I can't help

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Era una fría noche de lunes en el centro de Madrid, y la chocolatería San Ginés hacía su agosto con las numerosas familias que aprovechaban la noche de fin de año para darse un capricho. Luisa caminó hacia el bar de su hermana con calma, pensando en ayudar a la morena a recoger y así poder volver pronto a casa. Era una noche importante, pero al contrario que la mayoría de bares de la capital, María había decidido cerrar las puertas del The King's Road. Luisa comprendía la decisión, sabiendo que hacía tiempo que el bar no tenía suficientes clientes como para poder seguir adelante. La joven caminó unas cuantas calles más hasta llegar al bar, su deshabitada terraza inhóspita en comparación con las de los demás. Un poco más abajo, una larga cola se formaba para entrar en el nuevo bar de tapas que acaparaba toda la atención de madrileños y turistas, con su gran cartel de neón en el que se leía "AsturianOh!", un juego de palabras con el que los dueños del bar hacían una declaración de intenciones. El local jugaba con la fusión de los platos tradicionales del norte con las tapas, todos ellos cocinados por un chef famoso mundialmente. La dueña del bar, una adinerada mujer de dudosa moral, dueña de los hoteles y restaurantes más exquisitos de la capital, había robado la idea al padre de las dos hermanas, y destrozando los planes que tenían las jóvenes de renovar su local y convertirlo en un pub.

La rubia por fin llegó al bar, el antiguo y casi decrépito ambiente haciendola suspirar. En las paredes, plantas y cuadros decoraban el sombrío lugar, mostrando las antiguas aspiraciones de modernidad y popular que obviamente habían fracasado. Pese a las pequeñas renovaciones que iban haciendo ella y su hermana María, el bar no remontaba, y eran pocos los clientes habituales. El grupo de universitarios que venía varias veces a la semana se volvía más reducido a medida que el curso avanzaba y más estudiantes dejaban la carrera, y los amigos del abuelo de las chicas, jugaban más al dominó de lo que consumían. Luisa sonrió y caminó hacia los ancianos. "Qué, ¿cómo va el dominó?"

"Pues muy bien, hija, muy bien." Pelayo contestó, girándose para darle un beso a la mejilla a su nieta y sonreírle. "Ya nos íbamos a casa, tu madre necesita ayuda para hacer la cena, y ya sabes cómo son tus hermanos. Y aquí a José ya le está llamando Aurora, que tendrá que tirar para casa también."

"Vale, pues recogedme bien las fichas en su caja y dejadla en la barra, ¿vale?" la rubia se alejó y caminó a la barra, buscando a su hermana. Fue entonces cuando la mayor salió del almacén, cargando varias bolsas de basura y resoplando. Cruzaron miradas e inmediatamente le dió las bolsas a la otra.

"Venga, a tirar la basura al contenedor, que mamá está que trina."

"¿Qué ha pasado?"

"Que la mala bruja de Asunción ha hecho que mamá y las otras trabajadoras doblen turno estos días, y ahora no le da tiempo a cocinar. Y resulta que papá tenía ya la cena del hotel hecha, y ahora necesitan doscientos canapés más que no estaban en la lista. Total, que ha tenido que mandar al pinche al mercado y a saber cuándo acaba."

"Vaya mierda."

"Pues sí. Venga, ve al contenedor y vuelve que tenemos mucho que limpiar antes de irnos a casa."

Luisa asintió y cogió las bolsas, sujetandolas mientras cruzaba el bar hacia la puerta lateral. En el callejón, el ruido de la gente en las calles parecía incesante, y el sonido de las botellas chocando con el fondo del contenedor se camuflaba entre las risas de los que paseaban con tranquilidad. La chica volvió dentro y se lavó las manos, para luego arreglar su pelo en una coleta y encender la música que indicaba el momento de cerrar. Se oyeron las quejas de los estudiantes que, tras horas de parloteo y risas, empezaron a juntar toda la calderilla posible con la que pagar la cuenta, y con el platillo metálico lleno de céntimos se acercaron para dedicarle una sonrisa a la chica y despedirse. Tras recoger el dinero y desearles un buen fin de semana, Luisa salió de detrás de la barra y se puso a limpiar las mesas, observando como su hermana hacía muecas mientras abría la caja y se ponía a hacer cálculos.

****

Había pasado una hora y por fin las dos hermanas bajaban la persiana del local. Con miradas de rencor hacia las personas que seguían haciendo cola con la esperanza de poder conseguir una mesa o un lugar en la barra para poder degustar los pinchos gourmet. "Seguro que papá le da veinte vueltas al chef este de pacotilla." murmuró María. Hacía ya un año que su padre había dejado de recorrer España ganando concursos de cocina y colaborando en programas de televisión para hacer vida en la capital, junto a su familia. Aunque el hombre seguía demasiado ocupado trabajando como chef en uno de los restaurantes más famosos del país, situado en un hotel del centro. Luisa sintió su móvil vibrando en su bolsillo y lo sacó. Mikel, uno de los antiguos camareros del bar, insistía para que se fuera de fiesta con él y sus amigos de la redacción. "Anda, si que hay gente allí." dijo María, señalando a una multitud situada al lado de los cines Callao. "¿Qué habrá?"

"Vamos a ver."

Se aproximaron y, haciéndose hueco entre la gente, se pararon a un metro de una chica que, guitarra en mano, cantaba una antigua canción de Elvis. "Wise men say: only fools rush in, but I can't help falling in love with you. Shall I stay? Would it be a sin, if I can't help falling in love with you..."

"Ay, me encanta esta canción." María comentó, viendo como la chica tocaba la guitarra con una sonrisa en sus labios. Luisa permaneció en silencio, su boca abierta cubierta con la bufanda mientras se preguntaba quién era esta chica y por qué le sonaba, pese a no haberla visto nunca antes. Con el pelo negro largo y rizado, la chica cantaba con voz suave, sus ojos cerrados mientras dejaba que los acordes de su guitarra guiasen la canción. Su ropa era toda negra, a excepción de su largo abrigo, que era de color verde oscuro. Llevaba bambas blancas de plataforma, y anillos plateados cubrían sus dedos. Sus uñas eran cortas y estaban pintadas de negro. A sus pies estaba la funda de su guitarra, abierta para que la gente tirase monedas dentro, y un cartel con un nombre escrito: Amy Reed.

"Like a river flows surely to the sea, darling so it goes, some things are meant to be." la chica continuó, abriendo los ojos y mirando con una sonrisa a la gente que la escuchaba. Fue entonces cuando sus ojos encontraron los de Luisa, haciendo que la rubia cogiera aire de golpe y sus mejillas se ruborizasen. "Take my hand, take my whole life too. For I can't help falling in love with you."

"Tendríamos que irnos." le recordó María, haciéndola salir de la pequeña ensoñación en la que se encontraba. "Venga."

"Sí, vamos."

FallingWhere stories live. Discover now