Capítulo 76

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No sé qué demonios se quedó haciendo Asher allá abajo, pero me alegra disponer de tiempo suficiente para calmarme. Al menos, lo bastante para no terminar provocando un escándalo en casa de su madre. Estoy tan furiosa, que todavía no pude pensar en cómo voy a hacer para descubrir si lo que pienso es cierto.

«No puedo dejarme llevar por supuestos —me digo y resoplo con hastío—. Hasta que no tenga pruebas de que lo que creo es cierto, no puedo hacerle reclamos. —Me siento en el borde de la cama y me dejo caer de espaldas—. ¡Maldición! Esto va a llevarse la poca cordura que me quedaba».

Me siento atrapada en una vorágine de ideas e de ira; de temor ante lo que puede acontecer si confirmo que el imbécil de Crowe me engañó con una falsa propuesta y el deseo casi irrefrenable de armar mi maleta e irme ahora mismo, sin mirar atrás.

«Mañana regresamos a Los Ángeles. Solo tengo que disimular un día más y, una vez que estemos en casa, buscaré el modo de descubrir qué tanto me ha mentido —cavilo, convencida de que hallaré la manera de sacar a la luz sus verdaderas intenciones al contratarme como "novia"—. Y como tenga razón, como resulte cierto que se trae propósitos ocultos, no va a encontrar agujero donde ir a esconderse de mi venganza».

Cierro los párpados e inspiro profundo; dejo que el enojo se vaya con el aire a medida que lo suelto. Después me enderezo para quedar sentada otra vez y fijo la mirada en la puerta.

—Va a estar difícil ocultar cómo me siento —susurro entre dientes, anticipando el esfuerzo que tendré que hacer para que nadie note que estoy a nada de asesinar a Asher con mis propias manos—. Puedo justificarme con que el cansancio me tiene de mal humor... —contemplo, mas no me parece motivo creíble. Tomo otra inspiración profunda; que elimino mientras hablo—. Ojalá esté equivocada —deseo y me pongo de pie para ir al baño.

Cuando regreso a la habitación, Asher está quitándose la ropa para acostarse. Ni siquiera nos miramos y el silencio entre los dos es el más denso e incómodo que he experimentado en toda mi vida. Tomo mi pijama y lo dejo a los pies de la cama, en tanto me saco lo que llevo puesto de espaldas a él.

—Sobre lo que dijo mi madre, acerca de tener hijos —dice de pronto y me vuelvo a verlo tras meterme en mi camiseta de dormir. Asher baja la cabeza y la menea en negación, para continuar hablando sin mirarme a la cara—. No le des mucha importancia. Todas las madres quieren nietos a una cierta edad y la mía no es diferente a cualquier otra.

No me convence; pero prefiero callar lo que opino en realidad. Este no es el momento —ni el lugar— para conversar sobre ello. Ya habrá tiempo, una vez regresemos a Los Ángeles, para discutir sobre lo que Beatrice desea, lo que él realmente tenía en mente al ofrecerme el trato que firmamos y lo que yo sospecho que pretende.

—Fue una situación incómoda; no lo niego —contesto, retomando la tarea de prepararme para acostarme—. Pero ese tema ya quedó claro entre nosotros; incluso, sin necesidad de charlarlo. —Me giro para meterme en la cama y noto que me mira con intriga—. Tú no quieres hijos. Lo dijiste después de aquella escenita que montó tu ex, cuando los medios echaron a rodar el rumor de un posible embarazo.

Asher esboza una mueca, en señal de que recuerda a qué momento me refiero. Después de eso, ambos nos metemos en la cama.

—Hay algo más que... —Su voz es apenas un susurro; que interrumpe como si no supiera cómo completar la frase. Se frota la cara con ambas manos y suspira con pesadez—. Mi madre tiene algunos problemas de salud —confiesa al fin—. Poco después del nacimiento de Sarah, sufrió un infarto. Está bien controlada, por su médico de cabecera y por mi hermano; que se mudó a esta casa para estar al pendiente de ella. Ese es el motivo por el que tiene apuro en que yo también le dé nietos: tiene miedo de irse sin conocer al menos a uno del hijo menor.

