Capítulo 3 Recuerdos de un viento pasado

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Lo que recuerdo siendo tan solo una niña, era asomarme a las murallas de lo que se suponía era mi hogar, el viento soplaba fuerte dándome en la cara y retirándome mechones de mi rostro, respirando el ambiente de esta ciudad tan querida por mí. Me introducía por las aspilleras para estar más cerca de las nubes, y entonces soñaba que era un pájaro volador, que podía ver y sentir la inmensidad del cielo, de las nubes blancas, del roce del viento sobrevolando la llanura que recorre en su espacio, viendo de cerca la gran fortificación que me hace esclava y a la vez libre.

Cumplidos los diecinueve años, falto mi padre y dejo un gran vacío en mi corazón, tuve que continuar mi vida sin él, eche de menos sus enseñanzas, sus expresiones, su sabiduría, su cariño hacia su hija, porque me sentí inmensamente amada por mi progenitor, a pesar de su estricta educación. El castillo me quedaba demasiado grande, tenía que salir de allí, y lo hice, entonces fue cuando pude pasear por las calles estrechas de la ciudad, oler a geranios que la gente colgaba en macetas de barro sobre sus paredes blancas de sus hogares, casas pequeñas y acogedoras. Viví mi primera fiesta de los caballos del vino, probé esta bebida dulce, ¡me empipe un poco, por vez primera!, y conocí el primer amor, después vendrían muchos más. Era un músico, me cautivó por la armonía que manaba de su instrumento, un pequeño artilugio donde se amarraban unas cuerdas a cada lado, sonaba extraño, pero hermoso al mismo tiempo. Se llamaba Elías, tenía una cara simpática, era alegre, divertido, ¡muy divertido!, constantemente me hacía reír con su palabrería, y aunque no pude amarlo como él me amo, si tuve una necesidad imperiosa de estar junto a él, hasta que conocí a Antón, un poeta que me cautivo con la melodía de su voz, de sus palabras bien estructuradas, de su poder escribiendo armoniosos versos que hacían que todo mi cuerpo se estremeciera en un mar de sensaciones y gozo. Me invito a vivir en su hogar, fui dichosa durante un tiempo, hasta llegado el punto de casi casarnos, pero me volví a sentir esclava de un hombre, que solo me quería para él, yo quería seguir volando, seguir experimentando, seguir viviendo entre eruditos como Santos, Vélez, Leguía, y otros, que me enseñaron que la palabra escrita tiene poder, mucho poder, me codeaba con hombres muy interesantes y poderosos, y mujeres que aun siendo pocas, también compartían mi pasión por las letras, por la pintura, y por el arte en definitiva. Tuve amantes de todo tipo, incluso mujeres, pero el amor no llegaba a mi puerta, y aunque con Antón goce de una relación plena, no pude enamorarme del todo, pues teníamos una relación abierta a otras personas, y nunca sentimos celos el uno del otro, la posesión de un hombre y una mujer es amor verdadero, pero también esclavitud.

Gozaba escribiendo poemas de amor, poemas dedicados a la ciudad, a sus gentes, a su olor a geranio, a sus casas blancas, a su vino dulce, a sus fiestas en honor a la Vera Cruz, con sus caballos del vino, el baño de la cruz, las peleas entre moros y cristianos recordando lo que una vez fue, y costumbres arraigadas a su tierra, como el esparto y las esparteñas, su fidelidad con la familia y amigos, a su gastronomía que me envolvía de sabores ricos como el arroz de conejo, las migas con tajas, el pan de centeno, los mantecados y las ricas yemas que eran un deleite para el paladar.

Entonces me adentre en un mundo de hombres, y esa libertad de la cual gozaba se convirtió en esclavitud, podía hablar con ellos, podía incluso bailar para ellos, podía acostarme con ellos, cada noche con uno diferente, todos querían hacerlo conmigo, y yo me dejaba, convirtiéndome en una dama de compañía bien pagá. Cumplía la función de satisfacer al hombre con todas las habilidades adquiridas durante mi vida, pagaban un alto precio, y yo también, puesto que nunca me había sentido tan libre y esclava a la vez. No podía amar a un solo hombre o mujer, era incapaz, incluso llegue a provocarme casi la muerte, porque no podía más con mi existencia, hasta que conocí a un hombre que me libero de todo, un hombre que no quiso esclavizarme, que no deseaba más que mi felicidad emocional.

