Capítulo 20

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Como me ha prometido, ahora Sasuke es un aplicado y perfecto novio que me mima ante los demás y está pendiente de mí en todo momento para facilitarme la estancia en el rancho. 
Cuando nos encontramos con Karin tomando algo por las noches, ella nos observa y ni se acerca a Sasuke. Creo que la pobre no sabe ni qué pensar.
Tsunade y Kurenai, cada vez que nos ven prodigándonos cariñitos, nos miran con mal gesto, y yo, deseosa de hacerlas rabiar, besuqueo a Sasuke sin ninguna discreción. Él, que se da cuenta, casi siempre me sigue el juego. Me hace cosquillas, me echa sobre su hombro y reímos a voces, mientras Mikoto nos observa y veo la felicidad en su cara.
En cuanto a lo de Kurenai, no he dicho nada. Sé que soltar que está liada con Izuna y con Danzo es una bomba de relojería que tengo en mis manos, aunque debo gestionar cómo la suelto o podría explotarme en toda la cara a mí.
No he vuelto a gritar «¡Viva Wyoming!».
Sasuke y yo nos mantenemos en nuestro papel de perfectos novios, pero cuando llega la noche y nadie nos ve, nos despedimos con una sonrisita y cada uno se mete en su habitación. Eso sí, en la cama, doy más vueltas que una peonza. Saber que el hombre que me gusta, que me encanta y que me vuelve loca está a escasos diez metros de mí no es fácil de digerir, pero he decidido pensar las cosas antes de hacerlas o sufriré, y sufriré mucho.
Una de esas tardes, Kohana e Izumi me invitan a ir a casa de esta última. Yo acepto encantada. Me gusta estar con ellas.
Cuando llegamos a casa de Izumi, en vez de aparcar en la puerta, Kohana lleva el coche hasta un cobertizo. Izumi sale de allí para recibirnos y, cuando su futura cuñada saca unas bolsas del maletero de su vehículo, la miro sorprendida.
Una vez ha metido las bolsas en el cobertizo, Izumi abre encantada una de ellas y, tras sacar varios vestidos de novia, dice mientras los cuelga en un enorme armario:
—Bienvenida a la fiesta del divorcio.
—¿Qué? —pregunto boquiabierta.
Entre risas, ellas me explican que todas las mujeres de Hudson y alrededores que se divorcian, como desean perder de vista el vestido que llevaron el día de su boda, se lo venden a Kohana. Ella los transforma y los vende a otras novias por unos precios muy asequibles. Yo las escucho incrédula, y entonces Kohana me anima:
—Vamos, pruébate el que quieras.
Uau, ¡con lo que me gustan a mí los vestidos de novia!
Siempre he sido la típica que se prueba los de sus primas, sus amigas y sus tías. Vamos, que con razón no me caso. Me he probado los vestidos de media humanidad, y dicen que eso trae mala suerte.
Entre risas, rebusco en el armario.
Allí hay verdaderas horteradas y otros que no están tan mal, hasta que de pronto me paro ante un vestido y, tras escanearlo, murmuro:
—No puede ser.
Lo descuelgo. Me pongo nerviosa y, al mirar la etiqueta, susurro:
—Ay, Diosito.
Mis palabras atraen la atención de las otras.
—¿Qué ocurre? —pregunta Kohana.
Con el vestido de novia en las manos, las miro y respondo:
—Éste es un modelo del que me enamoré hace años. Y, aunque no lo creáis, tengo hasta una foto en mi casa de la revista donde lo vi por primera vez. Siempre dije que, si algún día me casaba, sería con este vestido. Mis amigas llevan buscándolo un montón de tiempo para regalármelo, pero no se encuentra porque está descatalogado y, de pronto, al verlo aquí, yo..., yo...
—Pero ¿qué me dices? —murmura Izumi mirándome.
Con el vestido sucio y amarillento en las manos, me siento sobre una silla desvencijada y cuchicheo:
—Cuando les cuente a mis locas que lo he encontrado en un cobertizo en Wyoming, y lleno de polvo, no se lo van a creer.
Ver ese vestido, que tanto me hace soñar cada vez que miro su foto, me acalora. Pero, no dispuesta a hacer un drama de ello, comienzo a desnudarme y me lo pongo. Sin embargo, como era de esperar, no es de mi talla. La novia que lo usó era más alta que yo y tenía más pecho. Aun así, cuando me miro al espejo murmuro:
—Dios..., siempre he querido probármelo, y aquí estoy con él.
Izumi y Kohana sonríen y, a partir de ese instante, durante más de tres horas, nos divertimos vestidas de novia, criticando a todo bicho viviente mientras bebemos cerveza. ¿Puede haber mejor plan?
Al día siguiente, tras una resaca considerable por toda la cerveza que bebí la tarde anterior, Sasuke y yo llevamos a Atlantic City a Hideki y a sus amigas para ver el concierto de las Fifth Harmony.
Ni que decir tiene que las chicas lo pasan de locura, mientras que Sasuke sufre un poquito. Ver cómo su sobrina baila de un modo tan sensual lo deja boquiabierto, y tengo que encargarme de él entre risas. Aunque, cuando cantan Worth It, que me encanta, y comienzo a bailarla, lo miro y lo provoco todo lo que puedo y más.
Dios, ¡qué provocadora soy!
Hideki y sus amigas me miran sonrientes, y yo, divertida, me acerco a Sasuke y le doy varios muas que él acepta sin rechistar. Digamos que es el peaje que le cobro por esta noche.
Tras el concierto, tanto él como yo tiramos de contactos para llegar hasta las artistas y, cuando lo conseguimos, a las adolescentes les entra la histeria colectiva. Se hacen fotos, se abrazan y disfrutan del momento, mientras Sasuke y yo las miramos y sonreímos dichosos por haber podido darles ese capricho.
Más tarde, cuando regresamos de Atlantic City y dejamos a cada una de las chicas en su casa, Hideki nos besa y se va a su habitación a dormir. Sasuke y yo continuamos a pie hasta la cabaña.
Hace una noche preciosa.
—¿Lo has pasado bien? —pregunta sin soltarme de la mano.
—Sí.
Me mira divertido.
—Nunca imaginé que te supieras las canciones de esas chicas.
Sin duda, el hecho de que me supiera al dedillo aquella canción lo ha sorprendido, y canturreo Worth It mientras comienzo a contonearme como en el concierto. Sasuke sonríe y, cogiéndome en brazos, pide:
—Para de una vez y no me provoques más.
Eso me hace gracia y, cuando entramos en la cabaña y me deja en el suelo, nos miramos y, oh..., oh..., creo que de un momento a otro habrá un remuá.
Nos miramos a los ojos...
Nos tentamos...
Siento cómo su respiración se acelera tanto como la mía y, cuando creo que el beso es inminente, él da un paso atrás y dice mirándome:
—Buenas noches, pelirosa.
Ay, ¡qué calor que tengo! Y qué corte acaba de darme.
Quiero que me bese, que me desnude, que me haga el amor. Pero, como no estoy dispuesta a pedirlo ni a aceptar las migajas que él quiera darme, sonrío, le guiño un ojo, me doy la vuelta y respondo:
—Buenas noches. Que descanses.
Una vez cierro la puerta de la habitación, me apoyo en ella, cierro los ojos y murmuro:
—Esto no debe de ser sano para la salud.
Al día siguiente, tras pasar la mañana practicando con Tormenta y sentir que Sasuke no deja de mirarme de una manera diferente del resto de los días, al final decide que salgamos a cazar. Eso me horroriza, no me gusta nada matar animalitos, pero lo acompaño.
Sasuke me explica cómo seguir el rastro de los conejos, aunque yo, por más que miro el suelo, lo veo todo igual; ¿será que no tengo madera de rastreadora?
