Treinta y uno

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La Academia se había vestido de invierno. El prado que la rodeaba estaba cubierto con una gruesa capa de nieve que caía cada tanto. No era extraño ver a varios estudiantes paseando y jugando sobre la nieve durante las horas más claras. Pero al oscurecer el cielo, el frío obligaba a los alumnos a refugiarse en las salas comunes y la biblioteca, donde los espectros siempre mantenían las chimeneas encendidas. El castillo, oscuro y solemne, había tomado un brillo dorado acogedor arrullado por los murmullos de las plumas sobre las hojas y las charlas junto a unas tazas de café caliente.

Parecía que la sombra acechante de la Muerte de hacía unas semanas atrás se había congelado junto con la escarcha que abrazaba las ventanas. Incluso, una vez que los heridos de la "Batalla de Halloween" -como habían comenzado a llamar a lo sucedido en la fiesta de Noches de Brujas- se habían recuperado por completo, todos habían vuelto a su humor habitual. Algunos se preparaban para los exámenes parciales de medio año; mientras que otros preferían dejarse endulzar por las fiestas de invierno. Y aunque cada vez faltaba menos para el receso invernal, las clases seguían siendo el dolor de cabeza y terror de muchos. Especialmente para Hugo, quien no tenía las mejores notas.

Aquella noche, los de primer año se encontraban en clase de Adivinación. A Hugo solían gustarle las lecciones de la profesora Noreen. Era una mujer de tez oscura, ojos nublados y voz como un blues. Su aula era un lugar acogedor, especialmente en esos días fríos, con pequeñas mesas redondas en lugar de pupitres y paredes cubiertas de telas ligeras de todos los colores, algunas incluso tenían bordados de flores y astros. Siempre había un incienso encendido que se mezclaba con los aromas de las hebras de té.

Margot decía que era algo cliché, aunque Hugo no sabía bien a qué se refería.

Sus clases siempre eran entretenidas, en especial cuando debían practicar alguna mancia e intentar adivinar el futuro de sus compañeros. Aunque también había clases donde debían aprenderse montones de signos y símbolos que no siempre coincidían de una técnica a otra.

Pero cuando la profesora Noreen entró al salón esa noche anunciando que comenzarían un tema nuevo: los sueños psíquicos y la capacidad de predecir el futuro a través de ellos, el estómago de Hugo se revolvió.

Recordó aquellos sueños donde una voz de ultratumba, hambrienta y morbosa reclamaba a "uno más". A un alumno más, al siguiente. Esa voz que siempre le susurraba y mostraba sus próximas víctimas. Le había mostrado a Marie, con su dulce sonrisa coqueta; a Louis, que le recordaba demasiado a su propio compañero; al gigante y estoico Frank; a Christine, que tenía una voz preciosa que nadie volvería a oír. Le había mostrado el instante antes de sus muertes. Aquella voz había susurrado el nombre de cada uno de ellos...

―Una precognición es, literalmente, un preaviso. Es una ojeada al futuro, un sentimiento o un presentimiento de que algo está a punto de ocurrir. Pueden avisarnos de algo desagradable o anunciarnos cosas agradables. Las premoniciones pueden ser vagas o precisas y dramáticas ―estaba explicando la profesora Noreen en aquel momento, mientras iba anotando un resumen en el enorme pizarrón que ocupaba la pared del fondo, la única que no estaba cubierta de telas.

Hugo apenas fue capaz de seguir la clase. La profesora les había instruido sobre las técnicas y rituales correctos para obtener un descanso que les develara los secretos del futuro. A Hugo le aterraba la idea de que sus sueños fueran premoniciones tanto como que no fuera así. En la Academia ya había aprendido que el tiempo no era lineal, mucho menos allí, a mitad de camino; por lo que, aquello que consideraran como una premonición, podría resultar ser un recuerdo de un tiempo más adelantado.

Todo aquello le hacía doler la cabeza y solo lo desconcentraba de la clase. Si seguía así, le iría fatal en los parciales. Y Hugo no necesitaba ser adivino para saber que no le convenía salir mal en sus exámenes.

Lecciones OscurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora