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U s u r

La tenue luz que se colaba por la rendija de la enorme puerta del garaje nos despertó uno a uno. A mí el primero.  Había tenido sueños extraños llenos de recuerdos de Laia y de mi madre. Por una vez en mucho tiempo no habían sido pesadillas, si no de esos sueños que quieres revivir una y otra vez. Laia se columpiaba con energía y yo intentaba hacerle caer. Mamá nos miraba, sentada en una tumbona de mimbre. El jardín estaba más que descuidado debido a la ausencia de papá, que había sido jardinero durante muchos años. Antes de acabar mal. Antes de que las cosas se torciesen y acabasen patas arriba. Antes de cometer aquel error fatal para toda la familia. Antes de darme un lamentable ejemplo a seguir. 

Dime papá, ¿podrías haberlo hecho de otra forma, verdad? Siempre hay otras soluciones, y solo las peores son elegidas por los más vagos. Las cosas iban mal, sí, pero todo tiene solución. La tenía. 

Un intento de lágrimas me humedecieron los ojos, lo justo para volver a la realidad y levantarme de un salto. "Hoy no hay tiempo para pensar en tus estupideces, papá" pensé en voz alta.

Lo único que rondaba mi cabeza era: ¿cómo estaría mi madre? ¿Y Laia? Igual era tiempo de volver a ver a la mujer que me dio la vida. El problema era si llegaba a tiempo. Su estado crítico no daba muchas esperanzas.

Al pasarme la mano por el pasamontañas, me di cuenta de que llevaba nada más y nada menos que una pulsera hecha de cuentas de colores. Entonces recordé la breve aparición de la niña que tantos sueños creó mientras yo dormía. La pulsera iba acompañada de una minúscula nota en la que se podía leer: 

Para el ombre raro.

No te olbides de mi.

Marta

Aquel simple gesto punzó alguna parte de mi corazón. A día de hoy sigo sin saber cuál.

Solo sé que definitivamente no la iba a olvidar y los sueños empezaron a ser más frecuentes conociendo el nombre de la chiquilla. Dudé varios minutos si dejarme puesta la pulsera, o tirarla en la próxima papelera que encontrara, porque de todas formas yo no conocía a aquella niña. Pero algo me empujó a llevarla y esconderla bajo mi manga. 

En aquel instante Kael salió de la tienda. 

—Menuda noche hemos pasado. 

—¿Sabes qué? Que me da igual. —afirmé dando vida a una idea a la que llevaba tiempo dándole vueltas. —Me voy de aquí. Se acabó.

Empecé a recoger las escasas cosas que tenía. Kael no supo qué responder. Pero Andrea sí, como siempre.

—No te puedes ir ahora. Te recuerdo que fuiste tú el que aceptaste que yo viniera contigo. ¡No me puedes dejar sola!

—Tan sola no te veo—añado señalando a Kael con la cabeza.

—Usur— Andrea se acercó y me cogió las manos, obligándome a dejar las cosas que pretendía guardar—Respira. Piensa. No hagas lo que tú y yo solemos hacer. No abandones a la primera, no te dejes caer. Las prisas no son buenas consejeras, ¿sabes?

—¿Ah, sí?—tiro mi bolsa al suelo— Vaya, nunca me lo habría esperado de una niñata que se cree que puede hacer lo que quiera, escapándose de su casoplón y creyéndose la malota del barrio. No, Andrea, las prisas no son buenas. Pero yo llevo más de una vida jodiéndomela, y hace tiempo que quiero parar. Con todo. —vi cómo sus ojos se llenaron de lágrimas, y su ceño seguía fruncido. Ella no era como yo. Nadie lo era. Solo yo podía entenderme, por lo que debía seguir solo. Sin distracciones por el camino. Como antes de conocerla.

Les empujé con mis hombros para abrir la puerta minuciosamente y salir.

Kael salió corriendo detrás de mí.

—¡Espera!—cuando me alcanzó no quise pararme. —Usur, sé que tú y yo no nos llevamos muy bien, que se diga... Pero te entiendo.

Frené en seco. ¿Que me entendía? ¿El mismo que me amenazaba para darle dinero y que se entrometía en mis negocios sabía lo que quería hacer?

—El amor de una madre siempre hace falta. Pero ya habrá tiempo de que la veas o...

No terminó su frase porque mi puño se lo impidió. Algo que llevaba deseando desde que le conocí. Su nariz empezó a sangrar, y haciéndose la víctima levantó las manos en el aire. Ni que fuera un atraco.

—No te atrevas a volver a hablarme de mi madre, ¿estamos? Nadie me dice lo que tengo que hacer.

—Salvo tu mamá, ¿verdad?

No quería entrar en su juego de provocaciones, pero mi puño volvió a actuar antes que mi conciencia. Esta vez, el estómago fue el objetivo. Kael se retorció de dolor en el suelo mientras una sonrisa provocadora se dibujó en su cara ensangrentada.

Andrea llegó alarmada. Me chilló, echándome la bronca por armar jaleo en mitad de la calle, porque nos iban a descubrir y esas no eran maneras de resolver las cosas. Hablaba igual que mamá. 

Kael consiguió pronunciar unas palabras que me convencieron para no salir corriendo, cosa que acostumbraba en mí. Según él iríamos a ver a mi madre y a Laia lo antes posible, no sin antes pasar por una casa en la que esperaba un amigo. No sé cómo acepté la propuesta. Si hubiera sabido lo que pasaría después...

Andrea ayudó a Kael a levantarse y después de recoger nuestras cosas, nos pusimos de nuevo en marcha. 

Cada vez falta menos, mamá. Te lo prometo.

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⏰ Dernière mise à jour : Nov 03, 2019 ⏰

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El usurpadorOù les histoires vivent. Découvrez maintenant