cosas entre ella y su hijo.

Pero Kathia no aceptaría ningún mensaje si yo era el emisario. Giovanna era la única opción...

Sarah


Más tarde, cuando los chicos se fueron, decidí que trabajar en la limpieza de la cocina me mantendría la mente ocupada. Con un poco de suerte evitaría pensar en mi muerte, en Enrico y el profundo desasosiego que sentía por Kathia.

El comedor era amplio y durante tres horas había alojado a más de doce personas en diversos turnos, así que había trabajo de sobra como para despejarme un rato. Pero no fue así. Y para Cristianno tampoco.

Me ayudó a poner todo en orden y a fregar los platos de la cena; se notaba que no lo había hecho en su vida, pero me enterneció el empeño meticuloso que puso en ello. E incluso nos hizo sonreír entre salpicaduras de agua y espuma. Poco a poco se me olvidaba el resentimiento que había sentido por él cuando descubrí el periódico.

Pero no bastó.

En aquella casa, entre nosotros, había cientos de cosas que nos atormentaban y que nos gritaban en silencio.

—Este no debería ser tu problema —dijo Cristianno tras pasarnos un buen rato mirándonos de reojo.

—Pero lo es... y no me arrepiento. —Porque la realidad era que mi vida había comenzado en cuanto conocí a los Gabbana y no hubiera cambiado ese momento por nada en el mundo.

Cristianno sonrió desganado.

—¿Sabes que conocerte ha sido una de las mejores cosas que me han pasado en la vida? —Me abrazó con fuerza exhalando cada pocos segundos.

Después se fue y yo le observé deambular ausente junto a la orilla del río hasta que me quedé dormida.

Cristianno


Súbitamente me sentí atrapado.

No sé qué demonios hacía sentado en el interior de aquel todoterreno. Pero desde que había descubierto que Sarah dormía y que los esbirros que hacían guardia en el exterior estaban por los alrededores de la parte trasera de la casa, mis pasos me habían empujado hasta allí.

Estaba seguro de que temblaba y de que mis manos apretaban con fuerza el volante. Tenía la maldita sensación de estar encerrado en un estrecho ataúd. Los latidos de mi corazón me ensordecían, solo escuchaba mi aliento jadeante. Una inquietante adrenalina se propagaba tóxica por mis venas.

Eran los síntomas que me sobrevenían siempre que estaba al borde de hacer una locura. Pero...

¿Cuál?

Kathia.

Decir su nombre en voz alta habría sido menos desconcertante si no hubiera arrancado el motor.

No pensé en lo que arriesgaba si decidía entrar en Roma sin protección. Lo cierto era que no me preocupaba. Nadie me descubriría si yo no quería.

No hubo temor en mí, no hubo ningún pensamiento o emoción. Simplemente determinación. Mis arrebatos estaban perfectamente controlados. Así que me incorporé en la carretera y aceleré todo lo que me permitió el pedal.

La madrugada me ayudaría a esconderme. De eso no me cabía la menor duda.

4. DesafioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora