Primeros días

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- ¡Puja! ¡Puja! ¡Ya viene! ¡Puja! ¡Ya viene! ¡Vamos, un último intento!

De repente, algo atrapa mi cabeza como una pelota de béisbol y me obliga a salir.

¡Pánico! ¡Pánico! ¡Pánico!

Después de un corto silencio, termino colgado, cual murciélago. Hace un instante invernaba caliente en mi saco, ahora el frió  ha desaparecido por completo mis testículos y  convirtió mi cuerpo en gelatina. Escucho ruidos; sonidos que provienen de muchas partes. Mi cabeza comienza a dar vueltas, me falta el aire! Mi corazón late de forma extraña, parece una palomita de maíz que en cualquier momento brinca y sale del pecho. Intento por todos los medios de mantener la calma; cuento hasta diez, controlo la respiración, .... pero un azote en el trasero, tira por el suelo mis esfuerzos.

- ¡Bienvenido al mundo!

y mis lágrimas estallan como fuegos artificiales.

¡Qué manera más absurda de recibir a alguien!

Cuando la calma regresa, trato de desbaratar los nudos que el desconcierto dejo en mi cerebro. ella me mira y se sonríe. Sus manos de algodón, comienzan a explorarme, su solo contacto produce cosquillas. Cuenta los dedos de mis manos, los dedos de mis pies, echa un vistazo dentro de mis oídos, por lo orificios de la nariz, me abraza, me besa, me viste y vuelve a desvestir. Todo es tan nuevo para mí, que quisiera hacerle un montón de preguntas al respecto ¿Dónde estoy? ¿Qué sucedió? ¿Quién eres? Por ahora, contemplo a mi asaltante; La princesa de canela con olor a vainilla, de ojos tristes y risa fugaz.

- Hola Sebastián, - susurra.

El silencio volvió por sí solo.

Justo cuando mis parpados comienzan a cerrarse, algo enorme y colorido se acerca. Se inclina sobre mí y grita: << ¡Soy tu abuela!>> y el examen se inicia de nuevo. Parezco una rana de laboratorio. Finalmente termina y emite una ligera mueca, después, da su veredicto:

- ¡Sin duda, es igualito al abuelo! -dice con su voz chillona de gallina clueca.

A la hora de la visita, me encuentro rodeado por una fila de curiosos ansiosos por conocerme. Cuarenta y dos ojos me inspeccionan como a un fenómeno de circo. <<¡Vengan! ¡Vengan, No se lo pierdan! ¡Pasen! ¡Pasen! ¡Vengan a ver al bebe que acaba de nacer! ¡Usted señor! ¡Usted señora! ¿Ya lo vio señorita? ¿A quién se parece? >> La escena es la misma: observan, miradas entre sí, y dan su opinión. ¡Igualito a su madre! ¡Oh dios, es el vivo retrato del abuelo! ¡Tiene los ojos de la abuela! 

Una anciana muy arrugada con cara de indiscreta, parece no estar de acuerdo con el resto y justo cuando va a decir alguna cosa, todos la apuntan con la mirada.  Enseguida aparece la abuela "¡Ahí estas!"  Sin dejarla pronunciar palabra, la condujo derechito a la puerta.    

   La ciudad es acuarela triste de casas desnudas apoyadas una encima de la otra, dan la impresión que en cualquier momento se van a caer.  Afuera,  la  calle  ruge  como  un  león enjaulado; pasos que van y vienen, murmullos, risas, cornetas, el grito del pregonero vendiendo periódicos, los ladridos de los perros. Mi mamá camina despacio. Solo es una niña con un niño en brazos, que esta mañana, antes de salir del hospital, dibujó una sonrisa con un labial carmín para disimular la nostalgia que habita en sus ojos. La abuela sugiere que apresure el paso, pero ella se detiene a tomar aire, antes de comenzar a subir las trescientas escalinatas que nos conducen a casa.

El barrio en donde vivo es colorido y concurrido. Con gente que baja y sube. Algunos se detienen a conocerme, otros saludan alzando la mamo. En lo alto, un pobre gato se ha quedado enredado entre las ropas que cuelgan de un balcón, mientras los niños juegan asustarse y los perros buscan en la basura, algo que merendar.  Un laberinto tras otro, un callejón por aquí y otro por allá.

Desde lo alto, la ciudad se ve distinta. Con las miles de lucecitas que se van encendiendo, se maquilla de noche estrellada y te invita a soñar.

Mi mama es el hada madrina de esta historia, esa que todo lo puede. Cuando me enfermo, ella agita sus dedos de varita mágica, enseguida el malestar desaparece. Para combatir el insomnio, canta su canción favorita, su voz tiene un efecto somnífero aunque a veces grite y desentone. Por las noches se convierte en luna, se muda a mi habitación para contarme historias de princesas solitarias, no es mi tema favorito, pero soy consciente de sus buenas intenciones. Su presencia me tranquiliza a tal punto que, unos golpecitos en la espalda son suficientes para aliviarme la tos. Hay momentos que deseo mordisquearla, pero temo que esta rellena de chocolate y avellanas y acabe devorándola.

Se llama Julia pero a mí me gusta llamarla Julie, aunque ella se derrite cuando le digo, mamá.  

Tres cuentos y una maletaWhere stories live. Discover now