Capítulo 2: Sin rodeos

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Zach

Al parecer el destino, la suerte o lo que sea, no estaba a mi favor en el día de hoy. Lo puedo confirmar en cuanto el odioso abogado de mi abuelo entra a mi despacho. No es que el Licenciado Smith sea una persona desagradable, pero su presencia sólo puede significar una cosa: problemas.

-Buenos días, Zach. -Estrecho su mano a modo de saludo. Antes que pueda decir algo continúa.- Bueno, voy directo al grano porque tengo prisa. Como ya sabes, tu abuelo estipula claramente en su testamento que para que mantengas tu puesto como socio mayoritario de Carter LLC, debes estar casado antes de que se cumpla un año de su muerte y te recuerdo Zach, que faltan tres meses para que este plazo caduque. Esto significa que si no te casas en menos de tres meses, tu tío Andrew procederá a ser dueño en propiedad de las acciones y, por consiguiente, socio mayoritario de Carter LLC.

-Pero es que es injusto, yo he manejado los negocios familiares desde hace ya ocho años y tenemos más contratos que cuando mi abuelo y mi padre eran dueños. -Pellizco el puente de mi nariz y remuevo mis anteojos.- La junta de socios me adora y lo sabes, poner a Andrew hará que la empresa se vaya en picada.

-Lo sé, pero te recuerdo que como el notario de tu abuelo, yo debo velar que su voluntad sea cumplida. Su voluntad es que su nieto mayor se case para mantener el control de la empresa familiar; yo solo te aviso para que no te tome por sorpresa y que no lo pierdas todo por testarudo. -Observa su reloj.- Me tengo que ir, hay cosas más importantes que estar aquí peleando contigo que eres un testarudo. Tal vez si mejoraras eso y una que otra cosa más, tendrías una esposa.

-¡Estoy perfectamente viviendo mi vida en soltería! - Exclamo mientras éste ríe. Lo apunto con mi dedo índice.- Es en serio.

-Como tú digas, Zach. -Dice mientras sale de mi despacho.-

Y se fue, dejándome solo en mi oficina, pensando en cómo rayos iba a conseguir una esposa en menos de tres meses para no perderlo todo. Después de pensar por un par de horas, recuerdo algo. ¡El contrato de San Valentín! Abrí mi portátil y accedí a mi correo electrónico universitario. Si mi memoria no fallaba y las estrellas se alineaban, el contrato debía estar en ese correo electrónico. Recuerdo haber enviado ese dichoso trabajo un minuto antes de la hora de entrega. También recuerdo al profesor reuniéndome en su oficina para decirme que aunque había hecho un buen trabajo en la redacción del documento, uno no puede poner a las personas a firmar contratos de matrimonio así porque sí. No obstante, nos reímos del mismo y no pensé más en el dichoso contrato. Eso hasta hoy, diez años después que tengo el contrato que me salvó de no reprobar el semestre y que ahora me salvará de no perder el patrimonio familiar.

Me siento como una mierda haciéndole esto a la chica de cabello verde con piernas de infarto. Aún recuerdo aquella tarde, había otras personas en la vivienda, el contrato bien podría haber sido de un préstamo de un lápiz, pero yo quería hablar con aquella chica del cabello verde y los ojos café más hermosos que un hombre podría ver. En un inicio escribí el contrato a modo de chiste, pero a medida que la cafeína dejaba de hacer su efecto, mis acciones se volvieron más irracionales. Así que en un ataque de locura decidí tocar su puerta con el contrato más ridículo de la historia de la abogacía. Ahora podría decir que valió la pena, pero el solo pensar en ese ángel que decidió hacerme un favor a cambio de una pizza, un pastel y una botella de vodka, me retuerce la conciencia. No obstante, tomé el teléfono de mi despacho y marqué a la línea directa a mi secretaria.

En menos de treinta segundos Margaret estaba de pie frente a mi escritorio. Era una mujer de unos cuarenta y tantos años, se veía bien para su edad pero hasta ahí. Llevaba trabajando para esta empresa más de veinte años y siempre que podía, me traía algún contenedor de comida casera, ya que según su criterio, estoy desnutrido.

Legalmente míaWhere stories live. Discover now