Capítulo 11

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Tres horas después, miro la carretera alucinada mientras no dejo de pensar qué estoy haciendo allí.
Si es que soy una facilona. A mí me convence cualquiera, y más si ese cualquiera es el morenazo del Caramelito.
Sinceramente, no hay quien me entienda. Tan pronto corto un besazo que llevaba a lo que yo quería, como me embarco en un viaje con el último hombre de la Tierra con quien debería hacerlo.
Pero bueno. La cosa está hecha, y ahora sólo pienso en disfrutar y pasármelo bien.
Al atardecer, llegamos a Las Vegas.
No es la primera vez que estoy allí.
Mientras esperamos a que un semáforo se ponga en verde, reconozco un hotel y suelto una risotada.
—¿De qué te ríes?
Con guasa y con complicidad, cuchicheo:
—Te cuento una cosa si prometes que no se lo dirás a nadie.
—Cuenta —dice Sasuke.
Cuando voy a comenzar, de pronto me paro y afirmo:
—Que quede claro que te cuento esto porque Ino y Hinata te quieren como si fueras de la familia y sé que puedo confiar en ti. Pero, si esto sale a la luz, te juro que te despellejaré vivo, ¿entendido?
Dicho eso, le relato que la última vez que estuve en Las Vegas fue para celebrar la loca boda de mi amiga Ino con Sai. Entre carcajadas le cuento lo escandalosamente vestidas que íbamos Ino,  Temari, Azumi y yo, y Sasuke no puede parar de reír. Vamos, ¡como que hasta llora de la risa con lo que le explico!
Una vez dejamos el coche en el parking del hotel, cogemos nuestro equipaje y caminamos hasta la recepción. Allí, reservamos dos habitaciones que Sasuke se empeña en pagar él. Me niego, yo cargaré con mis gastos. Aun así, al final acepto a cambio de que me deje pagar la cena. Las habitaciones están la una frente a la otra, quedamos para una hora después y, cuando cierro mi puerta, voy corriendo al baño. ¡Tengo una urgencia!
Cuarenta y cinco minutos después, tras una duchita que me deja como nueva, miro mi maleta. ¿Qué me pongo?
Tras mucho pensar qué ponerme para cenar, al final me decido por un vestido azulón de esos que no se arrugan y unos bonitos zapatos negros que he traído.
Cuando Sasuke llama a mi puerta, abro y lo veo fantástico.
¡Jesusito de mi vida! El tío es puro pecado, y yo soy una gran pecadora.
Vestido con un pantalón oscuro y una camisa burdeos, está impresionante.
Pero, vamos a ver, ¿cuándo no lo está?
Durante todo el tiempo que hemos estado juntos, no se ha propasado lo más mínimo, ni ha dicho nada que pudiera hacerme sentir incómoda, aunque su mirada me inquieta, me perturba en más ocasiones de las que me gustaría.
El problema no es él, soy yo. Y voy a tener que poner freno a mis instintos salvajes si no quiero jorobar el viaje y nuestra amistad.
Una vez salimos de mi habitación y bajamos a la primera planta del hotel, pasamos a una enorme sala de máquinas tragaperras de todos los tamaños y colores y jugamos durante un rato. Yo me dejo llevar por la euforia y Sasuke no puede parar de reír; parece que le hace gracia todo lo que digo o hago. Al final, ganamos más o menos lo que perdemos, y decidimos irnos a cenar.
Durante la cena, el buen humor entre los dos continúa. Hablamos como siempre de mil cosas y sale el tema de la boda de su hermano. Según Sasuke, casarse es un gran error. Según yo, el error no existe si lo haces con la persona adecuada.
Y, como soy una bocazas que va de dura pero aún cree en el amor, le confieso que siempre he querido casarme a pesar de las decepciones que he tenido con el género masculino.
¡Dios, se me está soltando la lengua!
Él me escucha. No dice nada y, cuando por fin cierro esa bocaza llena de dientes que Dios me ha dado, simplemente sonríe y se guarda lo que piensa.
Cuando llega la cuenta y él hace amago de sacar la cartera, me pongo seria, lo amenazo con cogerme un autocar de vuelta a Los Ángeles si se le ocurre pagar la cena y, finalmente, y tras mucho batallar, se da por vencido. Aun así, sé que le molesta, ¡pero me importa un pito! Soy una mujer independiente y puedo invitar a cenar a un hombre. No necesito que me inviten siempre.
