Al día siguiente, Rubén salió a caminar por la zona en la que se hallaba el bar, con la esperanza de ver al muchacho una vez más.
"Eso es estúpido, Rubén. Es de día, y de día no anda ni un alma por aquí." Pensó.
Pero cuando despertó, resacoso, le había parecido una idea brillante, incluso le había parecido que el chico estaría ahí, esperándolo.
Durante las siguientes noches, Rubén le insistió a sus amigos en ir a ese tipo de bares, aunque en cada ocasión que les decía ellos se reían y decían que ya había pegado con los bares gays.
Lo cierto es que no había pegado con aquellos bares, sino con la persona que había conocido en aquel bar. Una persona que no creyó volver a ver.
Hasta el fin de semana siguiente.
Rubén y sus amigos, Cheeto y Mario se dirigían a un local de arcade cercano, a jugar a esos juegos que jugaban antes del estallido tecnológico de las consolas.
La última vez que habían venido... Joder, Rubén no la recuerda.
La nostalgia lo golpea mientras se acerca a un viejo grupo de juegos de pelea.
Una figura masculina se apoyaba contra la máquina que contenía el juego favorito de Rubén.
–Disculpa. – Comenzó, aclarándose la garganta. – ¿Estás ocupándola?
–Eh, noh. –Dijo, y cuando Rubén lo miró, vio nuevamente al muchacho de aquella noche.
Parpadeó varias veces, no estaba seguro de que estuviera ahí realmente.
–Hey, ereh tuh de nueoh.
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Hoooola! sorpresa de madrugada.
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-Antonella <3
