Capítulo 10

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Vero se dio cuenta de que por más que se sentía cómoda hablando con Noah, no podía estar encima de él todo el día pues a diferencia de ella, él sí trabajaba por esos días; así que cerca de la hora del almuerzo agradeció la compañía y la charla y s...

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Vero se dio cuenta de que por más que se sentía cómoda hablando con Noah, no podía estar encima de él todo el día pues a diferencia de ella, él sí trabajaba por esos días; así que cerca de la hora del almuerzo agradeció la compañía y la charla y se marchó. Se fue a su casa porque incluso sintiéndose miserable allí, era mejor que la desnudez del local de lo que había sido su florería.

Vio con agrado que la mayoría de sus plantitas estaban más vivas que muertas aunque lucían como si una mala dueña hubiera dejado de regarlas por un par de días. Se dedicó durante un buen rato a ponerles agua de todas formas, a rociar sus hojitas y a hablarles como siempre hacía, solo porque era algo que nacía de ella. Luego intentó ocupar la mente en varias cosas: ordenó su habitación, lavó las líneas divisorias de las cerámicas de su cocina, le dio de comer a sus peces y sacó la basura. Cuando terminó, no eran ni las seis de la tarde y ya no sabía qué más hacer.

Se sentó en su sillón de nuevo y a preferencia de no encender nada que le trajera ruido, observó en silencio cómo el sol se ocultaba hasta sumir su sala en las penumbras. Suspiró, barajando las dos posibilidades de ir a comer de nuevo a la pastelería o solo irse a dormir temprano.

Pese a todas las buenas ideas —e intenciones— de Noah, no habían dado con la clave para hacerle saber a sus flores que la idea de meterse en medio de una relación estable la hacía sentir genuinamente mal y que su deseo de dejar ir a Henry ahora era más que puro, de modo que de momento estaba en el mismo limbo. Se dijo, sin embargo, que esa noche no iba a ser mala; había pasado ya varias entre el insomnio y la preocupación y todo el peso de esos problemas ya empezaba a pasarle factura, así que era mejor al menos por unas cuantas horas no pensar en que el fin del mundo estaba cerca.

Optó finalmente por el plan de acostarse a dormir temprano para recuperar el sueño, pero cuando se iba a colocar la pijama recibió una llamada de un número desconocido.

—¿Hola?

Hubo una corta pausa antes de la respuesta:

Hola, ¿hablo con... Verónica Salazar?

—Sí, con ella. ¿Quién habla?

Pues... no sé si me recuerdas, mi nombre es Montserrat, nos conocimos en la pastelería. Le vendiste flores a mi novio.

Vero escuchó y su cuerpo se puso en alerta aunque no distinguía si era una aceleración buena o una mala. Decidió no sacar conclusiones apresuradas e intentó sonar lo más tranquila posible.

—Sí, te recuerdo. ¿Cómo estás? ¿A qué se debe tu llamada? Temo decirte que si es por flores, en el momento estoy... en unas cortas vacaciones así que no tengo servicio.

No, no es por eso... la chica que me trajo las flores me dio tu tarjeta y... —Sonó una risa nerviosa y entonces Vero atisbó algo de malestar en su voz—, bueno, suena estúpido pero... iba a hacer algo... algo malo y entonces vi tu tarjeta y de inmediato pensé que podía llamarte... sé que es... —La voz del otro lado calló pese a que Vero estaba completamente concentrada en ella. Se escuchó un bufido y definitivamente Vero escuchó el resquicio de un llanto—. Ay, Dios mío, no sé qué estoy haciendo. Te pido mil disculpas por llamarte, no sé qué estaba pensando...

Las flores de Vero •TERMINADA•Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα