Capítulo 1: Frío

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¿Alguna vez habéis querido tener más belleza?

Una belleza angelical, una belleza capaz de embelesar a cualquier criatura.

¿Un sueño hecho realidad? Tal vez. Pero, ¿eso podría ser una perdición para quien la posea?

"Menuda tontería, con belleza mi vida se arreglaría, sentiría más seguridad, la gente se enamoraría de mí con mucha más facilidad"

Tal vez sea verdad... tal vez no.

En un pequeño poblado en el bosque, vivía un chico con el nombre de Ellis. Este chico poseía una hermosa belleza, capaz de enamorar a cualquier persona. Tenía los cabellos de color claro, casi como la nieve misma. Sus ojos eran azules muy cristalinos como lagos congelados, y lucía una pureza le hacía parecer un ángel. Pero hasta el ser más bello del mundo puede tener desgracias, por mucho que no se vean desde los ojos ajenos

- ¡Ellis! -llamaba una mujer a su hijo.

- ¿Sí, Winifred? -preguntó Ellis.

-Ve a comprar leña -ordenó-, que se nos está acabando.

Mientras el chico se ponía un abrigo, Winifred sacó unas monedas de un cajón y se las entregó a Ellis.

- ¡Volveré antes de que anochezca! -dijo el joven antes de irse.

- ¡Ten cuidado!

Ellis estuvo caminando sobre la blanca nieve hasta la casa del leñador. Tocó la puerta siete veces y esperó una respuesta.

- ¿Qué fruta acecha a la bruja? -preguntó un señor al otro lado de la puerta.

-La manzana de fuego -respondió el joven.

El hombre abrió la puerta despacio y alerta, hasta que vio a Ellis.

- ¡Ah, el pequeño pelirrubio! -abrió la puerta e hizo un gesto de bienvenida- Pasa, pasa, que hace mucho frío.

El chico entró sin quitarse el abrigo.

-Siéntate, venga, que te doy una taza de leche -ofreció el leñador.

- No, gracias, Haywood -respondió Ellis-, tengo que volver antes de que anochezca.

- Ay, es verdad -decía el señor mientras entraba en otra sala de su casa-, a veces se me olvida lo del toque de queda. Como talo los árboles desde siempre por la mañana casi no debo preocuparme por eso.

Volvió con mucha leña en los brazos.

-Gracias como siempre -agradeció Ellis mientras sacaba las monedas de su bolsillo.

-Oye ¿cuándo empezarás a talar madera tú solo? No puedes tener miedo a las armas para siempre.

Justo después de que dijera eso, Ellis levantó la mano para darle el dinero, y se pudo ver que tenía cicatrices de cuchillo en la mano. Haywood lo vio apenado, así que decidió cambiar de tema.

-Bueno, ¿podrás mandar saludos a tu madre de mi parte?

-Estás perdido por ella, ¿verdad? -preguntó Ellis con una sonrisa burlona.

-A ver, a ver, simplemente soy amable -respondió Haywood sonrojado.

El joven cogió aquella gran cantidad de leña y se dirigió a la puerta.

- ¡Hasta la próxima, y ten cuidado! -se despidió el leñador.

- ¡Igualmente!

Ellis estuvo caminando con la leña en los brazos durante mucho tiempo hasta su casa, pues el peso de la madera le dificultaba el paso. Aunque, debido a las nubes, no se podía ver la puesta de sol, el joven sabía que quedaba poco para que anocheciera, así que debía apresurarse. Quedaba poco para llegar a su casa, y ya veía cómo dejaba de haber gente; todos ya entraban en sus hogares debido al toque de queda. Ellis supo que debía apresurarse más, así que aceleró el paso. Cuando ya no quedaba nadie por aquel camino, empezó a tener miedo; no quería desaparecer como otras personas habían estado desapareciendo desde que empezó a hacer frío. Mientras caminaba, miraba a todos lados para asegurarse de que estaba a salvo, pero sentía una presencia que le inquietaba... no era la primera vez que la sentía.

La sangre del corazónOù les histoires vivent. Découvrez maintenant