Tuvieron que pasar unos años, para que conociera al hombre que cambió mi vida por completo, al hombre que me salvo de una existencia oscura, solitaria, y cruel. Se llamaba Juan de Yepes, todos le conocían como fray Juan de San Matías, y más adelante como San Juan de la Cruz. Me lo presento mi esposo, en la primera visita que realizo a Caravaca, allá por el año 1579 porque tenía intención de fundar un convento junto con Teresa de Jesús, una mujer religiosa que decían tenia celebres visiones, ¡no llegue a conocerla personalmente! quería fundar un convento de carmelitas, vino pidiendo apoyo económico y moral. Me case con un caballero y comendador de la orden santiaguista, normalmente o eran frailes u obispos, o caballeros a las ordenes de los comendadores o maestres, o comendadores con posesiones de tierras y edificaciones. Mi esposo era caballero y comendador, además de hijo de maestre; lo conocí en mi condición más baja de mujer como dama de compañía, y se enamoro de mí, quiso sacarme de esa vida, y casi lo consigue, adopte la vestimenta cristiana de nuevo, y todas sus costumbres otra vez, incluso me volvió a convertir al cristianismo. Aunque con la condición de que yo podía continuar escribiendo poemas, y el accedió por tal de que me casara con él, tuvo que pedir permiso al rey para unirnos en matrimonio, una de las condiciones de esta Orden de Santiago, el rey no quiso darnos su aprobación porque sabía que yo tenía sangre árabe, ¡y porque también le gustaba como amante! ¡cosa que nunca reconoció públicamente por tener sangre mestiza! Lo hizo con otras, incluso acepto algún hijo bastardo, dándoles alguna propiedad para guardar silencio de sus altanerías nocturnas, entonces tuvimos que defender que también tenía sangre cristiana, y tras varios meses de negociaciones, y de meterme en su lecho alguna vez más, ¡sin que mi contrayente se enterase!, el rey nos consintió y pudimos casarnos, por mi nunca lo hubiera hecho, pero Santiago, así se llamaba mi querido esposo, si no lo hacía tenía que guardar castidad ante los ojos de todos, y aunque en secreto no lo era, tarde o temprano eso saldría a la luz, y durante el matrimonio me debía fidelidad y obediencia, y eso fue lo que me volvió a esclavizar como mujer, además del echo de volver al Real Alcazar, lo que me trajo recuerdos de mi infancia, una nostalgia triste que me ahogaba en lo más profundo de mi ser, recordando las enseñanzas de mi madre, que apenas pude disfrutar, porque en cuanto cumplí los doce años me falto de mi lado, ahora de nuevo entre estas murallas, de nuevo siendo una mujer que ya ni reconocía, cuando me llamaban —¡Jimena!—apenas respondía, pues no me acordaba de ese nombre cristiano por el cual me bautizaron, hacia tanto tiempo que la borre de mi existencia, tuve que rescatarla por amor a mi esposo, el único al que ame, de lo contrario jamás hubiera resucitado a Jimena, porque yo era y soy Abida. Estando en el castillo nos vino a ver Juan de Ayala, ¡ya famoso por sus poemas y versos!, los cuales tuve el privilegio de poder leer algunos de ellos, un hombre bajito y sonriente, un hombre cercano y austero, que aún habiéndolo conocido anteriormente, en esta ocasión pude comprobar más de su interesante conversación, enseguida hubo una atracción inmediata totalmente intelectual, me fascino su sabiduría y su templanza, como orador, como se expresaba, sus escritos extraordinariamente bellos que alcanzaron mi alma y mi ser más absoluto, nadie había sabido llegar hasta mi como lo hizo el, de esta forma tan espiritual, no me imagine que aquel hombre bajito que había conocido hace unos años, me causaría tal impresión ahora en su vuelta de una visita inesperada, en la cual vino solicitando el mismo favor que nos pidió, y Santiago le regalo una valiosa reliquia. Ame a mi