Pianista

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El reloj de la iglesia más cercana tocaba las tres de la mañana, las trémulas campanas, ecos de bronce en la oscuridad que bañaba la ciudad, hizo que Evan despertara en su estudio. Se había quedado dormido sobre la última partitura en la que intentaba plasmar su obra maestra, aunque, probablemente correría la misma suerte que otras antes que esta y acabaría hecha una bola en la papelera que había bajo el escritorio. Un fuerte dolor de cabeza martilleaba las sienes del pianista, producto de tantas horas seguidas haciendo y deshaciendo aquella melodía caprichosa que su corazón había creado, pero que sus manos no eran capaces de plasmar en los pentagramas; Evan había dedicado toda su vida a llegar a ser un gran pianista y dejar su huella en la historia como otros grandes maestros antes que él. Sin embargo, aquella necesidad obsesiva que perseguía desde pequeño le estaba matando lentamente, pues Evan se sentía triste, solo y deprimido. Evan se había marchado de casa a los 18 años para acudir a una prestigiosa escuela de música en París, y durante los diez años siguientes, se había dedicado a su música en cuerpo y alma, perfeccionando todo lo posible para alcanzar su destino, para poder hacer que sus padres reconociesen por fin que en la música había futuro, que no había sido un capricho y que podrían por una vez decirle a su hijo lo orgullosos que estaban de el por el gran artista en el que se había convertido. Evan pasaba las noches en vela hasta altas horas de la madrugada, intentando componer, y durante el día trabajaba en un almacén para poder pagar su modesto estudio y su subsistencia. El pequeño estudio apenas tenía espacio para su cama, una pequeña cocina, un retrete y una ducha, y por supuesto, su amado piano. Desde que llegase a París, Evan apenas había podido entablar amistades, su dificultad para relacionarse con otras personas y el escasísimo tiempo que se dedicaba a sí mismo eran los culpables, aunque el era feliz en su solitario mundo de notas, pentagramas y partituras rotas.
Con la última campanada, Evan rompió nuevamente el folio y se echó a llorar. Nunca podría componer nada lo bastante bueno, se sentía tan solo y desgraciado, las paredes del piso se le echaban encima, cada vez más agobiantes, necesitaba salir de su estudio.
Salió a la calles de París aquella fría noche, en la que los copos de nieve caían perezosos, deslizándose en el aire como en un lento vaivén de enormes motas de polvo suspendidas en el cielo de la ciudad de la luz. Sus pasos le llevaron a las escaleras de Notre Damme, con el humo de sus cigarrillos siguiéndole como un perro fiel. El dolor de cabeza era cada vez más fuerte, pero el frío viento tenía algo de balsámico, que le ayudaba a no pensar en este, dejando paso libre a todos los pensamientos que se arremolinaban en su cabeza. En el portal de la famosa iglesia había una figura envuelta en trapos, un mendigo, uno de tantos en aquella cruel ciudad, la ciudad de la luz siempre había desprendido unas sombras que solo los más valientes, o los más insensatos podían descubrir cuando se atrevían a mirar donde otros simplemente no quieren. Evan se acercó al mendigo, un viejo seco, con mil arrugas en el rostro y una sucia barba gris y blanca. El hombre despedía un ligero aroma a flores muertas, como el cementerio de Pére La-Chaise una semana después del día de todos los santos. Aquel hombre olía a la muerte que pronto le llegaría si tenía que dormir al raso muchas noches más como esa.
- Mala noche es esta para dormir en un lugar como este, abuelo.
- ¿Qué mejor lugar para no despertar en una noche así, que en la puerta de una iglesia? Seguro que Dios me acogería con las manos abiertas.
- Cruel Dios el que deja morir a alguien como un perro en la calle, por muy en suelo sagrado que lo haga.
- Jovencito, Dios es un grandísimo hijo de puta, solo tienes que ver a quienes hizo a su imagen y semejanza. Pero al menos me gustaría decírselo a la cara el día que le vea.
- Tampoco creo que sea necesario forzarlo de esta manera, muriendo congelado, pudiendo ir a un albergue, o en el portal de algún comercio o vivienda.
- No te preocupes por mí chico, a Dios le queda muchísimo para poder tomar mi alma. En realidad te estaba esperando aquí, Evan. Notre Damme tiene un aura especial, atrae a todas las almas moribundas, muchos creen que es por su gótico aspecto, por su estatus de lugar divino o simplemente por el sentimiento romántico que inspira. Pero te diré la verdad, Notre Damme es la Casa de la Muerte, bajo ella mil osarios de mil épocas pasadas descansan, llamando a los muertos a compartir su destino. Notre Damme se erigió sobre los muertos, y los muertos aguardan su momento. Algún día, Notre Damme, Vuestra Dama, será pasto del fuego, las gárgolas vomitarán ríos de lava, sus puertas se pudrirán hasta caer de sus oxidados goznes y los muertos saldrán de sus tumbas para llevar a cabo el fin del mundo y sepultar París, la ciudad de la luz, en las sombras del Apocalipsis, algún día
El anciano, mientras hablaba, se había puesto en pie, su voz había ido cambiando hasta convertirse en un eco que parecía provenir del suelo, los copos de nieve habían quedado suspendidos y las caras de los apóstoles y demás personajes bíblicos habían perdido la carne de sus caras y sus calaveras reían en una mueca silenciosa. Evan, aterrado, no podía moverse.
- ¡Quien eres! ¡Qué está ocurriendo! ¡Qué quieres de mí!
- ¿Yo, Evan? ¿Que quien soy?- El anciano echó a reír, y mientras las carcajadas salían de su garganta su piel se deshizo en un fino polvo, ceniza sobre la nieve, quedando así al descubierto la calavera de Muerte.- Yo soy el fin de todas las cosas, yo soy quien creó Notre Damme, pero sobre todo, yo soy la solución a todos tus problemas, y no, no, no, no Evan no pienses que tu muerte es la salvación, tu muerte no ha llegado, simplemente vengo a darle una oportunidad a un alma atormentada que necesita ayuda para plasmar su opera prima en esos cuadernos de música que mueren en tus manos y van a parar a tu papelera, yo puedo ayudarte a conseguir ese reconocimiento enfermizo que tanto buscas, esa fama y ese sentimiento de importancia que anhelas para poder regodearte ante todos aquellos que nunca dieron la más mínima fé a tu talento. ¿Quiere que tus padres se sientan orgullosos? ¿Quieres tener amigos, fama, dinero, amor? Te lo concederé a cambio de dos cosas.
Un sudor frío recorría la espalda de Evan, tenía miedo, pero su corazón quería creer ciegamente en aquellas palabras.
- ¿Qué condiciones?
- Dos simples formalidades, tu alma y tú talento.
- ¿Mi alma? ¿Y mi talento?
- Oh si joven músico, tu alma, debes decidir a quien deseas que vaya cuando mueras, si a Dios o a Satanás, cuando venga a buscarte para llevar tu alma a alguno de ellos te contaré el porque de esta decisión. Y tú talento para un pequeño ajuste de cuentas, llámalo justicia divina, aunque es obra del mismísimo Diablo, una pequeña deuda de Dios, ya sabes, rencillas entre seres superiores y bla, bla, bla. Solo te pide que toques en 5 años en la Ópera de París la última obra que hayas compuesto en ese momento. ¿Es un buen trato verdad?
Evan sintió como la vanidad embotaba sus sentidos, el mismísimo Lucifer quería que tocase, eso quería decir que su talento era real, que incluso un ser superior había podido apreciar su habilidad al piano. Evan sonrió y sus ojos brillaron en la noche
- Lucifer puede contar con mi talento y mi alma, que menos en pago por esta oportunidad
Muerte sonrió y susurró:
- Excelente...

En las semanas siguientes, Evan terminó de componer su obra, aquella pieza magistral que le habría las puertas del Olimpo y que harían que todos vienen lo equivocados que estaban con él. En los 5 años siguientes se volvió uno de los más prestigiosos músicos de su época, se casó y vivió todo lo que no había vivido en los años anteriores. Restregó su éxito a sus padres, y pese a la mala situación económica que estos atravesaban no los ayudó lo más mínimo. Y cinco años después, le llegó la invitación de tocar frente a grandes políticos y empresarios europeos, la flor y nata de las élites de los países cercanos. Evan compuso durante un mes una partitura para aquella ocasión. Las notas salían de sus manos como si alguien las escribiese por él, pero nunca le dio tiempo a ensayarla, aunque confiaba en que eso corriese a cuenta de su pacto con Muerte.
La ópera de París estaba llena, las luces se apagaron, se hizo el silencio y Evan comenzó a tocar. La pieza era la composición musical mas triste que Evan había escuchado nunca, el mero hecho de escucharla hacia que aflorasen los recuerdos más terribles y tristes que había llegado a vivir y a imaginar cosas peores, comenzó a llorar pero no podía parar de tocar, sus manos ya no eran suyas. Los gemidos, llantos y gritos ahogados de los presentes acompañaban los tristes acordes del piano, hasta que de repente, una risa estridente y malvada sonó por encima de estos y Evan vió como muerte descendía riendo hasta quedar sentado sobre el piano. Muerte alzó las manos con su Guadaña a modo de batuta y empezó a dirigir una orquesta invisible. Las manos de Evan dejaron de tocar y se dirigieron a su chaqueta, de la cual extrajeron un arma que Evan no conocía y que no recordaba haber colocado allí, el arma se introdujo en su boca y el gatillo resonó en la gran sala. Evan solo escuchó el sonido del acero rasgando el aire, entonces notó la sangre correr por su cuello y la guadaña de Muerte atravesando su paladar.
- Descansa en paz, Evan, y los más sinceros agradecimientos de parte de Lucifer por tu magnifico talento. Los políticos aquí presentes destruirán todo lo que tenga que ver contigo y esta obra, pero nunca podría olvidar la melodía. Poco a poco irán muriendo presa de los pensamientos que tú acabas de experimentar, las notas los acompañarán durante la noche, antes de dormir y seran lo primero en lo que piensen cuando se levanten, rememoraran los más siniestros y tristes acordes durante cada instante de sus vidas hasta que, tras un tiempo eterno, al menos para ellos, no se haya producido en sus vidas un momento feliz o que hayan podido disfrutar. Todas sus almas son propiedad del Diablo. Hasta nunca músico.

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⏰ Last updated: Aug 20, 2017 ⏰

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Mors MuneraWhere stories live. Discover now