Cap. 2 El laberinto.

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Su fachada era de piedra color tierra, los muros median más de lo que podría calcular y su entrada era un simple agujero en la piedra por el que podían caber unas diez personas de altura mediana.

Cuando lo vimos quisimos girar, pero al intentarlo, vimos como había al menos veinte guardias apuntándonos con unas lanzas y empezando a avanzar. Entendimos entonces que no había forma de huir, y entramos al laberinto.

Nada más entrar escuché el sonido que aún aparece en mis peores sueños: un bramido que parecía haber sido emitido por doscientos toros, pero cuando lo vimos aparecer por la izquierda, vimos que no eran toros. Era lo que llamaban Μινωταυρος.

Muchas personas decían que no era verdad, que lo que había allí dentro eran tan solo toros normales; incluso yo lo pensaba, hasta ese momento.

El Minotauro medía casi tanto como las paredes; si hubiese tenido sesera, seguramente las hubiese escalado y hubiese huido. Su cabeza tenía forma de toro, con muchísimo pelo sucio que llevaba mugre colgando, también tenía en la nariz un aro hecho (seguramente) con cadenas de plata; el resto de su cuerpo, a partir de los hombros, tenía forma humana (descomunalmente grande, pero humana), sus brazos y sus piernas eran como troncos de roble, y por su torso, se podía suponer que su hígado podría necesitar comer un trozo de carne tan grande como cualquiera de nosotros al día,... Su imagen es aún la protagonista de mis pesadillas.

La bestia no corría mucho, pero con las grandes zancadas que daba, le era fácil alcanzarnos en poco tiempo. De hecho, al acercarse a nosotros mató a su primera víctima: un joven muchacho que quedó estampado contra la pared dejando una gran mancha de sangre. Aun con miedo en el cuerpo, las demás personas del grupo corrimos hacia delante y giramos un par de veces hasta que quedábamos solo un chico de unos doce años y yo, y justo cuando pensábamos que no nos seguía (y siendo muy dementes por ponernos en un callejón sin salida), vimos su enorme cabeza girando, y vimos también sus enormes ojos rojos mirándonos en la noche con ganas de carne humana.

Se acercaba hacia nosotros y nos veíamos venir el final. No pasó toda mi vida por delante, ni tampoco sentía el corazón latir, me sentí más salvaje que nunca, en ese momento fue cuando el animal que había en mi, rugió por primera vez, sacando toda la rabia al frente y preparándome para luchar hasta morir, aunque no feliz de lo que había vivido hasta entonces. Justo cuando nos iba a alcanzar, unas manos nos arrastraron de los talones hacia una especie de túnel. Escuchamos desde la oscuridad como los pasos del monstruo se alejaban y nos giramos hacia una pequeña luz en ese diminuto agujero en la piedra.

Allí había una mujer, que era la que nos había salvado, con un pelo tan sucio que hacía su tono irreconocible y con los ojos negros. Se la veía muy desgastada por las circunstancias pero aún así, con una resistencia admirable.

- Aquí estáis a salvo, por el momento. Os diré esto muy rápido, escuchad con atención porque no tenemos mucho tiempo, tengo que salir ahora mismo. Lo primero: aquí no se deben tener escrúpulos, Herodes, por ejemplo, lleva aquí cuatro semanas, ha tenido que comer hombres y mujeres asesinados por el Minotauro, y ha tenido que usar sus ropas, y aun así no lo hemos visto desfallecer. Yo llevo dos meses y ya me he vuelto medio salvaje. No creáis que estaréis juntos por mucho tiempo: cuando estéis corriendo y el Minotauro vega hacia vosotros, no pensaréis en correr hacia la misma dirección. Además no os podéis quedar aquí mucho tiempo, ya está oscuro y es ahora cuando hay que buscar comida porque el Minotauro no ve bien por la noche, y hoy que hay gente novata, habrá más comida; la noche de los domingos siempre hay más comida, pero la noche de los sábados es cuando rugen las tripas. No os diré que hay un momento oportuno para descansar, porque el Minotauro no tiene horarios, duerme cuando le apetece y siempre suele ser cuando acaba de comer, por lo que normalmente, tiene restos de comida cerca. – Parecía que ya había acabado de hablar cuando dijo: - Ah y una última cosa: tenemos como costumbre tatuarnos el grupo al que pertenecemos, vosotros sois el grupo trece, así que, si seguís vivos cuando, el domingo que viene, venga el otro grupo, coged uno de los cuchillos que hay por el laberinto y ponedlo. Buena suerte.

Dicho esto se fue por donde habíamos entrado, dejándonos una pequeñísima vela que iluminaba el agujero donde nos encontrábamos. Al cabo de un rato el niño me miró y me dijo:

-¿Y ahora qué? ¿Tenemos que salir? Yo no quiero salir.

-¿Cómo te llamas? –Le pregunté.

-Pyrro.

Pyrro. Como el hijo del odioso Aquiles, por quien iba a luchar mi padre. Empecé a odiar al niño al instante sin poder remediarlo. Aún así le pregunté si tenía hambre.

-No. –Me respondió.

- Entonces no saldremos esta noche. Descansa mientras yo hago guardia y cuando despiertes lo haremos al revés.

No hablamos más esa noche. Él se dispuso a dormir y yo miraba la vela mientras se deshacía. Estuve pensando un buen rato, y me di cuenta de que ya no tenía tanto miedo, que lo único que me importaba ya no era salir de allí; ahora había aparecido en mí un instinto salvaje que me decía que debía sobrevivir como fuera. Sabía que mi pelo castaño se ensuciaría aún más y que perdería mucho más peso fácilmente, pero la rabia y las ganas de ver a mi padre eran más fuertes. Quiero pensar que eso fue lo que me hizo sobrevivir.

De vez en cuando, en la noche, escuché los bufidos del Minotauro y también algún grito agudo que me revolvió el estómago al pensar que, seguramente, esa sería nuestra comida al día siguiente.

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⏰ Last updated: Nov 07, 2017 ⏰

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La venganza de Hades. El Laberinto del MinotauroWhere stories live. Discover now