Nos adentramos en una espesa arboleda cuando, de pronto, unos gritos captan nuestra atención. Sasuke me pide silencio. Nos miramos y corremos en la dirección de las voces, pero al llegar nos paramos en seco. Quienes gritan son Kohana e Izuna, que no nos ven y prosiguen con la discusión.
—¡Vete. Ya te lo he dicho cientos de veces! —exclama Izuna.
—Me iría gustosa, pero quiero tanto a tu madre que... que...
—Es mi madre, no la tuya —sisea él —. No te necesita.
—¡Eres un desgraciado, un egoísta, un desagradecido! —vocea Kohana.
—Sí..., sí..., todo lo que tú quieras, pero si quieres irte, ¡vete de una vez! Ya sabes que ni te quiero ni te necesito.
Sasuke me mira. Yo lo miro a él.
Kohana se seca entonces las lágrimas que corren por su cara y sentencia:
—Ten por seguro que lo haré, pero una vez haya pasado la boda de Izumi y hable con Mikoto. No quiero seguir a tu lado ni un día más. No te lo mereces.
—¡Ni se te ocurra decirle lo que hay entre Kurenai y yo!
¡Joderrrrrrrrrrrrrr! Kohana lo sabe.
Sasuke me mira alucinado. No dice nada cuando ella replica:
—Algún día lo lamentarás.
Lamentarás estar con esa interesada que sólo te quiere para ser una Uchiha. Lo buscó con Sasuke, luego con Itachi y Obito, y al final ha ido a ti, al más débil, al más tonto.
—Sí..., Kohana, sí..., y tú eres muy lista.
—¿Sabes? Por ti, maldito desagradecido, he soportado lo indecible, pero se acabó. Una vez me vaya de Sharingan, no quiero volver a saber de ti.
—Tranquila. Yo tampoco te buscaré.
Dicho esto, Izuna da media vuelta y se aleja. Kohana también, pero en dirección contraria.
Apenas sin respirar, Sasuke y yo nos miramos. Lo que acabamos de presenciar ha sido terrible.
—Lo siento —susurro.
Él me agarra de la mano y, en silencio, regresamos sobre nuestros pasos. Sasuke está sumido en sus pensamientos, y yo prefiero callar y no ser impertinente.
Cuando llegamos al sitio donde me estaba enseñando a rastrear, se sienta y veo que comienza a sacar los táperes que nos ha preparado Mikoto. Entonces, dispuesta a decirle todo lo que sé, murmuro:
—Sasuke..., yo he visto a Kurenai y a Izuna más de una vez. —Me mira—. Y, en cuanto a Kurenai, tengo que...
—No quiero hablar de ellos. Sus problemas no me interesan.
—Ya..., pero tienes que saber que...
—¿Qué parte de lo que acabo de decirte no entiendes, Sakura? No quiero hablar de ellos.
Su regañina me hace replantearme si continuar o no. Sin duda, lo que hemos presenciado no es agradable para nadie, y al final desisto.
Como puedo, bromeo acerca de la comida. Mikoto es peor que mi madre:
nos ha puesto comida para un regimiento.
Cuando por fin consigo que Sasuke sonría, miro mis botas.
—¿Sabes que casi me muerde una cascabel al poco de llegar aquí?
Él, que está bebiendo, para de beber.
—¡¿Qué?!
Ver su gesto preocupado me hace gracia.
—Salí en busca de cobertura para mi móvil y, si no llega a ser por Kohana, que apareció y pegó un tiro a una cascabel, creo que lo habría pasado mal. Aunque tengo que confesar que, cuando la vi apuntándome con la escopeta, pensé que había ido a matarme a mí. —Sonrío—. Pensé que estaba celosa, y lo único que la pobre hizo fue salvarme de la picadura de esa bicha.
—Pues no ha contado nada. No lo sabía.
—Y ¿cómo va a contarlo, si ninguno de vosotros le habla ni le presta atención?
Sasuke se pasa la mano por las cejas.
—Me alegra saber que no te ocurrió nada.
—Y a mí me alegraría que le hablaras, y más tras lo visto. ¿De verdad no te da pena?
