Capítulo 14: Chispas azules

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—Resiste un poco más, Damien, por favor —dije en tono de orden y súplica a la vez.

Ansiaba poder salir de esa jaula y sostenerlo entre mis brazos, huir con él. ¿Pero cómo?

—Damien, mantente despierto, por mí.

Al verlo toser y trepidar, un punzante dolor atravesó mi pecho.

Oí pasos aproximándose. Me petrifiqué, temiendo que Marcus, Carlo y sus secuaces hubiesen regresado para continuar azotándolo. Busqué la luz con la mirada y vislumbré tres siluetas en la entrada.

Apreté el cuchillo titánico con tanta fuerza que sentí el ardor en mis nudillos y manos. Damien se encogió aún más, esperando ser golpeado.

Pero ellos no podían ser el clan de Marcus. Las sombras proyectadas eran dos figuras masculinas y una femenina entre ellos. Estaban de pie en las mismas posturas que una liga de superhéroes.

Cuando la iluminación del exterior los alcanzó, distinguí sus rostros. Jerry era uno de ellos, el rubio de la banda que estaba tocando en el piso superior del club. Y sus dos amigos eran… vampiros.

¡Genial! No conforme con los Vanthes, ahora también llegaban los vampiros a querer beber nuestra sangre.

¿Damien había sido traicionado por su amigo? Sí, era obvio que el chico había traído a sus chupasangres para que nos hincaran los dientes.

A medida que se acercaban, comencé a reconocer a los agraciados vampiros. A pesar de que solía olvidar fácilmente los nombres de las personas, no fue ese el caso. ¿Cómo olvidar al primer joven apuesto que había hundido sus colmillos en mí?

Prácticamente me había quitado la virginidad de mordidas vampíricas.

Si es que eso existía.

Se trataba de Joe junto a su novia supermodelo de ojos azules, la pareja de vampiros más sanguinaria que alguna vez conocí.

Los tres se aproximaron con mesura. El vampiro observaba con suspicacia a su alrededor, mientras ella parecía asombrada, al igual que el “humano”, Jerry. Sus miradas se movieron desde mi jaula hasta el cuerpo apaleado de Damien.

—¡Tú! —exclamó la mujer, señalando a Damien con el dedo.

—Y tú... —agregó Joe al tiempo que fijaba sus ojos en mí.

—¡Tú! —continuó ella furibunda antes de volverse hacia su amigo rubio—. ¡Dijiste que te encargarías de ellos! ¿Y qué fue lo que hiciste? ¿Ayudarlos a escapar? ¡No deberían estar vivos! ¡Me mentiste, Jerry! ¡Eres el peor amigo de todos! ¡Siempre, siempre me mientes!

Cuando lo golpeó con su palma a un costado del hombro, noté un anillo deslumbrante en su dedo. Mi primer instinto fue volver mi mirada hacia Joe, buscando sus manos. Él también poseía el mismo anillo.

¡Casados! ¡Estaban casados!

Antes no lo estaban, ¿verdad? Los había detallado muy bien y no llevaban esos anillos.

El vampiro rodeó a su esposa por la cintura, apartándola de Jerry.

—Calma, nena. No te alteres, recuerda que eso puede ser malo para la pequeña Angie. —Tan pronto como acarició su vientre plano delicadamente, ella se tranquilizó—. Mira el lado bueno, podremos beber de ellos nuevamente hasta matarlos.

Jerry se aclaró la garganta.

—De hecho, no pueden. Son mis amigos, estamos aquí para ayudarlos, ¿de acuerdo? Les dejaré beber toda mi sangre si hacen esto por mí, ¿sí?

Los miré en atónito silencio.

¡Embarazados! ¡Estaban embarazados!

Técnicamente, ella estaba embarazada, pero... ¿dos vampiros esperando un bebé? Y aún así, la mujer seguía igual de delgada y esbelta.

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—¡Pero el bebé Joe tiene hambre ahora! —lloriqueó entre gruñidos—. Puedo oler la sangre del chico, es de las mejores que he probado. ¿Por qué está hecho un ovillo en el suelo?

El muchacho de cabello dorado se acercó hacia Damien.

—Hombre, ¿estás bien?

Damien gruñó antes de responder.

—Absolutamente, solo siento una pequeña molestia, como cuando estás siendo aplastado bajo las ruedas de un camión de treinta toneladas.

Jerry y la chica vampiro rieron, pero Joe no. Parecía ser de esos tipos que solo se ríen de sus propios chistes. Arrogante, atractivo y ególatra.

—No has cambiado, D —comentó Jerry—. Aunque no tengo ni idea de cuánto pesa un camión, treinta mil kilogramos parece exagerado. Puedo imaginar que te sientes como cuando eres arrollado por un tren, o cuando te estrellas contra el suelo después de haber caído desde diez pisos de altura, o cuando…

El gemido hastiado de Damien lo interrumpió.

—¿Quieres callarte por un rato? Intento hacer que el camión deje de aplastarme.

Cuando Jerry lo hizo girar boca arriba, su rostro se frunció en una mueca de desagrado.

—Mierda, te ves terrible.

Pasó un brazo alrededor de su cintura para alzarlo.

Damien gemía adolorido.

Joe se acercó a mi jaula y se agachó para estar a mi altura. Me observó con detenimiento, sosteniendo esa resplandeciente, colmilluda y maliciosa sonrisa.

—Todavía recuerdo lo deliciosa que es tu sangre, y tu cuello —dijo de manera siniestra. Damien le dirigió una mirada iracunda—. ¿Me recuerdas? —vaciló un segundo antes de largar un bufido—. Por supuesto, ¿quién podría olvidarme?

Odiaba admitirlo, pero tenía razón. ¿Quién podría olvidarlo?

Acercó sus manos a las barras de oro que nos separaban.

—Vas a terminar igual que un huevo frito si tocas eso —murmuré con desgana.

Se detuvo.

—Oh, ¿de verdad? —miró a Jerry interrogante.

—Supongo que es cierto, ¿no estás viendo su cara de chica buena?

Los ojos plateados de Joe brillaron hambrientos al regresar a mí.

Los vampiros daban miedo, mucho.

—A pesar de su cara, creo que es una chica mala —dijo, regocijado—. Si vinimos a ayudarlos… ¿cómo se supone que la sacaremos de ahí?

—Llévense a Damien, ellos me quieren a mí de todas formas. Yo escaparé después —opiné.

Damien se obligó a sí mismo a no gritar cuando Jerry lo hizo pararse sobre sus piernas rotas. Se sostuvo de su amigo, respirando con dificultad.

—Estás loca si crees que me iré sin ti.

—Tampoco te dejaré aquí, niñita —añadió Jerry, mirándome de reojo—. Puede que te haya visto únicamente dos veces en mi vida, pero ya siento como si estuviera enamorado de ti.

—Lo mismo me dijiste la segunda vez que nos vimos —gruñó Damien—. Debo admitir que pensé que eras muy raro.

—Créeme, aún lo es —dijo Joe.

—Hay alguien… hay alguien que puede sacar a Ania de ahí —aclaró Damien.

—¿Quién? —inquirió Jerry.

Los huesos de CharlotteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora