Capítulo 33

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NOAH

Sabía que había sido una estúpida al haberme descuidado de aquella manera. Las cosas se habían desmadrado y se me habían acumulado demasiadas a la vez. Lo de Nick, lo de la carta, la dichosa caída, todo había podido conmigo. Estar con Nicholas solo me había acarreado problemas y sufrimiento, más sufrimiento del que ya sentía, y comprendí que iba a tener que dejarle ir, yo no le convenía, ni él a mí tampoco. A pesar de que me dolía de una forma desgarradora pensar que no iba a poder tenerle para mí, com- prendí que era lo correcto, era lo adecuado si quería construir una nueva vida en aquel lugar, si quería encajar en aquella ciudad y recomponer los cachitos de mi corazón que se habían ido rompiendo a lo largo de mi vida.

Así que me levanté de la cama dispuesta a dejar todo lo malo atrás. Había quedado con Jenna esa misma tarde para ir de compras; solo faltaba un día para que empezaran las clases, y aunque estaba nerviosa y asustada me alegraba dejar atrás el verano, quería empezar de nuevo, hacer las cosas mejor y recuperar mi antiguo yo.

Gracias a Dios, Jenna era del tipo de persona que te absorbía cuando estabas con ella por lo que pude distraerme e intentar concentrarme en que el día siguiente sería mi primer día en el St. Mary. Según Jenna era un colegio elitista, y dentro podías encontrarte todo tipo de personas, todas ellas con algo en común, claro: estaban forradísimas. No sabía qué iba a hacer para poder encajar pero cuando me quise dar cuenta eran las siete de la mañana y el despertador sonaba para darme la bienvenida a mi primer día de instituto.

El uniforme ya arreglado para ajustarlo a mis medidas reposaba sobre la silla de mi escritorio y cuando salí del baño y comencé a vestirme aún con la penumbra del amanecer no pude evitar sentirme como una completa extraña. Por lo menos, me habían acortado la falda, que ahora quedaba unos cinco dedos por encima de mis rodillas y la camisa ya no me estaba inmensa, sino que se me ajustaba en las partes adecuadas. Me puse los zapatos negros y me observé en el espejo. Dios mío, qué horror, y es que en- cima tenía que ser verde, verde moho. El único problema que había era que no tenía ni idea de cómo hacerme el nudo de la corbata. La cogí a la vez que cogía mi bolso y salí de la habitación con esos nervios que tiene uno el primer día de colegio; solo que lo normal es sentirlos cuando se tienen seis años y no diecisiete.

En la cocina estaba mi madre, ya vestida pero con cara de dormida y una taza de café en sus manos, y sentado frente a la isla estaba Nicholas. Desde que había regresado del hospital apenas lo había visto, solo una vez que entró para ver cómo estaba, pero me hice la dormida. Llevábamos, pues, tres días sin hablarnos, aunque según mi madre ni siquiera había pa- sado la noche en casa. No pude evitar detenerme en la puerta un momento antes de tener el coraje necesario de mirarlo a la cara otra vez. Tenía el pelo despeinado pero estaba vestido como a mí me encantaba: con vaqueros y una camiseta no muy ajustada de color negro. Suspiré internamente antes de que mi mente recordara todo lo que había ocurrido.

Sus ojos me recorrieron de arriba abajo y sentí vergüenza de que me viera con aquellas ridículas prendas. Pero para mi sorpresa no se rio ni hizo ningún tipo de comentario, sino que simplemente me observó unos instantes, para luego posar su vista de nuevo en el periódico. Me volví hacia mi madre.

—No tengo ni idea de cómo se pone esta cosa ridícula, necesito que me ayudes —le dije siendo claramente consciente de lo dura que había sonado mi voz.

Culpa mía © (1)Where stories live. Discover now