Soldado

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El soldado yacía en el suelo de lo que parecía haber sido una cafetería en otros tiempos, en los que la guerra no hubiera llegado a aquel pequeño pueblo. Las sillas convertidas en astillas, los platos y tazas rotas y un gran agujero en el techo, producto de alguna bomba del bombardeo de la noche anterior era cuanto quedaba allí. El soldado sentía como la vida escapaba de su cuerpo en forma de sangre a través de sus heridas, hacia horas que no podía mover el brazo derecho, doblado en un ángulo que indicaba claramente que estaba roto. Dos agujeros de bala en su muslo izquierdo y una que sentía en la espalda le arrebataban los últimos instantes de su existencia inexorablemente. Fue entonces cuando oyó pasos. Unas pisadas de pies envueltos en algún tipo de calzado de dura suela, que producían un extraño sonido al tocar el suelo se aproximaban, en algún momento se pararon, en la habitacion a la que el daba la espalda. El extraño no hizo ningún ruido durante unos segundos, ni siquiera se escuchaba su respiración, pero a menos que pudiera desaparecer mágicamente debía de seguir allí. La temperatura de aquel lugar pareció descender hasta cero, el aliento del capitán era tan denso como el humo de un buen habano; de repente el extraño se movió, un extraño sonido acerado silvó en el aire, como si alguien blandiese un cuchillo extraordinariamente afilado. Sintió una corriente a su espalda, el sonido de algo atravesando la pared, como si alguien intentase clavar sus dedos en la pared y de repente ya no había pared. Rodó como pudo y con el brazo izquierdo blandió la pistola que guardaba por si tenía que intercambiar balazos con alguien que intentase acabar con el antes de que decidiese que había llegado su maldita hora, moriría cuando el decidiese o matando.
La Muerte había cortado la pared con su guadaña, cuyo frío filo había traspasado yeso, ladrillo y cemento como si una hoja de papel se tratase, La Muerte sostenía la pared con una huesuda mano, los dedos atravesándola sin ningún esfuerzo. Durante un segundo aquellas cuencas vacías lo observaron como si pudieran ver a través de su carne, sus huesos y su mismísima alma, la calavera se deformó en una sonrisa. Si alguien hubiese entrado en ese momento en aquel lugar hubiera visto como el Soldado, tumbado y herido, sostenía la pistola apuntando a la cabeza a la mismísima Muerte, que sonreía sosteniendo con una mano una pared entera y con la otra su guadaña. Sin ningún esfuerzo la Muerte lanzó a un lado la pared y mirando fijamente al Soldado, habló:
-Vaya vaya soldadito, mírese, desangrándose en una pequeña cafetería de pueblo, con todos los sueños y metas que se había marcado usted en esta vida. Que paradójico que su cuerpo quede aquí, en territorio enemigo, en una profunda sima de cadáveres amontonados, que dirán sus pobres padres cuando no se sepa que le sucedió ni tengan una triste pila de huesos a la que llorar la misericordia de un dios que le dió la espalda a todas sus plegarias. Sin embargo, aquí estamos, usted apuntándome con su pistola, amenazante, todo un soldado, si le pudiesen ver todos esos generalitos vestidos de punta en blanco que trazan planes usando las vidas de los soldados como meros peones, para que ellos y sus interesados, reyes y reinas del tablero, lleguen a la victoria, seguro que le concederían una estupenda medalla al valor, al honor y a todos esos magníficos dones tan necesarios en los soldados que dan la vida por causas tan nobles como el petróleo, en su caso. Baje usted el arma, estamos entre amigos, ¿Le importa si le tuteo, mi querido...?
