capítulo 8.

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Debido a que las actuales sesiones del parlamento se reducían a discutir sobre si se aprobaría o no la ley de penas y penas que permitiría a George Iv divorciarse de su mujer, y ya que esta era mayormente discutida en la cámara de Lores, pues estaba literalmente rechazada por la cámara de comunes, Richard regresó a su residencia de soltero temprano ese día, pensando seriamente en aparecerse en la casa de su hermano para cenar. No tanto porque deseara la compañía familiar, sino por cierta Señorita que mantuvo sus pensamientos en otro lado durante todo el día. Quería saber si había presentado su renuncia, o había decidido quedarse.

Si era sincero consigo mismo, Richard empezaba a preocuparse por la obsesión que la mujer estaba desarrollando en él. Se había sorprendido con su propia insistencia en que se quedara, y si no quería mentirse a si mismo, debía de admitir que este interés distaba mucho de estar relacionado con la buena educación que podría brindarle a su hermana, o con que sería difícil buscar un remplazo. No, era otro tipo de interés, una extraña obsesión que lo impulsaba a querer verla con frecuencia a pesar de apenas conocerla; lo incitaba a querer descubrir quién era en realidad. Richard no podía comprenderlo. Hace apenas tres días que esa mujer había llegado a la casa y la forma en que lo atraía parecía incluso inverosímil. Un hechizo, alguna magia rara debía de estar involucrada porque no había ninguna explicación lógica que justificara semejante acción. No tenía lógica que un simple beso, usado nada más para disimular su presencia ahí, hubiera provocado un deseo cuya intensidad no era medible. No era lógico que se hubiera quedado con ganas de volver a probar esos labios, y no era ni la mitad de lógico que las sensaciones sentidas fueran tan distintas a otras veces, como si fuera diferente solo por el hecho de ser ella a quién besaba.

Pasó todo el camino pensando el asunto, pero su creativa imaginación no llegó a nada en concreto y al final desistió. Cuando llegó a su residencia, se encontró con na carta que fue deslizada por debajo de su puerta. Extrañado al reconocer el sello de su hermano, pero la caligrafía de Clarice, la abrió.

¡Richard!

Richard arrugó un poco el entrecejo al ver los signos de exclamación. Debió suponer que Clarice jamás comenzaría una carta con el protocolar "Querido, hermano" o "Querido, Richard" Blanqueando los ojos, continuó leyendo.

Tienes que venir apenas leas esto. Es urgente. Se trata de la Srta. Cramson. No puedo decírtelo por este medio, pero de leer esto hoy a una hora aceptable, preséntate en la casa, antes de que ella se vaya.

La extraña misiva lo dejó con el ceño fruncido al menos un minuto entero. ¿Antes de que se vaya? Entonces si había decidido renunciar. Pero eso no era lo raro, sino el mensaje de Clarice. Puesto que su  objetivo siempre había sido espantarla, entonces ¿Por qué daba a entender ahora que había cambiado de opinión?

Curioso, y solo porque las peticiones de su hermana menor no debían ser tomadas a la ligera al menos que se estuviera preparado para las consecuencias, Richard volvió a recoger el saco y el bastón que había dejado recientemente cerca de la puerta y salió nuevamente, esta vez hacia St James Street.

Cuando llegó, no encontró al principio, nada fuera de lo común. Saludó a su hermano y a su cuñada, que estaban en la sala principal esperando que la cena se sirviera y estos parecían normales. Lo extraño fue que no le hicieron ningún comentario sobre la renuncia de la institutriz, por lo que decidió buscar a la causante de su curiosidad.

Con la excusa de ir a ver a sus sobrinos, Marian y Chase; Richard subió los escalones hasta las habitaciones de Clarice. Esta le abrió la puerta incluso antes de que tocara y le indicó con un gesto que pasara rápido. Cuando lo hizo, miró a todos lados antes de cerrar la puerta, como si el asunto fuera extremadamente confidencial.

Un problema encantador (Familia Allen #2)Where stories live. Discover now