Capítulo 11. Dilema moral

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Sergio, que pasó cinco largos minutos corriendo con todas sus fuerzas en un intento de cazar a la fugitiva, no podía más: se paró en seco para tomar aire durante unos segundos

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Sergio, que pasó cinco largos minutos corriendo con todas sus fuerzas en un intento de cazar a la fugitiva, no podía más: se paró en seco para tomar aire durante unos segundos. Apoyó su mano contra la pared, bajó la cabeza y jadeó como si hubiese acabado de correr una maratón.

No había manera de encontrar a aquella muchacha, el laberinto era muy grande y seguramente echó a correr bastante antes de que llegase, aunque pudo guiarse al ver más de una puerta abierta. Aun así había un problema en Silvia que le preocupaba. ¿Cómo pensaba volver? Tiró la brújula y la cuerda la tenía él, solo le quedaba el walkie-talkie, objeto al que Sergio no le vio uso alguno a primera vista.

Vencido por el cansancio, el joven decidió dar media vuelta para reunirse con Víctor. ¿Habría despertado ya Bea? Igual era muy pronto. Lo que tenía claro era que si no volvían pronto, Blanca y Fer se adentrarían en su búsqueda. Quedaba poco para el final de su turno y si no se relevaban, se preocuparían como siempre hacían. "Qué pesados...", murmuró Sergio al pensar en ellos.

El muchacho cruzó un puñado de pasillos con el pensamiento de que debía quedarle un buen rato para encontrarse con Víctor y Bea, pero para su sorpresa algo ocurrió antes, mucho antes de eso. El otro extremo de la cuerda estaba ahí, tirado, entre una intersección. Sergio no reaccionó durante un par de segundos —que usó para mirar el pasillo en el que se encontraba—. ¿Había vuelto al comienzo? No, no era el pasillo de habitaciones ni mucho menos.

Se había perdido. Igual que Silvia, ahora no tenía forma de volver. Ni siquiera recordaba los caminos que había tomado, iba tan rápido que ni los memorizó. Su estado de shock terminó cuando se le ocurrió gritar con todas sus fuerzas en un intento de que Víctor le oyese y le guiase con la voz.

Desgraciadamente no sucedió nada. Estaba totalmente solo, perdido en un eterno y silencioso laberinto que, conforme más caminaba, más le perturbaba. No tomó ningún walkie-talkie y la brújula solo le podía ayudar a moverse en dirección a la pared en la que la entrada se encontraba.

Se le ocurrieron dos cosas: la primera era usar el viejo truco de seguir una de las paredes hasta encontrar o bien la entrada o bien la salida, pero era mala idea teniendo en cuenta que llevaba una hora merodeando por ahí y no sentía que había recorrido ni un tercio de ese lugar; la segunda era caminar sin rumbo hasta encontrar algo, daba igual el qué. Fuese como fuese, tenía la brújula. Cuando se cansase, no tenía que hacer más que caminar hacia el sur.

Sí, con eso bastaba. Saldría en un par de horas como mucho, ¡igual incluso habiendo completado el examen! Y dadas las actuales preocupaciones de Sergio, ni se le pasó por la cabeza pensar qué fue lo que cortó la cuerda, no tenía tiempo de pensar en aquellos detalles menores...

Mientras tanto, Silvia no estaba precisamente lejos de él. El plan debió de haber funcionado: la joven traidora, con unas tijeras que guardó sin que nadie la viese, cortó la cuerda que Sergio seguía para no perderse. Ahora tenía vía libre para alcanzar la salida del laberinto. Eso sí, tenía que darse prisa, porque sabía que no era la única con la capacidad de alcanzar la meta sin recursos. Silvia tenía muchos defectos, pero la prepotencia no era uno de ellos. Sus compañeros eran rivales dignos y no necesitó más de cinco días para darse cuenta. Por algo usó un truco tan sucio para sacar ventaja, aunque fuese solo contra Sergio. Al fin y al cabo, él era quien más peligro le transmitía.

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