Capítulo 49

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Ese par de ojos escondían una sorpresa para Julieta, ya que cuando se hace carne el temor a lo desconocido, se le llama miedo. También, es la ansiedad que genera la curiosidad ante una incógnita. Como ojos que observan entre la espesura, haciendo que la imaginación de Julieta jugara un papel engañoso, creyendo que pertenecían a una persona y, en su lugar, cuando la confianza la embaucó, apareció otra.

Entonces, comienza un hormigueo que sube trepidante desde la punta de los pies hacia todas las terminaciones nerviosas, recorriéndolo a velocidades imposibles, como haces de luz, eléctricos, pero a la vez mortales. El corazón le gana la carrera a la conciencia, bombeando dolor y espasmos que alteran la sangre en cuestión de segundos, haciéndola hervir. La noche cae y apaga cualquier velo de rostro humano. Se ciernen las sombras sobre todos los recovecos del bosque. El verdadero terror comienza allí. Cuando solamente está Julieta lejos de cualquier alma viva. Y la sombra del sujeto siniestro que la acorrala hipnóticamente, abusando de su confianza, y de su soledad.

La sombra dio un paso adelante, haciendo crujir con su pisada los sonidos del suelo, agrandándolos cada vez más mientras los murmullos de la naturaleza se apagaban; y, saliendo de la enredadera de arbustos, con fría actitud superior, sonrió complaciente. Porque solamente allí estaban ellos dos. Nadie más rodeaba el bosque ni circundaba en la oscuridad.

La boca de Julieta se secó y trató de gritar, pero solamente ahogó un alarido en su garganta. Era como una pesadilla macabra. Solo que real.

Dio otro paso más adelante. Julieta estaba tan atontada que su cuerpo se paralizó.. Era consciente de que estaba en peligro. Y también de que su cuerpo no le obedecería a voluntad, ni involuntariamente. ,Con esfuerzo sobrehumano, su pie derecho se alejó del izquierdo unos centímetros hacia atrás.

Se sentía como un conejo asustado y acorralado por el lobo. El pavor era el mismo.

A medida que las penumbras caían sobre los árboles y los senderos, los ojos de Julieta fueron dando forma a la persona que tenía enfrente, silenciosa, como un animal salvaje.

Su cuerpo se tornaba esbelto, mientras su figura tomaba la forma de un ser humano. Los sonidos de las pisadas eran quienes acompañaban los movimientos casi felinos de ese sujeto todavía oculto a los ojos de Julieta. La sensación era espeluznante, cada célula de su cuerpo estuvo alerta a su más mínima respiración.

Al tercer paso que dio, Julieta salió corriendo, soltando su portafolio. Alguien o algo dentro de su cabeza le dijo que corra. Que estaba en peligro. Y corrió, no supo cómo, pero sus pies se movieron por milagrosa inercia. Disparó como un rayo. Con toda la adrenalina que le permitió su cuerpo. Miles de pensamientos la asaltaron en tres segundos, mientras intentaba esquivar árboles y ramas que su escasa visibilidad apenas vislumbraba.

¿Sería tan tonta para haberse adentrado al bosque sola, sabiendo que no había ningún tipo de seguridad? ¿Pensaba que Ariel iba a estar allí, a esa hora, cuando sabía de sobra que siempre se habían visto a plena luz del día? No había calculado el horario en su afán de encontrarlo costara lo que costara. Y había dejado que la tarde cayera sobre ella y sobre el bosque, encerrándola.

Con el corazón en la boca corrió sin detenerse, adentrándose más y más entre la espesura, donde nunca había andado, pero no lo pensó, sus piernas la llevaban a cualquier lado. Lo más alejado posible de eso. Podía escuchar tras ella los pasos . Como en el peor de sus sueños, cuando te corre alguien y te atrapan y gritas, pero Julieta no tenía voz.

De repente, cayó de bruces contra la humedad del suelo y el pasto reseco. La había atrapado por la pierna, rasgando sus medias de lycra del colegio. Entonces, soltó un aullido desgarrado, tratando de sacudirse y pateó la nada.

© Tardes de Olvido [En Librerías]Where stories live. Discover now