Capítulo 2 - Herencia

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«Tres días antes del ataque a Shedet»

Los sacerdotes del templo de Per-Sobek no solían visitar los hogares de ciudadanos corrientes. Asistir a uno de aquellos rarísimos sucesos constituía un hecho insólito en las vidas de la mayoría de los habitantes, que creían justificado abandonar por un tiempo sus tareas cotidianas para no perderse ningún detalle. En otras palabras, constituía una excusa ideal para cotillear.

A ello se entregaron varios vecinos de la familia que acababa de despedir al infortunado Pentaur nada más ver cómo un hombre —ataviado con una saya de lino blanco y calzando unas sandalias de palmera trenzada teñidas del mismo color—, se detenía al pie de la escalera de adobe que daba acceso a la casa.

El sacerdote se hacía acompañar de otros dos hombres —asistentes del templo, sin duda—, que vestían sencillas shenti —faldillas, en este caso de lino, arrolladas a la cintura y sujetas con un cinturón del mismo material— de color canela. Se situaban a espaldas del sacerdote y, mientras uno de ellos sostenía con cuidado un hatillo de escaso volumen, el otro cargaba un saco bastante más pesado.

No necesitaron anunciarse, pues Nesyamón terminaba en ese momento de limpiar polvo acumulado en los últimos escalones y los vio llegar. Los curiosos observaron con interés el breve intercambio de palabras que se produjo entre la hija de Pentaur y el sacerdote. Poco después vieron cómo la mujer lo invitaba a entrar en la casa. Una vecina iba preguntando uno a uno por si alguien sabía a qué podía deberse la visita, pero nadie parecía conocer la respuesta. Los menos curiosos se encogían de hombros y regresaban a sus quehaceres.

Ya en el interior, Nesyamón hizo pasar al sacerdote y a los hombres que lo acompañaban más allá del vestíbulo, hasta un patio abierto que proporcionaba luz natural a las dos habitaciones situadas en uno de sus laterales. Luego le hizo saber a Ka-aper —como tal se había presentado en la calle— que, si buscaba a su marido, Dyer, no estaba.

—No te preocupes, Nesyamón —el sacerdote acompañó sus palabras con una mano alzada—, mi visita, aparte de breve dadas las dolorosas circunstancias, no guarda relación directa con tu esposo.

La mujer mostró su asombro, pues no acertaba a imaginar qué podía querer de ella el templo de Per-Sobek. El sacerdote leyó la incertidumbre en su mirada como si se tratara de un papiro recién escrito.

—Antes de exponer el motivo de mi visita, déjame ofrecerte mis más profundas condolencias por la pérdida que tu esposo, tu hijo y, sobre todo, tú, habéis sufrido. Y permíteme expresar mi deseo de que Pentaur, tu padre, se encuentre ahora disfrutando de una vida mejor, de la cual se hizo merecedor.

Nesyamón agradeció al sacerdote sus palabras y, en virtud de las normas de hospitalidad, le ofreció unos dátiles y una copa de shedeh, pero el hombre rechazó el ofrecimiento con una disculpa.

—Me encantaría, pero actúo conforme a las instrucciones del templo y he de atender sin demora otros asuntos oficiales. Quizá en otra ocasión, y más feliz, espero.

La mujer asintió, comprensiva, y entonces Ka-aper hizo un gesto a uno de sus ayudantes, que se adelantó para depositar frente a Nesyamón el voluminoso fardo que cargaba.

—Yo sí te ruego, en cambio, que aceptes este humilde obsequio en nombre de todos los sacerdotes del templo de Per-Sobek.

—Yo... No sé qué decir —acertó a musitar la mujer tras realizar una somera inspección del contenido del voluminoso saco, dentro del cual pudo distinguir una buena variedad de alimentos, como guisantes, cebollas, varios panes de distintos tamaños y hasta un par de ánforas de las que se empleaban para guardar cerveza.

—No son necesarias palabras de agradecimiento. Ese sentimiento, aunque te pueda sorprender, nos corresponde a nosotros —explicó Ka-aper sin disimular el sentido críptico de sus palabras. Y, tras una breve pausa, añadió algo más—. Pero aún falta por completar la segunda parte de mi cometido. Permíteme, Nesyamón, que pregunte por tu hijo. ¿Se encuentra aquí ahora? ¿Podría, en tal caso, hablar con él?

