Amely

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-Amely, actívate.

La caja se fue encendiendo, activando a la androide que estaba en el interior. Lentamente, levantó la cabeza, haciendo que las mangas de la chaqueta bajaran hasta los codos. El tatuaje con su código de barras ahora era visible, pero ya hacía tiempo que le daba igual. Se acabó de despertar y miró a su amo, sonriéndole.

-Buenos días amo. Dígame, ¿qué le apetece escuchar hoy?

-Traigo un nuevo CD de canciones. Creo que te van a gustar. Con tu voz, quedarán hermosas.

Ella sonrió mientras él insertaba el CD. En cuestión de segundos, vio las letras y los acordes de la música en su cabeza gracias a la conexión que se encontraba en su nuca. Cerrando los ojos y llevando una de sus manos al pecho, empezó a cantar una dulce balada romántica. La música llenó el cuarto, y el joven delante de ella se sentó en una de las butacas, cerrando los ojos mientras movía la cabeza al ritmo de la melodía.

Ya hacía más de 70 años que cantaba para aquella familia, día tras día. Y aunque al principio le había costado, le había cogido cariño a hacer aquello. Aunque si fuera por ella, la verdad es que habría preferido tener una vida normal. Pero tuvo mala suerte.

Aquel día, estuvo en el lugar y el momento incorrecto. Hacía poco que se había mudado a la capital, después de acabar sus estudios. Había conseguido un apartamento en un edificio a las afueras. Era un sitio muy tranquilo, o así se lo vendieron. Aunque nadie que vivía allí lo sabía, ni siquiera se lo imaginaba. Acababa de llegar y estaba subiendo a su apartamento en el ascensor, feliz tras haber entregado su currículum en un par de empresas de buena reputación. Nunca llegó a su piso.

El edificio se derrumbó de golpe. Los del primer piso, contrabandistas de armas ilegales, habían sido timados por la banda rival. Les habían colocado entre toda la carga una bomba activada a distancia, que fue la causante del derrumbe. Antes que la policía llegara, un grupo de la banda revisó los escombros, buscando quién hubiera sobrevivido. Por suerte o por maldición, ella fue una de ellos. La mayoría de sus órganos estaban lastimados, y su cuerpo había perdido la capacidad de moverse. Pero seguía viva. Y en esa época, aún se podía salvar.

Junto unos cuantos vecinos más suyos, la llevaron al cuartel. No se despertó en ningún momento tras la explosión hasta después de su "renacimiento". Tras muchas horas de cirugía, la habían salvado, a cambio de un gran coste. Había dejado de ser humana, pues su cuerpo de cuello para abajo era un robot. Lo único que habían conservado intacto era su cabeza y su voz.

Tardó en adaptarse al cuerpo nuevo. Y en cuanto lo hizo, la utilizaron para sus propios planes. La chica que había llegado a la ciudad hacía unos días estaba muerta según el informe policial. Había desaparecido. No era nadie. Solamente un número.

Cada día, su cuerpo era vendido al pujador más alto. Aún siendo una androide, podía sentir cuando la tocaban, cuando la utilizaban. Así, día tras día, fue vendida a la lujuria de hombres desconocidos. Al principio gritaba y se intentaba revelar, pero su cuerpo ya no era de su control, sino de ellos. Por mucho que luchara, siempre le hacían lo que ellos deseaban. Lloraba y gritaba de frustración, de dolor, de ira. Pero nada de aquello los paraba, más bien los alentaba a seguir jugando como quisieran con ella.

Nunca supo cuánto tiempo estuvo en aquella red de prostitución. ¿Fueron meses? ¿Quizás años? No lo notaba, su cuerpo ya no envejecía, y la rutina había acabado trastornando a su mente. Después de que utilizaran su cuerpo, volvía a aquella sala con el resto de chicas. Cada una a su cápsula, conectándose para tener energía para el día siguiente. Poco a poco, había ido olvidando su pasado. Sus padres. Sus amigos. Sus recuerdos. Su nombre. Solo había una cosa que seguía haciendo, cantar.

Aquél día no fue diferente. Como cada día antes de salir a la venta, cantó. Eran ellas en aquella pequeña habitación, esperando la señal para salir. Y mientras, ella cantaba, soñando que se iba de allí. Pero todo sueño acababa cuando se despertaba, con aquél sonido estridente que le indicaba que tenía que salir.

Una puja normal, como cada día. Cuando esta acabó, cada una de ellas fueron a su habitación designada. Ella se sentó al borde de la cama, esperando que llegara su comprador y le dijera que quería que hiciera. No tuvo que esperar mucho a que llegara, aunque la petición le sorprendió.

-Canta.

Solo dijo aquella palabra, pero fue suficiente para ella. No pregunto, no dudo. Empezó a cantar, cerrando los ojos, dejándose llegar. Cantó la única canción que recordaba y que cantaba día tras día. Cuando acabó la canción y abrió los ojos, el hombre ya no estaba allí. Se quedó sentada, con los ojos abiertos de par en par, sin saber qué hacer. Pasó poco tiempo, que a ella se le hicieron eternos, antes de que volviera con uno de los guardas.

-Te vienes conmigo, vamos.

Aquel fue su último día en aquel sótano escondido del mundo. El hombre le había llevado a su mansión, y contrató a técnicos e ingenieros para crear aquella caja de música. Ella se colocó como le ordenaron, notando como la conectaban y hacían pruebas. Una vez todo estuvo en su sitio y comprobado que funcionaba correctamente, el hombre se acercó con un CD en la mano, deseoso de probar su nuevo entretenimiento. Sin embargo, se quedó un segundo con el CD en la mano, mirándola.

-¿Como te llamas?

-No lo recuerdo.

Asintió, como esperando aquella respuesta. Miró el CD una última vez antes de introducirlo, y justo cuando le daba al botón de reproducción, le dijo.

-Entonces, en honor a la primera canción que cantarás en esta casa, te llamarás Amely. 

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⏰ Last updated: May 05, 2020 ⏰

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Historias del valle de los sueñosWhere stories live. Discover now