EL ORBE, EL GUARDIAN Y LA NOCHE PERPETÚA

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Habían pasado dos semanas desde que una segunda luna apareciera surcando los cielos de la tierra del amanecer.

Desde aquel día, el guardián del Orbe crepuscular no había vuelto a ver el despuntar del alba. Un velo negro se extendía por todo el Camino de Jade hasta fundirse con las siluetas de las montañas al norte y con las ruinas de la foftaleza Milonica al sur.

Si Aldous no llevase casi un siglo resguardando el Orbe, jamás se hubiera dado cuenta de que la enorme gema bajo su cuidado había empezado a vibrar minutos antes de que la noche cayera sobre el día. Como si reaccionara a la presencia de alguien o lo previniera de algo. El problema es que Aldous no entendía de qué.

El Orbe Crepuscular no era únicamente un pedazo de piedra flotante. Él poseía vida o conciencia o algo parecido, que lo dotaba de un lenguaje propio. Su comportamiento muchas veces dependía de las estaciones del año; pero también de los eventos que se desarrollarán a su alrededor. Como el canto que emitió cuando se ganó la guerra contra el abismo oscuro o el río de lágrimas que derramó tras la destrucción de Milos.

-Maldita bestia miserable, ojalá te dé sarna y se te suban las garrapatas. En buen momento fuiste a largarte -refunfuñaba Aldous paseándose en la penumbra con una antorcha. Frustrado por la ausencia de Minotauro, la antigua criatura que antes había protegido el orbe y que se había exiliado luego de tratar de robarlo.

Aquél error había desencadenado la destrucción de una civilización entera. Un hecho imperdonable si mal no recordaba. Sin embargo, en un momento como ese estaba dispuesto a contener sus ansias por ponerle las manos encima, si con eso podía descifrar a qué se debían las vibraciones de la gema o si éstas tenían relación con la noche perpetua.

En toda la Tierra del Amanecer no quedaba nadie capaz de interpretar las señales del Orbe Crepuscular más que Minotauro. Eso suponiendo que siguiera con vida. Y más le valía que así fuera o Aldous sería capaz de entrar en el inframundo y traer su alma a rastras.

Soltando un lánguido suspiro el guardian se dirigía a tomar su lugar junto al orbe, hastiado de ver el mismo panorama vacío. Negro sobre negro. Cuando al subir las escaleras de la torre norte, una sacudida la hizo tambalear peligrosamente.

- ¿Un terremoto? -se dijo Aldous extrañado mientras intentaba continuar su ascenso apoyándose en las paredes.

En el camino de Jade jamás temblaba. Decían que el poder del orbe protegía los alrededores de las fuerzas de la naturaleza, pero al parecer eso acababa de cambiar.

Una nueva sacudida lo hizo trastavillar y soltar la antorcha, esta cayó al suelo y rodó un par de escalones abajo. Aldous tuvo que esquivarla para que no fuera a prenderle en llamas la capa con la que cubría la mitad de su cuerpo desfigurado por las cicatrices. La siguió con la mirada hasta que sintió que el escalón bajo sus pies comenzaba a resquebrajarse. Por mero reflejo subió la escalera. Saltando los peldaños de dos en dos y cuando entendió que la torre se vendría abajo se envolvió en su capa, apretó el puño de su brazo derecho, una enorme masa deforme recubierta por una coraza carbonizada, y en una acumulación de poder pegó un salto que lo proyectó por los aires dejando tras de sí lenguas de fuego. Su cuerpo atravesó los pisos de la torre como si fueran de papel, uno por uno cedían ante el impacto hasta de que, al llegar a la cima su cuerpo apareció de nuevo entre la tela de su capa.

Aldous corrió hacia el orbe sintiendo el suelo cimbrarse a cada zancada que daba. Lo tomó con su mano izquierda y se abalanzó contra el muro más cercano en donde abrió un boquete con su brazo sobrenatural. Ráfagas de viento y nubes de polvo se colaron en la estancia. Aquello tenía mala pinta. Aldous iba a dejarse caer pero no lo hizo, algo parecido a un sexto sentido le gritó que no lo hiciera y fue una suerte que lo escuchara.

Cuando las dos lunas iluminaron los alrededores que rodeaban la torre norte y las nubes de polvo se vieron arrastradas por el viento. Aldous se percató de que donde había estado el patio no quedaba más que un socavón lleno de agua lodosa, casi borboteante. Con eso en mente Aldous supo que a la torre no le quedaban más que unos cuantos segundos. No podía perder más tiempo. Clavó la vista más allá de la espesa oscuridad y se topó con las ruinas de la fortaleza Milonica. Ése sería el próximo lugar de descanso del Orbe Crepuscular.

Se envolvió en su capa por segunda vez y salió disparado por el boquete con la enorme gema protegida bajo su brazo. Un segundo después la torre se desplomó. Su extraña figura cruzaba el cielo nocturno como una llameante bola de fuego y mientras lo hacía también iba planeando su itinerario de viaje.

Volar de esa manera requería demasiado maná y debido al orbe que llevaba a cuestas era impensable quedarse sin maná si se veía en la necesidad de pelear. Preocupado por su situación se propuso viajar en intervalos de quince minutos, eso le permitiría llegar a la fortaleza en tres o cuatro días y una vez ahí podría descansar a sus anchas. Suponiendo que ese fuera un lugar seguro.

Todas aquellas meditaciones tenían tan ocupada la mente del guardián que no se percató de lo que ocurría en tierra firme.

El bosque del Camino de Jade se sacudía. Las raíces de los árboles se abrían paso entre los yacimientos de minerales mientras la tierra abría la boca para tragarselos. Pequeñas bolutas de polvo asomaban entre sus copas temblorosas. De entre la tierra empezaron a surgir flashazos de luz violácea.

Algo no andaba bien. Y Aldous no lo vio venir hasta que ya fue muy tarde.

Aldous sujetó con firmeza el Orbe Crepuscular y envolviéndose en su capa salió proyectado de la torre justo en el momento en que ésta se venía abajo. Escuchó el estruendo de la torre al caer sobre sus cimientos y terminar chapoteando en el socavón. A su alrededor se había formado una nube de polvo grisácea que casi se lo traga, pero de la que logró salir con facilidad. No miró atrás. La Torre del Norte había sido el hogar por casi cien años del Orbe Crepuscular y que ahora el destino de ambos se viera más incierto que antes le enmarañaba los nervios. Aun así siguió surcando los cielos, eternamente nocturnos, albergando la esperanza de que la Fortaleza Milonica fuese un lugar adecuado para la gema que viajaba con él.

No habían mucho tiempo cuando llegó a la Barranca del Colmillo. Un lugar en cuyo fondo habían perdido la vida miles de personas y criaturas mágicas. Pobres desgraciados que terminaron ensartados en los miles de cuarzos que sobresalían del suelo cómo si fueran las fauces de un monstruo gigante. De ahí su nombre. A Aldous no le gustaba ni pronunciarlo pues los lugareños tenían la superstición de que todo lo relacionado con él atraía la mala suerte.

Quizás no estaban tan equivocados...

Nada más atravesarlo, la luz de ambas lunas se reflejó en los cristales dando la apariencia de un mar embravecido. Aldous no pudo evitar mirarlo desde las alturas, con cierto grado de desconfianza, sólo para descubrir lo que no vio antes.

La tierra se estaba abriendo y como si reclamara lo que era suyo, arrastraba hacia su interior los cristales de la superficie. Por entre las grietas, Aldous vio asomar haces de luz violeta que siseaban con más fuerza cada vez.

- ¡Maldita sea, esa cosa va a explotar! -se dijo con sus alarmas internas chillando. Por reflejo apretó contra su pecho desnudo el Orbe Crepuscular y aumento su velocidad sin importarle el consumo de maná.

De repente, debajo de él, la tierra rugió y una nube de polvo lo alcanzó proyectando restos de piedra y cristales que le machacaron el cuerpo y arañaron su piel. Pero el guardián no se detuvo. Pese a todo se obligó a soportar el dolor. Lo único que importaba era que el orbe estuviera a salvo. Sin embargo, cuando todo parecía haber pasado Aldous sintió el dolor más terrible que hubiese sentido jamás morderle la pierna izquierda e irradiarsele por todo el cuerpo.

Algo parecido a una quemadura. Un dolor ardoso lo recorrió de pies a cabeza y sacudió sus huesos. Hasta los dientes le había hecho apretar. Luego su visión se hizo borrosa. Sintió cómo su conciencia lo abandonaba. Lucho por recuperar el control pero no lo logró. Solo pudo enroscarse alrededor del orbe antes de estrellarse contra el suelo. Antes de perder el conocimiento, Aldous vio los relámpagos violetas que surgían del suelo como las raíces de un árbol y entendió que un rayo lo había alcanzado.

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