Luego decidimos tomar algo y, cuando veo un letrero luminoso de Mariah Carey, pregunto:
—¿Actúa esta noche aquí?
Sasuke, que, como yo, está leyendo la publicidad del letrero, asiente.
—Aquí pone a las once en el Caesars Palace y son las diez y cinco. ¿Quieres que vayamos a verla?
Bueno, bueno... Me encantan Mariah Carey y sus canciones y, como una niña chica, respondo:
—Ostras, me encantaría ir, pero imagino que estarán todas las entradas vendidas.
—Déjame hacer una llamada —dice él.
Encantada, lo oigo hablar con alguien por teléfono y, cuando acaba la conversación, Sasuke dice tendiéndome un brazo:
—Señorita, sus deseos son órdenes para mí: tenemos entradas.
Feliz, me tiro a su cuello y lo abrazo, hasta que soy consciente de lo que acabo de hacer y rápidamente me suelto. Pero ¿qué estoy haciendo?
Agarrados del brazo, nos dirigimos al Caesars Palace. Al llegar, Sasuke pregunta por un tal Juggo y, cuando un gorila  enorme al que recuerdo haber visto en la gira de Ino sale y nos saluda, nos cuela en el local sin pagar ni un duro. ¡Mira qué bien!
Como imaginaba, el espectáculo de Mariah y su voz en directo son una pasada. Ya me lo dijo Ino, que coincidió con ella en otro show. Durante el tiempo que dura, canto, me río, bailo, aplaudo, e intuyo que Sasuke, que está a mi lado, disfruta tanto como yo. Sin embargo, me mira alucinado cuando se me escapa alguna lagrimilla al escuchar cómo interpreta My All. Madre mía, qué bonita es esa canción.
Cuando, hora y media después, salimos del Caesars Palace rodeados por la multitud, estoy como en una nube.
¡Qué bien canta esa mujer y qué maravilloso show he visto!
Sasuke propone ir a tomar la última copa, y yo acepto.
Entramos en un local donde la música está demasiado alta y las luces demasiado bajas. Allí, pedimos un par de whiskies y comentamos el espectáculo que acabamos de ver.
Entonces Sasuke hace algo que me descoloca, y es que me retira un mechón de pelo de la frente y me lo acomoda detrás de la oreja.
Ese simple movimiento se me hace tremendamente íntimo y sensual. Sentir su mirada y el tacto de su piel me pone la carne de gallina, pero procuro no inmutarme. Tengo que controlarme.
Tras las copas, decidimos regresar al hotel, queremos madrugar para llegar pronto a Hudson. Y, como si fuéramos una pareja, caminamos cogidos de la mano por las calles de Las Vegas.
Ya en el hotel, cuando llegamos a nuestra planta, siento que ralentizo el paso. Me da rabia que la noche se acabe. Lo estoy pasando tan bien con él... Pero, inevitablemente, llegamos hasta las puertas de nuestras respectivas habitaciones y nos quedamos parados.
«Oh..., oh... Sakura, ¡contrólate..., contrólate, que te conozco!», me repito a mí misma una y otra vez.
Durante unos segundos nos miramos a los ojos —madre mía, ¡qué tensión sexual!—, y nos echamos a reír.
Parecemos dos idiotas.
Al final, Sasuke me quita la tarjeta de la puerta que llevo en la mano y la abre por mí. Luego me la devuelve y, acercándose a mí, me besa en la mejilla y dice:
—Buenas noches. Pasaré a buscarte sobre las ocho.
Asiento mientras noto sus calientes labios sobre mi mejilla y percibo su olor, ese olor que me hace perder los papeles.
«Sakura..., contrólate..., contrólate..., y no vuelvas a dar la nota», sigo repitiéndome.
Una vez él se retira de mi lado y abre la puerta de su habitación, entro en la mía y respondo al cerrar:
—Buenas noches.
A solas ya en mi cuarto, siento que el corazón se me va a salir por la boca. 
Madre mía..., madre mía..., esto va a ser insoportable.
No debería haber aceptado este viaje. No debería estar tan cerca de mi tentación. Y, apoyando la cabeza en la puerta, cuando por fin abro los ojos, murmuro:
—No, Sakura. No lo hagas. Deja de desear e imaginar lo que no debes.