- John... John Stewart
- ¿Ve como estamos entre amigos John? Un placer, me presentaría pero seguro que tu, John, hábil y perspicaz ya habrás adivinado la identidad de este montón de osamentas. Normalmente cuando alguien muere, en sus últimos instantes saborea mi acero, pero tranquilo, eso no es lo peor que le puede pasar, déjame que te explique. Cuando alguien muere, esta guadaña no lo mata ni hiere físicamente, bueno, al menos si yo quiero; yo siego la unión del alma y la carne, libero el alma del fallecido de su prisión terrenal para poder llevarla ante Dios o el Diablo y que estos juzguen dicha alma. Una vez que el alma es culpable o inocente uno u otro la devoraran y el alma se convertirá en poder para su consumidor. Se que es duro oír que Dios no es el viejete amable de barba blanca y angelitos celestiales, imagen con la que curas y monjas arrullan los tiernos corazones de hombres de fe y mujeres puras y castas. Que no existe un cielo o un infierno, que todos acabamos en la tripa de uno de esos dos seres celestiales que pugnan entre sí usando a sus creaciones como simples reservas de poder; que la tierra no la creo Dios, si no ambos juntos pues su poder es igual y la única forma de que la balanza se incline a favor de uno u otro es seduciendo a los mortales hacia un camino y otro, por medio de tentaciones, curas, serpientes parlantes malvadas, demonios y ángeles con piel humana que guían a mentes menores y débiles a un lado y otro. Políticos, curas, empresarios, generales, líderes religiosos y militares, todos enviados con el propósito de preparar almas para uno u otro.
- No te creo. Yo no soy ganado para seres que no existen, yo lucho por mi patria, por mi pa...
Una carcajada que parece llegar de las entradas de otro mundo interrumpe al Soldado. La Muerte ríe como si los férreos valores y el sentimiento patriótico del Soldado fuesen el más delicioso de los chistes.
- John, John, John... Tu excelso patriotismo no es otra cosa sino engaño, un mero vehículo para que tú actitud egoísta y tus ansias de matar se enmascaren en una cruzada por tu país. Sin embargo me has caído bien, se todo sobre ti, bueno, sobre todas las personas, y me estoy entreteniendo mucho, por tu culpa millones de personas van a agonizar un rato más del debido en sus últimos momentos. Deberían agradecértelo incluso, el dolor les da a entender que siguen vivos. Sufrir no es sino el cúlmen de estar vivo. Esos sentimientos tan intensos en los últimos instantes son la más intensa experimentación de vida a la que alguien puede llegar. En fin John, vengo a ofrecerte algo, un regalo. Esto solo se me permite hacer a las almas que están en duda sobre a quién pertenecen, lo cual es todo un halago.
- No pienso pertenecer a alguien
- Vamos John, ya te lo he explicado, no tienes ninguna posibilidad. Al menos gánate quien te absorberá. Hay quien me pidió dinero y salud durante 20 años para poder vivir a base de sexo alcohol y drogas. Pide algo que te haga vivir la vida unos años más y luego te recogeré con toda una experiencia a las espaldas.
- ¿De verdad no tengo opción?