El rostro de Nesyamón consiguió expresar la acentuación de su asombro al descubrir no solo la estrecha —y desconocida para ella hasta ese momento— relación que Pentaur parecía haber mantenido con los sacerdotes de Per-Sobek, sino que estos supieran de la existencia de Najt. Y no solo eso, sino que ahora quisieran ponerse en contacto con él. No se consideraba una mujer temerosa, pero no pudo evitar sentir cierto recelo.

—No me imagino qué pueden querer de mi hijo los sacerdotes del templo. Si es algo que él ha hecho...

—En absoluto —la interrumpió Ka-aper con delicadeza—, puedes estar tranquila. Y, si tienes la bondad de llamar a Najt, todo quedará aclarado de manera satisfactoria.

Nesyamón, aún confusa por la inesperada petición del sacerdote, se asomó al acceso que comunicaba con una de las habitaciones. El muchacho se hallaba de pie y con la mirada perdida mientras sostenía entre sus manos un precioso escarabeo de lapislázuli que había pertenecido a Pentaur y ahora era de su madre.

—Najt, hijo mío, un sacerdote de Per-Sobek pregunta por ti.

Tras un primer momento de sobresalto, el rostro del joven mostró el mismo estupor que su madre solo un rato antes, pero no dijo nada y salió.

De vuelta con sus insólitos visitantes, Nesyamón se encargó de las presentaciones. Ka-aper expresó una vez más sus condolencias, que el joven aceptó con un breve asentimiento. La mujer notaba incómodo a Najt, pero no se le ocurría ninguna razón para impedir el encuentro.

El sacerdote debió también darse cuenta, pues trató de tranquilizarlos afirmando que les quitaría muy poco tiempo.

—Bien —siguió Ka-aper—, mi tarea es sencilla y delicada a la vez. Soy consciente de que Pentaur ocultaba algún secreto a su familia, pero no es responsabilidad mía ni de mis hermanos juzgar dichos actos.

El sacerdote hizo una pausa, y al ver que contaba con toda la atención de madre e hijo, continuó.

—Poco antes del inicio de la antepenúltima cosecha, Pentaur acudió al templo de Per-Sobek y nos hizo entrega de dos objetos que debíamos custodiar hasta que él abandonara esta tierra para iniciar su último viaje.

»También dejó muy claro, y así lo hizo constar en presencia de un escriba, que se trataba de la herencia indivisible de su nieto Najt, hijo de Nesyamón, al cual le sería entregada en persona.

Ka-aper, concluida su explicación, se giró hacia uno de sus asistentes, que avanzó hacia él sosteniendo el hatillo. El sacerdote lo recogió, se dio la vuelta y se situó frente a Najt.

—En nombre de los sacerdotes de Per-Sobek, y en cumplimiento de nuestro compromiso con Pentaur, yo, Ka-aper, te hago entrega de tu herencia.

Najt extendió las manos con inseguridad para acoger el misterioso hatillo de lino, y miró a su madre. Ella asintió para reconfortarlo. Pero, antes de que cualquiera de ellos hiciera intención de abrir el paquete, el sacerdote habló por última vez.

—Nuestra tarea ha concluido aquí. Quedad en paz.

Sin esperar respuesta, Ka-aper dio media vuelta y abandonó el patio en dirección a la calle seguido de sus asistentes.

Una vez solos, Nesyamón y Najt deshicieron el hatillo para examinar su contenido. Uno de los objetos era un papiro sellado con cera. Pero fue el otro el que acaparó la atención de ambos, pues se trataba de un collar muy antiguo y de factura desconocida para Nesyamón, aunque dijo estar segura de que no era kemita.

Najt perdió de repente el escaso interés que había mostrado por la inesperada herencia. Ante la preocupada mirada de Nesyamón, regresó en silencio a su habitación. El papiro —sin abrir— y el collar acabaron en una esquina, mientras el joven se entregaba al duelo por la muerte de Pentaur.

Se había dado cuenta de que ya no quería objetos que le hicieran evocar a su abuelo, porque lo que le recordaban, en realidad, era que ya no estaba. En lugar de conformarse con meros recuerdos, prefería olvidar.

Última noche en la Tierra (PAUSADA)Where stories live. Discover now