Él no responde, e insisto:
—¿Ni un poquito, aunque sea un poquito muy... muy pequeñito?
Mi vaquero me mira, sonríe y afirma:
—Vale, un poquito sí.
Bien..., ¡tiene corazón!
—Pues debes solucionarlo antes de que ella se vaya. Dormirás mejor por las noches.
—¿Mejor de lo que duermo?
Eso me hace reír.
—¡Te lo aseguro!
Durante la comida, nos olvidamos de lo ocurrido y, una vez acabamos, recogemos las cosas y nos adentramos en el bosque. Allí, veo muchos conejos huyendo de nosotros, y murmuro:
—Ay, qué bonitos, ¿has visto sus colitas?
De pronto, Sasuke me pide con la mano que me calle y señala hacia adelante. A pocos metros de nosotros hay dos conejos grises comunes, y cuando él apunta con el rifle, exclamo para alertarlos:
—¡Ay..., ay..., ay..., con lo bonitos que son!
Los animalitos me oyen y salen a la carrera.
—Si no te callas, regresaremos sin la cena —murmura Sasuke.
—Uis..., no te preocupes por eso.
Puedo preparar unas ensaladas y unos sándwiches en un pispás.
Él sonríe, me mira y yo le hago ojitos mientras pregunto:
—¿No tienes calor? Estoy sudando.
De nuevo me pide que me calle con un gesto de la mano. Miro hacia el lugar adonde dirige entonces su rifle y veo a otros conejos. Ay, Dios, ¡pobrecitos!
Éstos son más claritos y chiquititos, y me recuerdan a Tambor, el amigo de Bambi, el del cuento que le leo a Sarada alguna noche. Los observo y murmuro:
—Son inocentes. Mira qué colitas blancas tienen. ¿Cómo los vas a matar?
Sasuke vuelve a mirarme.
—Voy a por la madre, no a por los pequeños.
—¡¿Y los vas a dejar huérfanos?!
De nuevo, mi exclamación ahuyenta a todos los conejos. Sasuke me mira con gesto serio y, antes de que diga nada, miro hacia mi derecha, veo un pequeño riachuelo y digo:
—Uis, qué bien, agüita, ¡vamos a bañarnos!
—No, ¡espera!
Pero, sin hacerle caso, salgo corriendo en dirección a la orilla. De pronto, la tierra parece engullirme y termino sumergida en un buen charco de barro. Sasuke, que viene detrás de mí, comienza a carcajearse al verme.
—No sé por qué te ríes tanto, ¡gracioso! —gruño.
Sin importarle si lo mancho o no, me ayuda a salir. Se cuelga el rifle en la espalda y me coge de la mano. Llevo barro hasta en las orejas.
—Anda, dejemos a los dulces y tiernos conejitos —decide—. Necesitas un buen baño.
De su mano, llegamos hasta la orilla del río. Una vez allí, tras deshacerse de todo lo que lleva, me mira y dice mientras se quita la camiseta y los vaqueros para quedarse en calzoncillos:
—El agua está muy fría, ¡prepárate!
Acalorada y llena de barro, me quito
la camiseta y los vaqueros. Me quedo en bragas y sujetador, y Sasuke, cogiéndome en brazos, dice:
—Al agua, Pelirosa.
En sus brazos, entro en el río y, Diosssss, ¡está congelada!
Cuando me suelta, grito por la impresión. No está fría, está ¡helada!
Divertidos, jugamos en el agua como dos niños. ¿Qué tendrá el agua que todos jugamos a ahogarnos y a lanzarnos?
Intento lanzarlo a él, pero es imposible. El tío es una roca y no lo mueve ni Dios.
No sé cuánto tiempo estamos así, hasta que me coge de nuevo entre sus brazos, y mis piernas, como si tuvieran vida propia, rodean sus caderas. Nos miramos. ¡Ay, madre! Y, como puedo, murmuro:
—No... no debemos repetir.
Él niega con la cabeza. Sabe que no debemos hacerlo, pero no me suelta y dice a su vez:
—Tienes razón. No debemos repetir.