marido hasta su muerte en el año 1587, yo contaba con veinticinco años, una piel suave y joven, no pude tener hijos lo que me hubiera servido de consuelo ante la pronta e inesperada muerte de mi amado esposo. Me hicieron varios abortos que casi me ocasionan la muerte, ¡ hubiese sido lo mejor!, y me quede infértil por siempre, quizás fue lo que más me peso en la vida, ¡o, no!, ese hijo o hija hubiera sido desgraciado o desgraciada al tener conocimiento de lo que yo había sido, una mujer de mundo, una mujer de muchos hombres, una pecadora, una mujer sin honra, la única honra que logré en mi vida fue estando en casamiento con mi esposo, y ni eso pude cumplir finalmente. Necesitaba volar constantemente, en mi matrimonio tuve que hacerlo en varias ocasiones, porque me ahogaba, estaba entre dos mundos, el árabe y el cristiano, a los dos los amaba por igual, mi matrimonio duró varios años hasta la muerte de mi esposo, lo ame, como no he amado a otro hombre, lo respete y lo venere hasta el fin de sus días. Tras su fallecimiento, nunca más pude pronunciar su nombre, fui incapaz de recordarlo, me olvide por completo de su existencia, me hice una coraza tan fuerte, que no quise mencionarlo nunca más, ¡que idiota!, lo saque de mi mente, pero jamás de mi corazón. Aunque tuve amantes mientras duro mi matrimonio, solo eran sustitutos de carencias que él no supo ni pudo darme, uno de mis amantes fue un poeta, Antón, volvió a mi vida, lo volví a ver en una tertulia de las que hacía tiempo que no asistía, me invito alguien de la corte, y fui acompañada de un noble, y allí estaba él, guapo "ladrón de corazones", le eche el ojo, me echo el ojo, y tuvimos una noche de amor, luego tuve de amante a un pintor que me hizo un retrato con atuendo árabe, se empeño en que quería verme en mi estado natural, ¡como si no lo fuera actualmente!, y me obligo a vestir como tal, y tras los episodios de mi vida como cortesana, también me ponía atuendo árabe, pero solo de forma privada, para salir a la calle vestía como una occidental, ¡no se lo que habrá sido de ese cuadro donde me retrato este hombre que me hizo sentir que tenía entre las piernas algo más que un simple sexo, ¡nunca había experimentado el placer en su más alto nivel, hasta que me hice amante de este joven pintor, ¿Cómo se llamaba? La memoria me falla, creo que era, Lutero, o algo así, un nombre extravagante como lo era el mismo, su vida era desorganizada, pero era inmensamente bello, y eso me atrajo muchísimo, aparte de su inminente atractivo a la hora de hablar y de moverse, era un libertino, le gustaba mucho el vino dulce, lo cual hizo que yo también lo tomase a todas horas, y me quedara cautivada por su sabor, y por el divertimento que me causaba al beberlo, lo que hizo que casi siempre me mantuviese más bien adormilada y al mismo tiempo muy feliz, y poco concentrada en mis actividades diarias, lo que provocó que viviera de una forma totalmente libertina, hasta que me cure de él, porque Lutero era mi enfermedad más que el vino dulce, al que llamaban adicción, el falleció y lo lamente profundamente, pero de lo contrario me hubiese arrastrado con él si hubiera durado más su vida, tras la agonía de su muerte, estuve muy entristecida, recluida en la fortaleza junto a mi marido, pero él no podía satisfacerme, se sentía mal por ello, era agónico estar a su lado, y de nuevo fui a caer en los brazos de Antón, pero este me abandono, tras la última noche de amor frenético que tuve con él, me posiciono entre elegirlo a él o a Santiago, y desde luego, mi marido era del cual yo estaba totalmente enamorada, aunque Antón, supo darme todo el cariño que una mujer desea en la cama, y lo cotidiano, pero mi esposo me conquisto el corazón, era un hombre poderoso, atractivo, inteligente, sabio, formado, culto, e hizo que su personalidad y belleza me envolvieran en una nube, la única nube a la que he podido tocar de verdad, lo admiraba con tal profundidad que era incapaz de amar a otro ser como a el. Aunque Antón era bellísimo, encantador y muy inteligente, vivaz y alegre, un hombre de mundo, nunca pudo sustituir la admiración que sentía por mi esposo. Santiago quedo mal herido y perdió la movilidad de sus extremidades inferiores, debido a un enfrentamiento en la guerra, lo que hizo que no pudiera satisfacerme, quería darme hijos, y por eso consintió a mis amantes, pero era yo la que no podía ser madre, debido a mis interrupciones de embarazo mientras estuve como dama de compañía, hizo que mi aparato reproductor se parara. Mi esposo no entendía porque razón no quedaba en cinta, finalmente la tristeza de no poder satisfacerme como hombre, el verse confinado de por vida atado a una cama, mandó que los médicos le trajeran un veneno para alcanzar su paz final, y eso a mi me destrozo, porque yo estaba dispuesta a cuidarlo de por vida, aunque me costara mi libertad, a partir de ese momento me sentí de nuevo esclava, de mi misma. Consintieron que me quedara por un tiempo entre ellos, pero al no encontrar un nuevo esposo, me acogieron en un convento de monjas donde cuidaron de mi, en mi confinamiento su estructura diaria la tenía que cumplir a pies juntillas, lo que nunca mi marido me había obligado a hacer como a otras esposas, misa diaria, rezar veintitrés padres nuestros todos los días delante de las hermanas o madre superiora, tomar el sacramento de la Eucaristía todos los domingos y ayunar dos cuaresmas, ¡y que decir de mantener el celibato mientras tanto!, yo una mujer joven de veinticinco años, en pleno esplendor de belleza y juventud, finalmente sus condiciones eran tan estrictas que me asfixiaron por completo, quise morirme otra vez. Pedí clemencia a los Trece, al maestre mayor, al obispo, a la madre superiora, incluso al propio rey, pero no se fiaron y me echaron del Real Alcazar, unos aludieron a mi condición árabe, cuando estaba convertida desde mi nacimiento, les demostré mi lealtad con ellos al casarme con uno de ellos, seguí sus costumbres, me vestía como ellas, mi confinamiento en el convento durante un año siguiendo sus reglas, me acusaron de no ser como ellos, diciendo que yo no pertenecía a esas tierras, las mismas que me vieron nacer, las mismas que me vieron crecer, las mismas que he amado y trabajado. Me resguarde por un tiempo entre mis diversos amantes, porque ninguno me satisfacía lo suficiente como para quedarme más de dos días, era musa de alguno de ellos, pero un día me volví a tropezar con aquel hombre bajito, vestido con una sotana marrón y una caperuza, me llamo la atención, bese sus manos, y el me dijo que no hiciera eso, que éramos iguales, y yo le dije— ¿iguales? –muy extrañada de que este hombre tan inteligente me dijera tal cosa, había venido para asistir a las hermanas del convento que había fundado un año atrás de Nuestra Señora del Carmen de Carmelitas Descalzos, aquí en Caravaca de la Cruz, además me comento que hizo una inesperada visita a las Fuentes del Marques quedando maravillado por su belleza natural, de echo escribió varios poemas dedicados a esta maravilla de la naturaleza caravaqueña, donde árboles milenarios, se funden con el río de aguas cristalinas, que da paso en su camino, contrastando con los muros de piedras de viejas fortalezas templarías, ya abandonadas a su paso, y una vegetación variada muy verde y colorida, distinguiéndose entre las nubes blancas y el azul del cielo encapotado de aves que sobrevuelan y cantan al compás haciendo bellas melodías que anuncian la pronta primavera, el regreso del verano y la despedida del invierno.

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