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Cuando llegué al Salón Central me costó unos minutos adaptarme al nuevo aspecto que tenía el lugar que había sido mi hogar por tantos años.

Bordeando los muros del palacio había centenares de fotógrafos y reporteros intentando tener un vistazo de las 35 muchachas que visitarían el palacio por los próximos meses, obligando al equipo de seguridad que me acompañaba a escabullirse por la puerta lateral, que normalmente se usaba para mercancías e inventario, para así poder entrar de una vez por todas al recinto.

El servicio me había saludado con una reverencia tras mi inesperada llegada y a pesar del aprecio que mostraron, la mayoría continuaron preparándose para la gran cena a la que serían sometidos en la noche.

Varias doncellas habían agarrado ya mis maletas y las subirían a mi habitación en el transcurso del día, mientras el resto del servicio me repetía una y otra vez que me vendría bien dormir un poco antes de la gran noche. Sin embargo, antes de tomarme mi merecido descanso en la recamara, quería echar un vistazo a las personas que me habían costado la tranquilidad de mi viaje.

Subí unas cuantas escaleras y caminé por los amplios pasillos hasta la Sala de mujeres donde se estaban preparando la manada de estilistas y diseñadores que habían contratado para arreglar a las chicas, y que yo, a juzgar por mi aspecto, debía evitar a toda costa.

A unos cuantos pasos las puertas del Salón Central se encontraban abiertas de par en par, inundando al pasillo entero con la luz que traspasaba las ventanas y la charla de las decenas de chicas que parecían demasiado animadas para lo que les esperaba.

Apoyándome en el marco de la puerta, comencé a recorrer con la vista a cada una de las personas que abarrotaban aquel Salón y logré reconocer a unas cuantas de las jovencitas que habían estado dando entrevistas toda la semana, ansiosas por su llegada al palacio.

Sus aspectos eran casi tan variados como sus actitudes: al fondo una morocha se balanceaba rápidamente sobre su propio peso, mientras charlaba con una morena que se mordía las uñas con la mirada perdida, y al otro lado del salón una alta pelinegra con una botella de champán en la mano reía a carcajadas, acompañada de una rubia de aspecto mayor que la abrazaba por los hombros. No pude evitar burlarme un poco de la escena. Aquellas chicas no tenían ni idea del aprieto por el que iban a tener que pasar.

- ¡Hola!- me giré rápidamente para ver a una chica de pelo castaño y figura deportiva correr a mi lado, aprisionándome entre sus brazos. Mi rostro dibujó una sonrisa por su amabilidad y entusiasmo, había pensado que todas las chicas estarían tan distraídas en su competencia que ni notarían mi existencia - Creo que eres la última en llegar.

Al fijarme en su rostro me di cuenta de algo que había notado en una de las entrevistas que había visto.

- Eres Anna, ¿verdad?- La chica asintió, suponiendo que la mancha que le cubría la mejilla la había delatado.

- Lo siento, no puedo recordar tu nombre- en los ojos de la muchacha había autentica preocupación, como si sintiera que estaba olvidando algo de suma importancia-, pero es un gusto conocerte- añadió.

- Oh, soy Marley- respondí extendiendo la mano, con una sonrisa- el gusto es mío.

La chica no titubeo para estrecharme la mano con una sonrisa mucho más grande que la mía.

- Me gusta tu vestido- comenzó. Reconocí que estaba intentando mostrarse amigable, pero por alguna razón presentía que era la única que había decidido implementar esa estrategia-, no sabía qué podíamos traer y que no, pero ahora que lo pienso un vestido hubiera sido mucho más apropiado.

La chica bajó su mirada hacia sus jeans desteñidos y su blusa aireada con timidez.

- ¿Pero qué dices?- contesté, rodando los ojos- si me hubieran dejado escoger un pantalón no me lo hubiera pensado ni dos veces.

Anna frunció el ceño por un momento, pero terminó sonriendo con el mismo entusiasmo de siempre.

- Tal vez si lo pedimos tú podrías usar jeans y yo podría usar vestidos- se encogió de hombros.

- Estoy segura de que tus doncellas ya prepararon docenas de vestidos para ti- respondí entre risas.

- ¿Mis doncellas?- preguntó la chica con confusión en la mirada.

La conversación se vio interrumpida por el murmullo de las personas que pasaban a nuestro lado, a través de las puertas.

- Anna, es hora- una chica había corrido hacia nosotras con la mirada fija en mi acompañante. Tenía el cabello rubio tinturado de rosa y llevaba un vestido blanco ajustado a la figura. Rebusqué en mi cerebro mientras conversaban y concluí que no la había visto antes, ni en entrevistas ni en el anuncio de las candidatas, por lo que supuse que habría cambiado su aspecto justo antes de venir - Soy Juliet - se giró a mi y levantó la mano en señal de saludo.

Juliet Clearwater, recordé, era una de las candidatas predilectas del público. En las fotografías y entrevistas su cabello era completamente castaño y no llevaba tanto maquillaje como en ese momento.

- Marley- respondí, devolviéndole el gesto- me gusta lo que hiciste con tu cabello- noté, intentando ser tan amable como Anna hace un momento.

La chica me dedicó una sonrisa de autosuficiencia y rodó los ojos - Tenía que hacer algo por mí antes de volverme propiedad de ellos- encogió los hombros y señaló con un dedo al techo.

Me gustaba su actitud. Desde que era una niña sabía qué pasaría en algún momento: entendía los motivos y comprendía que era la única manera de lograr su cometido, pero nunca había estado de acuerdo con la forma en la que pretendían llevarlo a cabo. Aquellas señoritas iban a tener que pasar por humillaciones, alegrías y maltratos a la luz pública, debían jurarle lealtad a una persona a la que ni siquiera conocían y todo para que un príncipe caprichoso y mimado que se negaba a salir de las cuatro paredes en las que había vivido toda su vida pudiera encontrar una persona con la cual mantener el linaje real. La selección no era más que un puñado de chicas obligadas a ofrecerse a la venta, a mi parecer.

- Callate, Juliet- le reprochó Anna, con la mirada fría- ¿y si alguien te escucha?

- Pues que lo hagan- respondió la otra con disgusto en el rostro- a lo mejor me mandan a casa de una vez por todas.

Por lo que había oído, Juliet era hija de una familia poderosa de la costa este, a lo que supuse se atribuía su aspecto lujoso. Si no quería estar allí por voluntad, ni necesitaba el dinero que suponía la recompensa, ¿por qué estaba allí? Había escuchado a algunas de las candidatas decir en entrevistas qué se postulaban porque el príncipe les parecía atractivo, pero Juliet no parecía una de esas chicas.

- Uhm, ¿decías que era hora?- pregunté, intentando aligerar el ambiente.

- Sí- la chica sacudió la cabeza, como si intentara ordenar sus pensamientos, y se volvió a Anna otra vez- , somos el siguiente grupo.

- Deberías buscar tu grupo- me sugirió la otra con la misma sonrisa de siempre-. Oí que entre más rápido te arreglen más pronto podrás reunirte con el príncipe.

- Oh, yo no...- antes de que pudiera explicarme salieron corriendo por el pasillo, dejándome con las palabras en la boca.

Me giré a ver a las pocas chicas que quedaban y concluí que estaban demasiado preocupadas o eufóricas como para notar mi presencia, por lo que decidí salir hacia el pasillo.

El tronoWhere stories live. Discover now