Capítulo 30: Princesas

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La torre de la mano ya no esa "su" torre

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La torre de la mano ya no esa "su" torre. Era mi hogar. Pero seguía oliendo a él. Seguía teniendo su color en las paredes, su elección de muebles en los que quién sabe qué cosas había hecho, sus despensas repletas de licor, sus cajones llenos de ropa "suya".

Pero yo había ganado. Y sin importar cuánto me tomara acabaría de hacer ese lugar mi templo y sacaría de su interior el recuerdo de aquel cerdo.

Con respecto a tener el apellido Circinus tenía sentimientos encontrados; tantos, que decidí que yo misma no lo usaría y que toleraría con semblante pétreo e inexpresivo, para que no llegara a calar dentro de mí, como si no lo oyera, cada vez que alguien lo usara para llamarme. Porque, por una parte, era el apellido de dos de mis personas favoritas: Ares y Leo; y al otro extremo le perteneció al cerdo que más había aborrecido.

Luego de haber escuchado el discurso del rey Lesath se me metió en la cabeza la historia de que hace miles de años atrás fue una mujer quien acabó con todo un reino de hombres. Pero me quedaban bastantes dudas. Además de atormentarme las obvias incógnitas del cómo y porqué, las verdaderas circunstancias por las cuales ese levantamiento fracasó y quién fue aquella insubordinada que causó tanto caos, mi principal interrogante era:¿habría sido realmente "una" mujer?

Eso no tenía sentido para mí, no luego de haber conocido a Delphini. El rey me dijo "Tú puedes hacer que este reino arda". Pero esa también era una de sus mentiras disfrazadas. Muy bonito llenarme la cabeza de aquel mensaje. De creérmelo, sería una mujer individualista que trataría de salvar el mundo por sus medios y solo con la compañía de su ego, y mi único fin posible sería el fracaso. Porque no olvidaba aquellas palabras de Madame Delphini: "Tú sola no puedes cambiar el mundo, pero puedes empezar por cambiar el tuyo". De ahí había una sola palabra que destacaba. "Sola". Desde mi perspectiva, esa era la clave. Una sola mujer no haría la diferencia, pero muchas podían hacer al reino temblar. Lo que sí creía es que debía existir una mujer que soltara la primera chispa y la dejara correr encendiendo una a una la inconformidad y fuera voluntad de todas las oprimidas hasta que juntas crearan el fuego más inmenso y abrasador que Aragog haya visto.

Ese día se me ocurrió apenas el selaje de un plan que después, con las nuevas circunstancias que estaban por surgir en mi vida, moldearía y perfeccionaría. Pero hasta entonces sólo era el germen de una idea, la semilla de un inmenso deseo.

Ese día me encerré en el cuarto de Ares, el cual me parecía mucho más cálido y seguro que cualquier otra parte de la casa, y ordené a todas mis Vendidas una misión, una misión de búsqueda en las bibliotecas y un posterior trabajo de lectura.

Pasé los primeros días encerrada buscando en libros de todas partes información sobre aquella mujer y el levantamiento que devastó Aragog antes de que los Scorp tomaran el poder, pero no conseguí nada al respecto ni en los libros de mitología, ni en los textos educativos ni en los cuentos para niños. Tenía la sospecha de que con un historiador podría informarme mejor, pero más fuerte era mi duda de que un hombre quisiera compartir detalles tan delicados conmigo. También se me había metido la idea de que los hombres del linaje Scorp debían saber muchísimo más sobre aquellos días de lo que contaban al reino, pero por desgracia no tenía muy buena relación con ninguno de ellos como para preguntar.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Where stories live. Discover now