Luz del día

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La explosión remeció la ciudad de Vínculo aquella tarde. Eran casi las siete de la noche y pronto, la hora de salida de las fábricas y oficinas lo inundaría todo y los millones de trabajadores dejarían sus puestos para volver a sus microscópicos hogares de hasta diez metros cuadrados, mientras aquellos desafortunados (o afortunados, dependiendo del punto de vista) del turno noche pasarían a ingresar a sus puestos para ganarse un mísero sueldo, que les permitiría sobrevivir un mes más en aquella distópica metrópolis.

Pero no ese día.

Inmediatamente, las sirenas de la ciudad se activaron y las puertas de hierro se cerraron automáticamente en cada edificio, en un solo movimiento de fuerza bruta y velocidad, empezando por el centro empresarial y extendiéndose hacia las afueras como una onda expansiva.

Los agentes fiscalizadores verían en el display de sus mentes artificiales un mapa del distrito con una ruta trazada en azul brillante hacia donde un punto rojo brillaba con intensidad. Aquel punto rojo era Cariel y acababa de firmar su sentencia de muerte. Al menos, claro, que lograra escapar a la Tierra Prometida y ser un hombre libre. Eso decía la carta y él había elegido creer en esas palabras.

Cariel, bañado en adrenalina y con el corazón latiendo tan rápido y fuerte que le retumbaba en los oídos, meditó sobre esa palabra sentado en la aeromoto, con las manos sudadas agarrando con firmeza el timón, esperando que la puerta del garaje de la Guardia se abra de par en par.

-Libre -susurró para sí, saboreando cada sílaba, cada letra.

Cuando todo esto acabe podría ir donde quisiera, a la hora que sea, con quien le diera la gana a hacer lo que se le antoje. Nunca más tendría que soportar un horario de esclavitud, trabajando hasta más de quince horas al día, preso los siete días de la semana, para al final ser víctima de impuestos abusivos. Ya no veía la hora de olvidar esa minúscula pocilga que le había tocado llamar hogar, de cinco metros cuadrados, donde despertar sobresaltado en medio de la noche te garantizaba un golpe en la cabeza contra los cajones que debía usar para guardar sus pertenencias.

Pero la libertad que anhelaba no solo se traducía a sus decisiones inmediatas. Nacer un ciudadano de Vínculo era básicamente una sentencia de cadena perpetua. A pesar de ser catalogada como ciudad, se extendía por todo un pequeño país y ocupaba hasta el último espacio dentro de sus fronteras principalmente para actividades productivas, empresariales e industriales. Por supuesto, en el centro de la ciudad, se ubicaba la zona residencial, con una lujosa desproporción comparada con el resto de su madre patria.

Un pitido lo sacó de su introspección y la puerta comenzó a abrirse, lenta y majestuosamente, como el bostezo de un gigante de acero: los rebeldes de Sunne habían cumplido su promesa. Empezó a acelerar con la aeromoto y se dirigió hacia el exterior incrementando la velocidad del vehículo tan rápido como le era posible. Sintió el viento estrellarse cada vez más fuerte contra su rostro y el aire frío le resecaba los labios y entumecía sus manos. Era casi doloroso porque no tenía guantes, pero no le importaba.

Fuera del enorme garaje le esperaba una fila de agentes fiscalizadores, apuntándole con sus armas. Detrás de ellos pudo ver otras tres lejanas explosiones en distintos puntos de la ciudad, coordinadas a la perfección y cuyo sonido se ahogaba parcialmente por el ruido del motor entre sus piernas.

Los agentes apretaron el gatillo sin dudarlo ni un segundo, pues no eran capaces de experimentar duda alguna, pero no sucedió nada.

Cariel soltó una risa histérica y ruidosa que más parecía un grito de guerra. Siguió acelerando y avanzando directamente hacia los agentes confundidos. Su inteligencia artificial era la más avanzada para su clase, pero ni siquiera así podían lidiar contra algo totalmente imprevisto: él se había quitado todos los microchips de su cuerpo. Las armas de aturdimiento y control jamás funcionarían con él y eso le daba una ventana de tiempo para escapar, mientras ellos cambiaban a su armamento letal.

Si es que podían.

Atropelló a dos de los agentes que tenía en frente y mientras gritaba "¡váyanse a la mierda!", Cariel levantó el timón hacia arriba y emprendió el vuelo hacia aquel estrecho fragmento de cielo crepuscular, que se erguía impasible ante los gigantescos rascacielos que amenazaban cada vez más con quitarle todo su espacio. Se elevó y dobló hacia el noroeste, siguiendo el sol poniente, como le habían indicado los rebeldes. Pronto los encontraría en el techo del hospital y se embarcarían juntos en una nave que los llevaría al otro extremo del planeta, o de ser posible, fuera de la Tierra.

Sonreía tan fuerte que le dolía el rostro.

Empezó a pensar en todos los planes que haría realidad: estaba decidido a escribir más poesía, ahora que no estaría mentalmente exhausto cada día de su existencia, y también tenía un interés por aprender a tocar algún instrumento musical, ya que era una práctica tan rara, cara y lejana en Vínculo, pero los rebeldes de Sunne le habían dicho que los instrumentos, antiguamente, eran mucho más baratos y hechos de materiales que podían fabricarse o trabajarse de manera sencilla, sin necesidad de tecnología muy avanzada. Ya podía imaginar incluso las canciones que compondría solo y por qué no, también podría formar una banda. En su mente, él estaba parado en un escenario, como los de los conciertos del siglo XX, con las luces y parlantes enormes y la gente coreando sus canciones, todo el concierto llevándose a cabo en un gigantesco parque cubierto de césped hasta donde se perdía la vista, lleno de árboles por todos lados.

Entonces, sintió el impacto.

Volteó a mirar y se dio cuenta que uno de los propulsores de la aeromoto estaba en llamas y tras su vehículo, tres agentes de la Guardia lo perseguían en sus propias aeromotos. Su corazón volvió a acelerarse y sintió el pánico crecer en su estómago adolorido. Ya estaba avanzando lo más rápido que le era posible y podía distinguir el edificio del hospital. Cariel podría haber jurado que incluso divisaba a los rebeldes esperándolo. Más atrás incluso que aquel posible espejismo, podía distinguir el lujoso distrito residencial, envuelto en las llamas de un gigantesco incendio voraz e implacable, que se reflejaba ególatra en todos los vidrios de los enormes ventanales de sus mansiones.

Se preguntaba qué había salido mal, en qué había fallado o si todo había sido una trampa. ¿Fue muy lento al salir? ¿Debió levantar el timón antes? ¿O simplemente estaba condenado a morir así, en el aire, suspendido en su trayectoria, impotente sobre un vehículo moribundo, donde no podía hacer absolutamente nada para salvarse? ¿Así acabaría todo, a momentos de alcanzar su libertad?

Otro golpe de las armas de la Guardia acabó con el segundo y último propulsor. La aeromoto disminuyó aún más su velocidad y empezó a descender en caída libre. Cariel pensó en soltar el timón y dejarse caer, pero decidió que tendría una mayor oportunidad si la chatarra sobre la que estaba montado amortiguaba de alguna forma el impacto. En el fondo sabía que se engañaba a sí mismo: solo divisaba paredes lisas y grises, cada vez más oscuras con el pasar de los minutos, y el suelo, a pesar de hacerse más ancho cada instante, seguía viéndose como una franja delgada. Le pareció poético que, momentos antes, la franja que veía era el hermoso cielo crepuscular. Una ironía de la existencia.

En sus últimos momentos antes de estrellarse, recordó la carta que había empezado todo. La había recibido una mañana cualquiera, la vio deslizarse debajo de la puerta de su habitación y cuando la leyó, el virus de la esperanza se propagó por todo su cuerpo, desencadenando una serie de reacciones y eventos que acabarían por terminar con su vida de esclavitud, de una u otra forma:

"Hombre libre:

Sabemos que quieres salir de Vínculo. No estás solo. Esta noche nos reuniremos en el depósito de la fábrica de metales de la municipalidad, listos para planear nuestra fuga a un mundo que nos fue arrebatado. Un mundo libre donde podremos elegir qué comer, a dónde ir, qué leer, qué soñar y quiénes ser.

Nos llevaremos todas las aeromotos que podamos y dejaremos tras nosotros las ruinas de esta retorcida metrópolis, que nos esclaviza y mantiene en la miseria para enriquecer a unos pocos.

Destruiremos sus servidores y todos los números que tanto les importan bajarán a cero. Ricos y pobres no serán distintos en ninguna forma. Nada de lo que esta horrenda estirpe ha construido seguirá de pie cuando marchemos a nuestra libertad.

Que pronto despiertes bajo el cielo, las nubes y nuestro gran Sol." 

Cuentos para quitar el óxidoWhere stories live. Discover now