Una vez me convenzo de que no debo abrir de nuevo y llamar a su puerta, camino hasta la cama. Me quito los tacones, desabrocho los botones delanteros de mi vestido y lo dejo resbalar hasta el suelo. En ropa interior, abro mi maleta, saco una camiseta gris oscuro de cuello barco y, tras quitarme el sujetador, me la pongo.
A continuación, paso al baño y me desmaquillo. No soy de pintarme mucho, pero Las Vegas así lo exige. Cuando termino, me meto en la cama, pongo la alarma de mi móvil a las siete de la mañana y, tras apagar la luz, decido dormirme.
Durante un buen rato no paro de dar vueltas.
Boca arriba...
Boca abajo...
De lado...
Está visto que me va a costar un montón dormirme.
De pronto, mi móvil vibra. Un mensaje. Enciendo la lamparita que hay junto a la cama, cojo el teléfono de la mesilla y leo:
¿Sigues despierta?
Mi corazón comienza a palpitar cuando compruebo que es Sasuke quien me lo manda.
Por Dios..., por Dios..., ¿él tampoco puede dormir? Y, sin dudarlo, respondo:

Con el teléfono en la mano, espero contestación. Sin duda la voy a recibir, y nos enfrascaremos en una de esas tontas conversaciones nocturnas.
Pero su respuesta tarda en llegar más de lo que imagino y, cuando me convenzo de que no va a enviar otro mensaje y me dispongo a dejar el teléfono de nuevo sobre la mesilla, entonces recibo otro sms que dice:
Estoy en tu puerta
Como si fuera tonta, miro la puerta.
Ay, madre, ¡Sasuke está ahí!
Sin hacer ruido, me levanto, camino hacia ella y, cuando apoyo la mano en el pomo, la abro sin pensarlo dos veces.
De pronto me encuentro frente a frente con mi tentación, que lleva una camisa blanca abierta y un pantalón oscuro.
¡Madre míaaaaaaaaaaaaa!
Nos miramos. Está más que claro lo que los dos estamos pensando, cuando dice:
—No sé qué hago aquí. Sólo sé que no quiero marcharme.
Bueno..., bueno... ¡Ya me ha dicho bastante!
Sin hablar, lo cojo de la mano y lo hago pasar. Cierro la puerta y, en la habitación a oscuras, tan sólo iluminada por la lamparita que hay junto a la cama, Sasuke me agarra con delicadeza del cuello, me acerca a él y me besa.
¡Oh, Dios..., oh, Dios!
Atontada —por no decir agilipollada—, permito que ahonde con su lengua en mi boca, mientras me digo a mí misma: «¡No he sido yo..., no he sido yo!».
El beso comienza a subir de tono.
Me gusta, y reacciono hasta llevarlo a la tonalidad que nos gusta a los dos.
Ambos somos unos expertos amantes.
Recuerdo que la última vez que estuvimos juntos nos compenetramos mucho y, sólo con mirarnos, sabemos lo que queremos.
Acompañados por infinidad de besos y caricias, mientras chocamos contra las paredes, llegamos hasta la cama, donde caemos y donde nos desnudamos con premura. Mucha premura.
Tumbada boca arriba, no puedo creer lo que está pasando. Sasuke, el hombre de mis sueños, ha llamado a la puerta de mi habitación ¡para repetir!, y yo, gustosa, la he abierto para él ¡y repito!
Con delirio, comienza a besarme los pechos y a lamerme los pezones, mientras mis manos recorren sus costillas, su trasero y acaban en su ya más que dura erección.
¡Madre míaaaaaaaaaaaa!
Con una maestría que me deja loca, sin dejar de mimarme y de besarme, Sasuke se pone un preservativo, me separa las piernas y entra en mí. La sensación me hace arquearme, momento en el que él pasa las manos por mi cintura para sujetarme y lo oigo decir:
—Mi niña, estamos cruzando la línea...
Asiento... Asiento... Me encanta que me llame así, y no puedo estar más de acuerdo en lo que dice. Sin embargo, no estoy dispuesta a que retroceda ni un solo milímetro, así que respondo:
—Pues, ya que está hecho, crúzala del todo.
Él sonríe. ¡Qué canalla!
Yo también sonrío y, entonces, su tentadora boca busca la mía y, mientras ambos traspasamos la línea del todo, olvidándonos de los límites, nos dejamos llevar por el momento y disfrutamos del placer, del morbo y del sexo.
Sin importarnos si alguien nos oye o no, ambos jadeamos mientras nuestros cuerpos tiemblan de lujuria y de placer y acompasamos nuestros ritmos para intentar disfrutar al máximo. Pero el  momentazo es tal que estoy que ardo a causa de la lujuria y, mirándolo, llego al clímax y, pocos segundos después, llega él.
Cuando terminamos, nos contemplamos jadeantes. Acabamos de meter la pata hasta el fondo. Sasuke, que debe de pensar lo mismo que yo, baja la boca hasta la mía y me besa de una manera que me llega al alma.
—Siento decirte que has repetido, vaquero —murmuro a continuación.
Eso nos hace reír, y él se deja caer a mi lado en la cama para no aplastarme.
Todavía incrédula por lo ocurrido y que esta vez no haya sido yo la que haya dado el primer paso, veo que Sasuke me mira.
—Escucha, cielo, sé que he faltado a mi palabra y creo que...
Sin dejarlo acabar, le apoyo un dedo en los labios. ¡Me ha llamado cielo!
¡Aisss, qué mono!
Pero, consciente de que los dos hemos faltado a nuestra palabra, respondo:
—Seamos objetivos: dicen que el sexo puede arruinar una bonita amistad, pero lo cierto es que en el mundo en el que vivimos cualquier cosa puede hacerlo. Así pues, si hemos decidido arruinarla, al menos que sea con buen sexo y excelentes remuás.
Sasuke sonríe, se pone de lado y, mirándome con una sensualidad que hasta me acobarda, añade:
—Si hay algo que me gusta de ti es tu sentido del humor. No lo pierdas nunca.
Vale. ¡Soy la simpática!
No le gusto por ser guapa, ni mona, ni despampanante. Nunca me ha dicho nada de eso. ¡Vaya mierda! Pero, venga, seré positiva: al menos le gusta una cosa de mí.
Sin embargo, a continuación añade mientras me acerca a él:
—Nadie me ha hecho perder el control como tú.
Ay, Dios... ¡Y eso que no soy pelirroja!
Cuando le cuente a Ino lo que acaba de decirme, ¡no se lo va a creer!
De pronto, se pone en pie, tira de mí hasta levantarme y dice:
—Vamos a la ducha.
Entre risas, nos metemos en el baño y, cuando el agua comienza a recorrer nuestros cuerpos, ya estamos besándonos como si no hubiera un mañana. Segundos después, en cuanto su boca abandona la mía y él se arrodilla ante mí, me apoyo en la pared, cierro los ojos y me dispongo a recibir todo el placer que quiera darme.
Durante horas, Sasuke y yo practicamos sexo de mil formas, de mil maneras, en el baño, sobre la cama, contra la pared..., y a cuál más satisfactoria. Somos expertos. No somos dos niñatos que comienzan una vida sexual, y eso se nota.
Cuando, a las cinco de la madrugada, salgo del baño y me encuentro a Sasuke al lado de la ventana, contemplando el amanecer, me paro y lo observo.
Como diría la canción que tanto me gusta, ¡no existen límites!
Mi debilidad en cuanto a hombres se refiere está totalmente desnudo delante de mí. Lo he besado. Me ha besado. Lo he tocado. Me ha tocado. Y nos hemos hecho mutuamente el amor con auténtica devoción hasta agotarnos.
El cuerpazo que tiene mi vaquero es impresionante: piernas largas, culo duro y prieto... Cuando estoy totalmente atontada recreándome en lo que veo, oigo que dice:
—Oye, pelirosa, ¿tú qué miras?
Su voz...
Su mirada...
El silencio me habla...
Me encanta oír de sus labios esa frase cargada de segundas intenciones, y en este instante me parece la cosa más sexi y excitante que me han dicho en la vida. Sin dudarlo, me subo a la cama y la pisoteo para llegar hasta él. A continuación, apoyo las manos en sus hombros y, cuando él me sujeta y rodeo su cintura con las piernas, le doy un increíble ¡remuá! Y decido una vez más escuchar a mi corazón mientras le hago el amor.

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora