El perro de sus sueños

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Natalia encontró al perro al salir de almorzar en un restaurante cercano a su universidad. Lo vio sentado, mugroso y cabizbajo, en la puerta de un hotel en remodelación. La conmovió al instante.

El sol empezaba a bajar de su punto más alto y el calor era insoportable, especialmente en una ciudad costeña como Lima, donde la humedad y las altas temperaturas se combinaban para sofocarte. Pobre perro. ¿Hace cuánto no tomaría agua? Seguro tenía mucha sed. ¿Y cómo estarían sus pobres patas de tanto caminar bajo el sol?

Se acercó a él, que levantó la mirada para contemplarla con ojos tristes y caídos, como suplicando por una migaja de amor, agua o comida. Era grande y negro, como un labrador. Era el tipo de perro que haría que las personas crucen a la acera del frente, el terror de los dueños de perros pequeños y belicosos.

Después de sentarse a su lado y acariciarlo por varios minutos, Natalia tenía las manos negras (¿hace cuántos meses no lo bañan?) y el perro se había echado en su regazo. Ella lo interpretó como un gesto de amor, como un abrazo humano.

Estaba equivocada.

***

Isabel, la madre de Natalia, no tenía la más mínima pizca de afecto por los animales y no se preocupaba por esconderlo.

Su hija había traído un animal sucio y enorme a la casa y eso la enfureció: qué iba a ser de sus muebles, de su sillón Luis XV, de las visitas que vendrían a tomar lonche, del tapiz del sofá, los brunch con la gente de la parroquia... pero claro, Natalita tenía que traer a su perro, porque Natalita siempre hace lo que quiere, y tú, Fernando, siempre apañando todo lo que hace tu hija y claro, al final la que limpia la caca es ella y claro, la que se llena de pulgas es ella, la que barre los pelos es ella, porque está sola en este casa, a nadie le importa, nadie la ayuda.

Con el tiempo, Natalia y su padre aprendieron a hacer oídos sordos de las quejas constantes de Isabel. Fernando se encariñó tanto con el perro que lo dejaba echarse con él en el sofá de la sala, mientras veían las deprimentes noticias cada noche, siempre sobre su regazo. Cuando Natalia llegaba de la universidad, lo sacaba a pasear y luego ambos se unían al ritual nocturno con su padre.

Una noche, Natalia tuvo un sueño perturbador: veía a su madre sentada en el sillón Luis XV, con el gran perro negro sobre su regazo... pero ninguno tenía ojos. En su lugar, solo había círculos negros, profundos, como huecos infinitos en un cráneo, abismos insondables que la miraban fijamente, con horrores tan espantosos que su mente no podía ni quería comprender. Natalia sentía que esos agujeros negros espantosos se hacían más y más grandes y ella más y más pequeña. Sentía cómo su cuerpo flotaba, adormecido, hacia la negrura terrible que se esparcía como un cáncer por el rostro de su madre. La oscuridad crecía, crecía y crecía...

Despertó agitada en medio de la madrugada, sintiendo escalofríos en la nuca y se tapó hasta los ojos con sus sábanas para dejar de tiritar, acurrucándose como un feto.

Cuando amaneció no encontró a sus padres, solo una nota que decía:

"Hija, he llevado a tu mamá al hospital porque le duele la cabeza. Compré pan para el desayuno y mermelada. Cierras con llave cuando te vayas"

***

El aneurisma acabó con la vida de Isabel solo días después de la pesadilla de Natalia.

Fernando estaba destrozado. El teléfono sonaba todo el día sin que siquiera se preocupase por desconectarlo.

Natalia tenía esperanza de que el amor incondicional de su perro negro fuera suficiente para levantar el ánimo de su padre o, al menos, hacer su sufrimiento más llevadero. Pero Fernando empezó a evitarlo y ella no tenía idea de por qué.

Una mañana, mientras desayunaban en un silencio sepulcral, el perro los miraba, sentado, esperando que alguna migaja de pan caiga a su lado, como siempre solía hacer.

Fernando rompió el hielo:

"He estado soñando con el perro últimamente"

Natalia sintió escalofríos brotando tras sus orejas.

"¿Sí?"

Los ojos de Fernando estaban perdidos en el vacío, como si no viera nada de lo que ocurría frente a él, sino una maraña de pensamientos dentro de su cabeza. Masticaba con lentitud. Tragó y volvió a hablar.

"Desde que tu mamá se puso mal", respondió. "Lo veo sentado, mirándome en la entrada de mi cuarto, como cuando quiere que le demos de comer o sacar a pasear."

Dio otro mordisco al pan que tenía en sus manos y volvió a masticar con la paciencia de una vieja tortuga. Natalia no dijo nada.

Después de una larga pausa, Fernando añadió:

"¿Tú has soñado con él?"

Natalia decidió no decirle la verdad a su padre. Tras negarlo, inventó una anécdota trivial, tonta y más o menos alegre y ambos siguieron desayunando en una paz de mentira.

***

En la pesadilla de Natalia, su padre manejaba por una carretera infinita. El perro negro estaba sentado a su lado, en el asiento del copiloto y ella veía todo, aterrorizada, como un fantasma flotante al otro lado del parabrisas.

Ambos miraban al horizonte fijamente.

Ninguno tenía ojos.

Levantaron al unísono las cabezas, apenas lo suficiente para clavar en ella esos abismos eternos que la escrutaban.

Quiso despertar, pero no podía. Cerró los ojos y gritó con todas sus fuerzas, solo para no escuchar sonido alguno. La imagen que tenía en frente penetraba sus párpados con facilidad y se grababa en su mente como una marca de hierro al rojo vivo en la carne.

El vehículo chocó y Natalia despertó.

***

Natalia bajó del bus y sintió el frío aire de la sierra abalanzarse sobre sus mejillas.

La mochila que llevaba era pesada, pero el dolor de espalda era un minúsculo sacrificio que debía soportar para escapar de una pesadilla terrible, que se había hecho más real de lo que jamás imaginó.

Era el precio de empezar a construir una nueva vida sobre los cimientos de una tragedia.

Ella todavía tendría más sueños donde el perro negro la visitaría, sí. Se había resignado a soportarlo durante lo que le quedara de vida, pero albergaba un poco de esperanza de que fueran pesadillas menos frecuentes cada vez. En sus sueños, el perro la miraba fijamente desde lejos, con esos agujeros negros que tenía por ojos, inmutable, sentado y rígido como una estatua de obsidiana y justo antes de despertar, todo lo que veía era succionado hacia él y sentía cómo ella era arrastrada por una fuerza cósmica hacia esa mirada...

En esas noches, sus propios gritos la despertaban. Se veía empapada en sudor.

Nunca dejaría de culparse por todo lo que pasó, a pesar que no tenía forma de anticiparlo. Natalia fue una simple víctima, una insignificante coincidencia, un azar que se interpuso en el camino de algo que ella era incapaz de comprender: un horror para el que la vida humana solo era una casualidad desprovista de toda esencia y que usaría, sin considerar otra alternativa siquiera, para su propio placer.

La familia de Natalia no fue la primera, ni sería la última. 

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⏰ Last updated: Nov 05, 2019 ⏰

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