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Salí del pasillo y subí las escaleras principales al cuarto piso, donde suponía se encontraba  escondida la persona que más esperaba ver. 

Tan pronto como encontré la puerta del despacho entre el laberinto de pasillos, toqué la puerta y me aplané el vestido, esperando a que alguna doncella me diera permiso de entrar. 

La puerta se abrió e inmediatamente me agaché en una reverencia un tanto vergonzosa. No había olvidado el protocolo del palacio, ni mucho menos había perdido la práctica, pero me sentía incomoda irrumpiendo de esa manera en un sitio que no me pertenecía, o por lo menos no lo había considerado como tal desde hace mucho tiempo.

- ¡Marley! - levanté la mirada para ver cómo la señora que corría hacia mí me encerraba entre sus brazos. No pude evitar soltarme en risas, aliviada - ¿Cómo estás, cariño? ¿Por qué nadie me dijo que habías llegado? ¿Llegaste bien?- lanzó con emoción mientras me sostenía de los hombros. 

La reina Andrea era una mujer cariñosa y casi siempre mantenía una sonrisa plantada en la cara, incluso en los momentos en los que te sentías de la peor manera podía sacarte una igualita. Su larga cabellera rubia se encontraba envuelta en un recogido y su vestido era tan pomposo que la obligaba a encorvar la espalda para alcanzarme. Su rostro no había envejecido un solo día y todo en su aura era justo como lo recordaba.

- Sí, señora- bajé la mirada al recordar lo que venía a hacer-. Lamento molestar, solo será por un par de semanas, lo prometo.

- ¡Tonterías!- exclamó - No molestas para nada, linda.

Le dediqué una pequeña sonrisa que me costó sacar desde lo profundo de mi ser. Sin importar lo que dijera no lograría convencerme de que no haría estorbo o de que el lugar dejaría de sentirse ajeno a mí. 

- Además, me vendría bien una ayuda con la "situación"- no pude evitar soltar una pequeña risa mientras la reina hacía comillas con los dedos -. Mi hijo quiere casarse y yo soy la que debe hacer todo el trabajo, ¿puedes creerlo?

Solté otra carcajada, siguiéndola hasta la mesa, donde tenía centenares de hojas de papel esparcidas en desorden y libros apiñados en la esquina. 

- Puedo ayudar en lo que sea- comencé, aun un poco dudosa sobre mi situación -, solo necesita pedirlo.

- Lo sé, Marley, no lo ponía en duda- me dedicó una mirada de cariño mientras se sentaba-. ¿Ves por qué insistí tanto en que vinieras? Podemos ayudarnos la una a la otra.

Mi actitud cambió inmediatamente. No quería parecer grosera, pero tampoco quería su ayuda. Me encontraba perfectamente bien y no necesitaba que nadie, en especial la reina, cuyas responsabilidades eran mucho mayores de lo que yo podría siquiera imagina, cuidara de mí. 

- Lo siento, su majestad, pero no considero que...-

- Marley- me interrumpió, con una mirada seria que haba visto pocas veces en sus ojos, pero nunca dirigida directamente a mí -, no tienes que hacer esto sola. 

Sentí como mi rostro se calentaba y mi mirada se tensaba, pero no podía evitarlo. No iba a hacerme cambiar de opinión de ninguna manera. 

- Pero...- intenté replicar, otra vez.

- Ya tomé la decisión, cariño, no intentes convencerme de lo contrario- la reina tomó aire con fuerza, como si le costara mantener la conversación- no lo tomes como sugerencia, porque no lo es.

- Pero...- repetí.

- Si no me vas a respetar como tu tutora legal- se levantó de la silla con una mirada aún más rígida y, a decir verdad, aterradora, obligándome a dar un paso hacia atrás-, te servirá recordar de que soy tu reina. 

Tragué saliva. La había escuchado usar esa expresión con sus propios hijos muchas veces, pero nunca me había hablado a mi de esa manera. Mi expresión se relajó un poco al caer en cuenta de que no podría pelear con ella. La mujer estaba intentando hacer lo que consideraba mejor para mí y yo solo seguía tratándola como una desagradecida. Sentía vergüenza de mi misma, pero no podía evitar sentirme como si me estuvieran privando de mi libertad. 

Yo no era miembro de la realeza, nunca lo había sido ni lo sería. Mi madre siempre me había dejado claro que aunque el palacio me ofreciera un techo sobre mi cabeza, nunca sería mi hogar porque yo era diferente a ellos, yo podía permitirme salir de esas cuatro paredes sin que la gente me reconociera o reprochara, y eso era algo que tenía que aprovechar al máximo. 

- Mira, Marley- comenzó la reina, masajeandose la sien-, no pretendo que lo entiendas, pero no te abandonaré sabiendo que ahora eres mi responsabilidad. 

Rodé los ojos, rogando para que no viera la expresión de desagrado que se había formado en mi rostro. 

- Lo necesitas- afirmó. En ese momento colmó mi paciencia y pude notar como se aceleró mi respiración en un intento de contener la rabia. Esa mujer no tenía ni idea de lo que necesitaba, ¿y cómo? si ni estaba dispuesta a escuchar nada de lo que le dijera -. Puedes marcharte.

Levanté el rostro y me giré hacía la puerta con el pequeño rastro de paciencia que me quedaba. Podía obligarme a vivir allí, pero no podía hacer que me gustara. 

Me quedaría en mi habitación todo el día y me ocuparía en mis cosas de la misma manera que lo haría en mi casa, sin doncellas revoloteando a mi alrededor ni cenas ostentosas con un montón de muchachas con aire en la cabeza que no tenían ni idea de donde estaban paradas. 

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⏰ Last updated: Apr 19, 2020 ⏰

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El tronoWhere stories live. Discover now