Capítulo 2. La maldición

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2: La maldición

2: La maldición

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Kayla

Era difícil describir cómo me sentía mientras bajábamos las escaleras del ala sur del castillo. Estaba ansiosa por verlos a todos, pero también sentía muchos nervios por todo aquello que Aleksi me había contado y que todavía no conseguía digerir.

Al llegar a la planta baja, el nudo en mi estómago se acrecentó. Alek me guio de la mano por los vestíbulos alfombrados de rojo oscuro como si él los conociera de toda la vida, más que yo, hasta una de las salas de estar que daba al enorme jardín trasero.

Ahí, al primero que vi fue a mi tío Sam. Conversaba en voz muy baja con mi tía Alice sobre el estado de mi abuela. Pensaban que seguiría inconsciente y el suspiro que se escapó de entre sus labios fue una evidencia de las pocas esperanzas que tenía.

De nuevo, como en mi habitación, sentí ganas de vomitar.

—¡Kayla! —Oí a mi hermano justo después de ver a mis tíos. Me giré hacia las puertas de vidrio que daban al jardín y lo vi entrar. Él se detuvo y nos observamos los dos quizás pensando en lo mismo: que la última vez que nos vimos, estábamos empapados de sangre y de las cenizas de mamá.

Se me arrugó la cara y las lágrimas brotaron de mis ojos al mismo tiempo que Elliot. Él cruzó la distancia hacia mi en dos segundos, tan rápido como siempre, y estrechó los brazos a mi alrededor.

No puedo expresar lo que significó ese abrazo. Aunque no estaba lo suficientemente fuerte como para leer sus pensamientos, podía sentir a flor de piel su dolor. Me aferré a su espalda y enterré la cara en su cuello, llorando al unísono de la forma en la que no pudimos hacerlo esa noche.

Los dos habíamos perdido a la misma persona, a quien nos había dado la vida. Si a mi me dolía las últimas palabras que me dirigió mi mamá, que ni siquiera me despedí de ella como correspondía, que incluso me enojé, no quería imaginarme como le dolía a él. Mamá estaba muerta porque se sacrificó por su hijo. Y Elliot lo sabía.

—Lo siento —le dije, con la voz ahogada—. No fui lo suficientemente rápida.

—Es mi culpa —lloró Elliot, contra mi cabello—. Yo no estaba listo, ella tenía razón... Nunca estuve listo.

—No es cierto —gimoteé.

—Es mi culpa que mamá esté muerta.

—¡Es mía!

Mi hermano me separó.

—¡Claro que no! Tu hiciste todo lo que pudiste, hiciste más de lo que hicimos cualquiera de nosotros. ¡Si no fuera por ti todos estaríamos muertos! —exclamó.

Me quedé callada. Quería decirle de nuevo que no fue suficiente, pero Aleksi estaba detrás de mí y después de nuestra conversación en el baño, no quería decepcionarlo. No quería que supiera que sus palabras no me habían reconfortado, que aun me sentía miserable.

Hodeskalle [Libro 3]Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