No sé qué decir. Ni siquiera sé cómo diablos sentirme respecto a eso que acaba de contar. No obstante, la idea de que pretende utilizarme para cumplirle ese deseo a Beatrice cobra fuerzas.

«Lo siento por ella, pero eso no va a pasar —pienso—. Al menos, no conmigo involucrada en el asunto».

Si hay algo de lo que estoy completamente segura es que no va a pasar. No voy a embarazarme de un idiota, que me contrató para proteger su fama de seductor y con el que no nos une nada más que eso y una noche de pasión; que ni siquiera fue planeada. Sería muy estúpido de mi parte atarme con un lazo irrompible, a un hombre por el que siento más deseos de asfixiarlo con la almohada mientras duerme que de tener algo serio.

—Ven aquí —pide de repente, quebrando el silencio que había vuelto a adueñarse del espacio a nuestro alrededor. Levanta un brazo, en actitud como para que acomode la cabeza sobre su pecho.

No quiero hacerlo. Sin embargo, ese dejo de súplica con que han sonado sus palabras me incita a ir en contra de mis propios deseos de alejarme de él tanto como me sea posible y acabo obedeciendo. Asher suspira y cierra los ojos por un momento; después estira los labios en un simulacro de sonrisa.

—Gracias —murmura y mi ceño se frunce. No sé si se debe a acatar su pedido o a alguna otra cosa, de la que ni siquiera estoy enterada—. En verdad te agradezco que seas tan comprensiva.

—Y paciente —añado, en el mismo tono que usó. Su sonrisa se estira un poco más.

—También por eso. Estoy seguro de que, más de una vez, has sentido ganas de abofetearme con todas tus fuerzas.

—Bueno; me di el gusto alguna vez... —Asher no puede evitar carcajearse ante mi comentario. Aprieta el abrazo en torno a mí y besa mi frente.

—Algún día, vas a hacer muy feliz a un hombre —afirma y, otra vez, no entiendo a qué se refiere—. Espero que ese afortunado sepa valorar la clase de mujer que eres.

Ahora, además de confusa, me siento como si me hubiesen hecho una gran revelación; que no me habría esperado ni en un millón de años. Este hombre no hace más que sacudir mi estabilidad mental. ¿A título de qué me ha dicho eso? ¡Demonios! ¿Por qué no puede comportarse como el idiota egocéntrico que sé que sabe ser y deja de llenarme de sensaciones que no consigo manejar? ¿Qué necesidad tiene de provocar que me sienta bien por lo que cualquiera entiende que es un halago y, al mismo tiempo, triste porque sus palabras me recuerdan que, esto que hay entre nosotros, lleva marcada ya la fecha de caducidad?

«¿Qué te está pasando, Maddison Foley? —me pregunto—. Hace solo unos minutos atrás estabas furiosa con él. ¡Es más!, hasta te planteaste la posibilidad de juntar tus cosas e irte, sin darle ni una explicación. Y ahora, permites que te siga enredando con su palabrería bonita».

Quisiera poder apagar el motor de mis pensamientos. Estoy harta de vivir siempre cuestionándome cosas; todas relacionadas con él. Pero también siento una imperiosa necesidad de aclarar —de aclarame— acerca de lo que me pasa cuando sale con esas actitudes tan amables, como la de recién.

«No pienses en eso ahora. Espera a estar calmada», dice la voz sensata en mi cabeza, recordándome el consejo que siempre me daba mi padre.

Asher apaga la lámpara y la oscuridad de la noche nos envuelve como un manto. Por incontables minutos, permanecemos callados; hasta que él me desea buena noche y se gira de lado, para atraparme entre sus brazos.

De nuevo, la sensación de que esto no está bien viene a picar con rudeza a mi consciencia. ¡No somos una pareja de verdad! Y a mí me llena de turbación que se comporte como si realmente se sintiera a gusto durmiendo así conmigo.

«Necesito encontrar una manera de que deje de hacer esto».

Me prometo abocarme a encontrar una solución en la mañana. El sueño ya se está llevando mi lucidez y no quiero arriesgarme a cometer una idiotez por no pensarlo bien; pero me urge hallar un modo de que desista de comportarse de así, antes de que mis emociones se alboroten estúpidamente.

Un amor de películaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora