La llama del poder

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Después de meses de búsqueda, por fin había alcanzado el misterioso y gélido cementerio de barcos. Las leyendas corrían por todo el mundo sobre este hechizante lugar. Se decía que, entre los más de mil barcos que allí se encontraban, estaba la llama del poder. Una llama inmortalizada en miles de historias, con miles de usos diferentes. Pero la verdad era que nadie conocía su poder real, ya que nadie había llegado a encontrarla. O, por lo menos, nadie había vuelto para contar la historia.

Los ojos ámbar de la joven repasaron todo el sitio desde lo alto de uno de los mástiles de uno de los barcos. Le pareció ver una luz provenir de uno de ellos, aunque también podía ser su imaginación jugándole una mala pasada. De igual manera, aquél lugar era tan buen comienzo como cualquier otro, ya que no tenía pistas sobre dónde dirigirse ahora. Bajó con agilidad hasta el suelo del barco, y luego por la cadena del ancla hasta volver a notar la tierra firme en sus pies. En cuanto tocó el suelo, una sombra se acercó hacia ella corriendo. Se agachó y acarició la cabeza del perro que la había acompañado desde hacía un par de semanas.

-¿Te diviertes? Hay muchos sitios para explorar, ¿verdad Jack? ¿Que llevas en la boca?

Le quito lo que mordía el perro. Era un hueso, parecía una costilla. Prefirió no analizarlo antes de averiguar si podía tratarse de una parte del esqueleto humano, así que se la devolvió al canino. Se estiró y prosiguió la marcha, dirigiéndose hacía la dirección de la luz que creía haber visto. Parecía que caminara sobre un mar blanco, donde solo los barcos salían gloriosos. Fantasmas de lo que eran, pero aún así, imponentes. Las telas rasgadas y oscuras de la humedad se balanceaban al vaivén del viento, como un baile con una melodia silenciosa. Las cadenas y cuerdas estaban llenas de espinas de hielo, todas apuntando en la misma dirección a causa del gélido viento. Enfrente suyo, una montaña de escombros de diferentes partes de barcos. Lo escaló con seguridad, ayudando a su compañero, hasta llegar arriba. Delante suyo tenía el barco más grande que había visto nunca, con un enorme agujero en su caparazón. De dentro, salía una luz potente, y aún así, cálida, que la invitaba a entrar.

Miró al perro antes de respirar profundamente, dirigiéndose hacia el agujero. Entró con facilidad, notando el calor recorrer su piel. Se retiró la capucha, dirigiéndose a la fuente de luz, que salía de lo que parecía el camarote del capitán. Entró a la sala, completamente vacía excepto una mesa con un bol y un espejo a la derecha de este. Cuando se acercó, observó un pequeño collar de color fuego, resplandeciendo como si de una pequeña estrella fuera, pero sin herir los ojos.

- Lo he conseguido...

Se acercó al collar, como hechizada. No apartaba la vista, parecía que ni siquiera parpadeaba. El perro se había quedado en el marco de la puerta, observando la escena sentado, pareciendo entender una verdad invisible para la chica. Ella, sin embargó, se acercó lo suficiente para rozar el collar, comprobando que no la hiriera de alguna forma. Seguidamente lo sacó del bol, elevándolo hasta tenerlo enfrente de los ojos. Era un collar simple, un cordón negro delicado y una perla del tamaño de una ciruela. Esta parecía tener el fuego mismo dentro, moviéndose al ritmo de los movimientos de la chica. Se lo colocó en el cuello, con delicadeza. Cogió el pequeño espejo, admirando su reflejo, cuando una sombra detrás de ella la hizo girarse con rapidez, dejando caer el espejo. Delante suyo había un hermoso joven de cabello negro y ojos rojos, que con agilidad, cogió el espejo antes de que tocara el suelo. Luego se volvió a erguir, mirando a la chica con una ceja levantada.

- Esto ha sido más fácil de lo que esperaba, muchas gracias por tu ayuda.

Dijo en tono irónico el extraño personaje. No le dio tiempo a decir una palabra antes de notar como el suelo bajo ella la empezaba a absorber. Cuando intentó agarrar al chico para que la ayudara, unas cadenas salieron del suelo, atrapándola de las muñecas y obligándola a bajar los brazos. El joven se acercó, con una sonrisa siniestra que destrozaba su hermosa cara, quedando justo enfrente suyo.

- No te lo tomes como algo personal, pero para seguir existiendo en este plano, necesito almas frescas.

Las lagrimas salieron de los ojos de la chica, mientras gritaba y forcejeaba para intentar liberarse. El joven simplemente le cogió el collar otra vez, ignorándola completamente, hasta que el silencio se apoderó otra vez de aquel barco destruido por el paso del tiempo. Se acercó a la mesa y colocó el colgante con delicadeza otra vez en el bol. Sonrió de medio lado antes de dirigirse a la salida, convirtiéndose por el camino en el perro que había acompañado a la chica en sus últimas semanas. Una pequeña ironía de la vida, pues quien ella había creído que sería un inseparable compañero, acabo siendo su verdugo.

Historias del valle de los sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora