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No se desafía a un Cash sin sufrir las consecuencias

Mi primer día de clases comenzó del asco.

Tenía resaca.

Unas ojeras impresionantes.

Y la leve impresión de que Aegan Cash iba a cobrarse con ganas mi burlita.

A pesar de eso me esforcé en rendir. Con un dolor de cabeza palpitante tomé todos los apuntes, presté atención a los profesores y no me salté ni siquiera las presentaciones.

Era capaz de arruinar mi vida social, pero no mi futuro académico, no el futuro que nos salvaría a mamá y a mí.

En cuanto llegó el primer tiempo libre, me encontré con Artie en el comedor.

Hasta ese momento había asociado los comedores a sitios ruidosos, abarrotados, con olor a comida y pisos llenos de manchas. Entonces descubrí que había una versión de los comedores que podía ser sofisticada y agradable, y me gustó.

Artie iba como toda una estudiante: camisa blanca, chaleco de lana y pantalones de tela. Llevaba el cabello ondulado recogido en una coleta ordenada y, para mi sorpresa, unas gafas de pasta que acentuaban su nariz respingada.

—Debiste decir que de noche eres Artie y que de día eres Artemis, heroína de las letras y combatiente de la mala ortografía —bromeé en cuanto puse mi bandeja sobre la mesa.

Artie me comentó que la comida del comedor no era la preferida de los estudiantes, pero era gratis. Todo lo demás fuera de ahí costaba dinero que yo no podía pagar. Pero para mí era suficiente.

—Te dije que puedes tenerme fe —respondió, riendo—. No estoy tan vacía como puede parecer.

Nuestras bandejas tenían un excelente menú: puré de papa, muslo de pollo y un muffin con chispas de chocolate. Para no atorarse, una botella de agua saborizada. Era más de lo que había aspirado.

—Te tengo fe —dije, comiendo un bocado de puré de papa—. Solo te tendría un poco más si me hubieras detenido anoche.

—No lo sé, te veías muy segura —replicó ella—, y me sorprendiste, como a todos. No podía moverme por la tensión.

—También me veía muy ebria.

—Dime algo, ¿te arrepientes de lo que hiciste? —preguntó seriamente.

—Pues no, en realidad fue muy satisfactorio —admití, después de masticar pollo—. Pero de seguro que la hubiera pensado mejor si no me hubiera dejado llevar por ese impulso.

—Entonces no pasa nada —resopló ella con una sonrisa—. Si no hay culpa, no hay error.

De pronto, nuestra mesa fue asaltada por Dash, vestido como bibliotecario de revista. Se sentó junto a Artie, se descolgó la mochila y comenzó a sacar un montón de billetes para dejarlos frente a mí.

—No tiene ciencia que juegues si dejas el premio —dijo y, por último, depositó un reloj sobre el puñado de dinero—. Lo salvé todo antes de que le cayeran encima.

—¿Qué es esto? —pregunté, confundida.

—Lo que ganaste en el póquer —respondió él, incrédulo—. ¿O solo te acuerdas de que le metiste un pepino por el culo a Aegan?

—Ah —emití. La verdad era que había olvidado por completo esa parte—. Pues eso me pareció más que suficiente recompensa.

—Bueno, pero ganaste la satisfacción y, además, siete mil dólares —señaló él.

Perfectos Mentirosos © [Completa✔️]Where stories live. Discover now