Utopía

Capítulo 2

"Aroma urbano"

La espesa neblina me impide ver más allá de las luces que proyectan los postes en las esquinas, ligera llovizna se hace presente con cada paso que doy, mi mirada perdida en algún punto indefinido, el vapor que exhala mi boca con cada respiración es una pequeña muestra del frío que se apodera en esos momentos del ambiente.

El agua corre a través de las calles, mantengo las manos en los bolsillos de mi gabardina para tratar de que el calor corporal no se disipe, mi sombrero está empapado. Me siento a esperar el camión que me llevará a casa. Miro alrededor y estoy completamente sola; ninguna señal de vida, excepto los múltiples carros que pasan frente a mí. Contemplo el reflejo de la luna difuminada por la neblina en uno de los muchos charcos que se han formado. En momentos como estos siempre tiendo a regresar en el tiempo; un pequeño reflejo involuntario que me envuelve en la nostalgia, viajo por diversas etapas de mi vida: cada una de ellas con un significado muy especial para mí; desde lo más simple hasta lo más complejo.

Unas risas interrumpen mi pequeña travesía, volteo por reflejo donde he percibido ese sonido: un paraguas cubriéndolos de esa "torrencial" lluvia, ambos están tomados de las manos y caminan pegados para poder llenar el espacio entre el paraguas, en cierto punto se detienen, exactamente bajo la luz de una de las tantas lámparas de las esquinas. El sujeto le pide que sostenga el paraguas, ella accede, seguido de eso él mete su mano derecha al bolsillo, se acuclilla y saca un pequeño estuche, ella se cubre la boca con su mano izquierda y un pequeño brillo se hace presente al abrir el estuche: un anillo con un pequeño diamante. Se besan, girando de felicidad sin importarle que la lluvia los empape, después de unos segundos siguen su rumbo hasta perderse en la neblina. Me cuesta reaccionar o articular palabra alguna respecto a lo que acabo de ver... pareciera una escena cliché de alguna película romántica. Pequeñas muestras poéticas para el artista.

El camión llega... suspiro y subo para regresar a casa.

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Lo malo de tener un horario de vida extremadamente definido: es que, por más que lo intentes, no puedes cambiarlo o modificarlo una vez que el ritmo está establecido, ya que un pequeño desfase y todo se rompe radicalmente. Me tallo los ojos, inhalo y exhalo para poder mentalizarme para estar preparado para lo que me tocara este día. El cansancio está presente, en algunos momentos siento que mis parpados decaen, el sueño pretende vencerme y la lucha se mantiene por no ser derrotado, es un impulso que nació de la necesidad de poder ayudar a mi padre y ayudarme a mí mismo a pagar la colegiatura del bachillerato... bostezo, se hace presente una vez más, pero debo resistir, solo son cuarentaicinco minutos de recorrido.

El autobús se tambalea de un lado a otro, esto debido a que el conductor trata de evitar los cientos de baches que el gobierno no se ha encargado de solucionar en muchas partes de la capital, desde hace más de quince años... pero aún así hace que el recorrido se torne interesante.

El cielo aún está oscuro, pero no es nada raro, apenas son las 6:45 A.M y es doloroso aceptarlo, más en un sábado, pero el deber me llama y debo cumplir. El motor del vehículo, los constantes frenazos que da en cada una de las paradas, los claxon que surgen ante la posibilidad de un choque, todos esos sonidos combinados me impiden poder apreciar el canto que la poca esencia que hay de la naturaleza en este punto nos regala; el canto de algunas aves, el chocar del viento en las hojas de los árboles, el aullido de los perros o el característico sonido de los grillos.

A través de la ventana puedo contemplar cómo la gente sube y baja del camión. Van de ida y de regreso de alguna parte, algunos cubiertos hasta la cabeza por el frío... cada mente es un mundo, imaginarte que varios de ellos tienen una familia que mantener o quieren cumplir un sueño y que por eso requieren despertar a tan altas horas de la madrugada para poder realizarlo.