Capítulo 8

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La ausencia de las flores hizo que Vero se diera cuenta de lo relativamente solitaria que era su vida

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La ausencia de las flores hizo que Vero se diera cuenta de lo relativamente solitaria que era su vida. Ver a clientes a diario y charlar con tanta gente nueva le daba la ilusión de que tenía una vida social amplia, sin embargo ahora que no podía atender clientes se encontraba agriamente sola la mayor parte del tiempo.

Tenía a Zoe, que sacaba algunas horas fuera del horario laboral para ser su amiga, tenía a una de las vecinas que con frecuencia viajaba y le pedía darle de comer a sus mascotas, y tenía un vecino adolescente dos pisos más abajo de su apartamento que a veces le pedía consejos de amores, asumiendo que Vero por ser mayor que él tenía todas las respuestas.

Pero, ¿aparte de eso? Nada. En sí no le molestaba la soledad y había aprendido a hacer lo que quisiera con o sin compañía pero había estado tan aislada todos esos días que dedujo que eran solo sus flores las que siempre le hacían compañía, las que no la dejaban sentirse sola. Las flores la llenaban por dentro y ahora sin ellas estaba vacía.

Nunca pensó que tendría una relación tóxica dependiente con sus flores, quién lo diría.

—Vaya, cuando dije lo de la adicción lo decía como técnica publicitaria, no en serio. —Escuchó la voz de Noah cerca, sacándola de sus divagues. Tardó dos segundos en enfocarlo y se sonrojó un poco—. Ahora me preocupas.

Vero también descubrió que sin el refugio de su florería y sin el deseo de estar en casa, sus pies andaban solos hacia Los pasteles de Noah; quizás porque allí al menos su estómago estaba contento. Todos los días llegaba a la misma mesa en una esquina a cualquier hora del día y se quedaba por una o dos horas, a veces más. Rara vez se cruzaba con Noah porque los clientes eran muchos y él permanecía ocupado, así que esa era en teoría la tercera o cuarta conversación que podían tener.

—Una dosis más y buscaré ayuda, lo juro —musitó Vero, medio en broma.

—Eso dicen todos.

—Si te hace sentir mejor, no tengo adicción con las gotas de maracuyá. Me he propuesto a probar algo diferente cada día hasta que me quede sin opciones. —Señaló el plato frente a ella—. Hoy es el turno del postre de nata.

—¿Y qué tal está?

—He engordado una talla pero acá me ves sonriendo con el postre, ¿tú qué crees?

—Puedo prohibirte la entrada si quieres, así no tendrás tentación.

—No funcionaría. Mandaría a alguien a que me compre postres. —Vero sonrió aunque el gesto no le llegó a los ojos. Desvió la mirada y notó que estaba prácticamente sola en el local y que ya era de noche—. Dios mío, ¿qué hora es? Ay, disculpa, ya vas a cerrar, me voy.

Empezó a tomar su bolso pero Noah elevó sus manos para detenerla; cuando Vero lo miró él hizo un sutil movimiento de su mentón señalando el otro lado del local. Ahí, en la mesa directamente diagonal, había un hombre mayor sentado. Al menos no era la última clienta, aunque Vero sí notó que la chica que atendía ya no estaba.

Las flores de Vero •TERMINADA•Where stories live. Discover now