El Soldado no había bajado el arma en toda la conversación. La Muerte blandió la hoja de su guadaña en un movimiento amplio y rápido como un pestañeo y el arma quedó dividida limpiamente en dos.
- Ningún humano tiene opción, todos seréis consumidos a su debido tiempo, todos seréis segados y entregados a algo para lo que fuisteis creados. No tienes opción sobre tu muerte, solo te queda elegir como quieres aprovechar el tiempo que se te ha dado. Y no te queda mucho, apenas te queda sangre en el cuerpo

El Soldado meditó durante unos segundos y finalmente decidió:
- Deseo volver a casa, casarme, tener una familia y un buen trabajo y vivir feliz el resto de mis días.
- Bonito deseo John. Pero decide también hacia qué lado quieres ir al final, "Dios" o "Diablo". Recuerda que solo eres un alimento, tu alma es mera energía. Eres un cerdo en el matadero, y se te da la oportunidad de elegir a quien servirán tu carne.

La Muerte se expresaba cinismo y frialdad, deleitándose en el sarcasmo y en la forma en la que daba a entender que el destino de todos es apenas ser el almuerzo de Dios o Diablo. Su nihilismo ante la existencia humana como reses engordando antes de entrar en el matadero no hacía sino aumentar la diversión de Muerte al explicar como el adorado Destino en el que creían los humanos eran simples cuentos de vieja.
John por su parte sentía como su cuerpo se enfriaba, y sintió rabia, pensó que al menos el Diablo no mentía, que era cruelmente honesto a la hora de ser quien llevaba a las malas personas a recibir su castigo, mientras que Dios atontaba a los estúpidos con falsas promesas e incluso les hacía disfrutar menos de la vida con todos esos mandamientos y pecados estúpidos que solo hacían de la vida humana una insípida y recatada forma de ir a parar a su estómago.
- Elijo al Diablo

Muerte sonrió. John sintió un escalofrío, aquella sonrisa no era la que lucía Muerte divertida al condenarle a ser poco más que un filete para un ser superior, era una sonrisa de pura maldad. la habitación se sumió en la oscuridad; mientras Muerte reía siniestramente, muebles, cristales, trozos de porcelana, etc se rompían en mil pedazos. La oscuridad anegó todo menos las cuencas de los ojos de Muerte, que brillaban, sonriendo. Brasas de pura maldad.
- Así sea

John despertó sano, apenas con unos rasguños y consiguió volver a su casa, allí conoció a su futura mujer, se casó con ella, pasaron años y un día en una fuerte discusión, el tiempo se congeló. John escucho una risa irónica que provenía de la cocina. Allí estaba Muerte, deleitándose con una manzana, que engullía a mordiscos, trozos de manzana que atravesaban sus costillas y caían al suelo. Muerte miró los trozos de manzana y sonrió divertida.
- He venido para condenar a tu alma
- ¿Cúal es el motivo?
- ¿Y te atreves a preguntarlo?- El tono de Muerte llegó a un sarcasmo extremo- Pero si vas a golpear a tu mujer... Ahora

El cuerpo de John se movió a la orden de Muerte, volvió al salón y en el momento en el que el tiempo fluía de nuevo, la mano de John abofeteó a su mujer. Ella miro a John sin creerlo, a los ojos. Allí en el reflejo de los ojos azules de su esposa John vió como Muerte le saludaba, durante un instante. John, corrió hacia la comisaría, pensando en entregarse para que no pudiera volver a tocar a su mujer por obligación de Muerte. Allí tras prestar declaración, contó todo su encuentro con Muerte. Un hombre de negro, trajeado pulcramente entró en la sala y se quedó con John. El tiempo se hizo pesado de nuevo, como si plomo líquido hubiera inundado la sala. El hombre se quitó las gafas y en ese momento John vió que era en realidad, un horrible ser que parecía un hombre desnudo, deforme con toda la piel quemada y derretida, unas alas rotas de piel igualmente quemada, con inmundos colgajos de suciedad, mechones de pelo negro que se repartían al azar por su cuerpo y ojos rojos y brillantes, un demonio. Este sonrió chasqueó los dedos y John volvió a aparecer en su casa. Su mujer le miraba llorando, estaban en el mismo instante en el que Muerte había aparecido en los ojos de ella. La voz de Muerte le llegó a los oídos: "Oh, John, como te has atrevido, pegar a tu mujer... No digas que es culpa mía, en un momento de la discusión lo deseaste, ese fue el detonante, la inclinación de la balanza hacia el Diablo"
Semanas después Muerte, sentada en un sofá del Salón de John, veía como el cuerpo de este se batía en espasmos mientras la soga apretaba su cuello y este se asfixiaba.
- Vamos John, no pongas esa cara. Fue tu elección. Ahora intenta ahogarte más deprisa, tengo muchas almas que segar y la tuya ya no es sino una más. Venga hombre no te resistas tanto. Recuerda lo que hablamos de la máxima sensación de estar vivo y todo eso, pero tampoco seas avaricioso...

El cuello de John se rompió, la muerte blandió la guadaña y arrancó el alma de John de su cuerpo. El dolor era tan sumamente indescriptible para John que creía que de estar vivo hubiese muerto a causa de aquello. Muerte rió.
- Te ruego que me disculpes por no haberte mencionado esto, pero así es mucho más divertido.
Y así, partieron al juicio de las almas. John fue juzgado como alma "impura" y consumido por el Diablo. Su último pensamiento antes de que su esencia desapareciese por completo fué:
"Lo siento Michelle"

Mors MuneraWhere stories live. Discover now