s e i s

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A n d r e a

Ya equipados con nuestra mochila llena de botellas de agua, latas de reserva y algún que otro croissant (obviamente mío), salimos del bar de Kael. El frío chocó instantáneamente contra nuestros cuerpos ardientes y con algo de alcohol todavía en ellos. Kael caminaba sonriente. Usur... no sé siquiera cómo llamarle a eso, digamos que andaba pasito a pasito como si a cada pisada se le atrofiase un dedo del pie, supongo y espero que por culpa del frío.

Yo estaba inquieta y quería hacer algo de inmediato.

—Bueno, qué, ¿nos ponemos en marcha?—dije animadamente. Usur me miró con asco y le sonreí, pero no funcionó. Así que le cogí del brazo y lo zarandeé.

—¿Qué te crees que haces, pedazo de g...?

El sonido de un coche derrapando a medio metro de nosotros le interrumpió. Y menos mal, porque fuera lo que fuese a decir, su mejilla habría acabado roja de todas formas.

Un hombre trajeado, fornido y mayor, de unos cincuenta años salió del coche. Sus gafas de sol no eran lo que más intimidaba, pero la cicatriz a lo largo de su cuello daba a entender que no tenía mucha paciencia.

Después de vacilar unos instantes, se nos acercó preguntando por el dueño del bar.

—Está...—respondió Usur. Se giró para señalar a Kael que estaba detrás. Solo que ya no estaba. Se había esfumado en menos que canta un gallo.—Está enfermo creo. Dolor de tripa, excrementos indigestos... ya sabe. Así que ahora mismo está en el baño y no creo que sea conveniente ni agradable que pase usted a darle visita.

El hombre estaba tan sorprendido como yo.

—Está bien, dígale cuando haya acabado su... gastroenteritis que necesito hablar con él sobre un tema urgente.

—No es una gastro exactamente, ¿sabe? Es más como un virus muy fuerte que hace que hasta vomite y a veces se levante a las tantas de la madrugada a...

—Lo entiendo, buen hombre. Hasta pronto—se bajó las gafas hasta el puente de la nariz y pudimos ver sus ojos negros que parecían cuencas vacías y sin alma. Más le valía a Kael seguir con la indigestión para cuando volviese ese señor.

Dio media vuelta y volvió a meterse en su mercedes negro reluciente.

Cinco segundos después, una respiración agitada y un brazo sudoroso posado por encima de mi hombro me sacó de mis pensamientos.

—¿Me habéis echado de menos, coleguis?

—¿Se puede saber dónde te habías metido? Me he tenido que esforzar por dejarte bien delante de esa especie de asesino en serie. Y créeme, no ha sido fácil—se quejó Usur.

—Bueno, bien lo que se dice bien no le has dejado—dije.

—Mira, caratrapo,—se justificó Kael dirigiéndose a Usur—he huido hasta el parque de la esquina para que ese hombre no me matase a deudas.

—Kael...—le reproché por lo de caratrapo. Usur, a pesar de todo había sido lo suficiente generoso conmigo como para no merecer insultos delante de mí.

—¿Qué pasa?

—Retira lo de caratrapo.—aparté delicadamente su brazo de mis hombros.

El usurpadorWhere stories live. Discover now