Aun así, me mira..., me mira..., me mira. Ostras, ¡cómo me mira!, mientras siento el calor de su piel mojada contra mi piel.
El mundo parece detenerse a nuestro alrededor, y de pronto soy consciente de que, para ambos, el «no» pasa a ser un «quizá».
Extasiada por ello, clavo los ojos en sus labios, en esos labios tan sexis que me ponen tanto. Y, cuando estoy a punto de lanzarme a ellos, lo oigo decir en un hilo de voz cargado de tensión:
—Oye, Pelirosa, ¿tú qué miras?
Sonrío. Mi mirada pasa de sus labios a sus ojos, y murmuro:
—Ni te imaginas lo que me excita cada vez que me dices eso.
Sasuke sonríe y, con una intimidad ya más que palpable, repite:
—Oye, Pelirosa, ¿tú qué miras?
Sonrío otra vez. Menudo bribón está hecho.
—Me gusta excitarte —susurra—. Me encanta excitarte.
Ay..., que la voy a liar.
Ay..., que me conozco.
Ay, Diosito, cómo sonríe, y yo, que ya voy lanzada cuesta abajo y sin frenos, me tiro a su boca, y del «quizá» pasamos a un rotundo «¡sí!».
¡Repetimos!
Rodeados por el agua helada, nuestros cuerpos se calientan más y más, y nos besamos. Nos devoramos. Nos tocamos a nuestro antojo olvidándonos de dónde estamos y, cuando me quita las bragas y siento que sus calzoncillos desaparecen también, simplemente le facilito lo inevitable.
Me penetra. ¡Ay,Diosito, qué placer!
Sus manos me agarran por el trasero y siento que se hunde en mí una y otra y otra vez, mientras con descaro nos miramos a los ojos, disfrutando del morboso momento.
—¿Te gusta así? —dice.
Uf..., uf..., ¡qué preguntita!
A mí, con él, me gusta de cualquier manera y, soltando un gemido, admito:
—Me encanta... Me encanta..., no pares, mi niño.
Centrándonos el uno en el otro, me da placer y le doy placer, mientras el agua se mueve a nuestro alrededor al tiempo que nuestros jadeos resuenan y nos liberamos gritando sin importarnos quién nos oiga o nos vea.
El placer es intenso, increíble; ambos nos aceleramos tanto como nuestras respiraciones y nuestros jadeos y, finalmente, tras un último empellón, se queda totalmente hundido en mí y ambos llegamos al clímax y nos abrazamos.
Con mi boca sobre su hombro derecho, cierro los ojos y sonrío.
—Por suerte, sé que tomas la píldora —comenta él—, porque esta vez lo hemos hecho sin protección.
Asiento y sonrío. Llevaba más de un año sin hacer el amor sin preservativo.
Con el último que lo hice fue con Sasori, con el resto de mis ligues siempre... siempre, el preservativo.
Puedo ser una loca en el sexo, pero mi puntito de protección nunca me falta, y el preservativo no sólo evita quedarte embarazada, sino el contagio de muchas enfermedades.
—Espero que te cuides como yo — murmuro— o, como me pegues algo, te juro que te mato.
Sasuke sonríe, con sus manos aún en mi trasero me da un pellizco que me hace saltar, y responde:
—Tranquila, Pelirosa. Me cuido...Me cuido.
Sonrío. Ninguno de los dos somos críos, y sabemos muy bien de lo que hablamos. Vuelvo a besarlo: me apetece, y no se hable más.
Tras una mañana en la que Sasuke y yo hacemos el amor tres veces en el río, regresamos al rancho sin haber cazado nada, excepto buen sexo. Sé que se trata tan sólo de eso, puro sexo, pero no puedo obviar lo feliz que me siento cuando camino cogida de su mano, hablo con él y nos reímos con complicidad.
Creo que no sólo he perdido el norte. Sin duda, también estoy perdiendo el sur, el este y el oeste.

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora