EL TEMPLO DE LA LUNA

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Se decía que el Templo de la Luna resplandecía con luz propia, que sus muros eran de oro blanco y sus techos de circonias; que la luna brillaba sobre él tanto de día como de noche y que sus habitantes, los elfos de la luna jamás morían. Pero esos sólo eran rumores y ninguno verdadero.

En realidad el templo había sido un regalo de la diosa de la Luna, Gavana, cuyos muros de piedra ciclopea absorbían la energía de la luz para mantener alejada la oscuridad de los corazones de los elfos. Tampoco era cierto que ellos fueran inmortales. Por triste que fuese, más tarde que temprano, la muerte también los alcanzaba.

Sin embargo, se dice que en algún momento dos lunas brillaron durante la noche y después de eso, el sol no volvió a levantarse…

Desde aquel instante ningún elfo se atrevía a abandonar la corte de la luz. Pues todos sentían que algo maligno. Que no era ni humano, ni orco, ni hada. Merodeaba por los alrededores. 

Aquella noche se completaba la segunda semana en que el día no había vuelto a despuntar. Aunque Miya ya no estaba tan segura. Su noción del tiempo se había reducido a los momentos que pasaba haciendo oración en el templo. Pero nada cambiaba. La diosa de la luna mantenía su gélido silencio. Aquello ya había pasado una vez, y si Miya no recordaba mal, significaba malos augurios.

Asustada, atravesó como un vendaval la puerta del gran salón del trono. Un lugar de altísimos techos abovedados,  sostenidos por gruesos pilares que emitían una tenue luz blanca. En el suelo crecían espesos manojos de hierba fresca, flores que parecían de cristal y hongos que despedían un extraño olor a sándalo.

El rey Estes la había escuchado mucho antes de que su hermana menor apareciera por la puerta con su larga túnica blanca, símbolo de pureza y de su estatus sagrado, ondulando al compás de su andar. Sus pasos presurosos resonaban anunciando su llegada. Ella lo encontró sentado con la barbilla apoyada sobre la palma de una mano. Parecía meditanbundo y como perdido en sus pensamientos. Sus largos cabellos se escurrian por sus hombros como una cascada de plata. 

Los dos hermanos podrían haber pasado por gemelos. Ambos poseían la misma gracia y belleza de su raza. Facciones delicadas y bien proporcionadas. Largas y espesas cabelleras plateadas, capacidades sobrehumanas y una vida que se extendía por siglos. Todos los descendientes de Gavana compartían esos rasgos; no obstante, Estes y su hermana se encontraban en el pináculo de la sociedad elfica y eso significaba una pureza de sangre absoluta y el derecho de nacimiento para ocupar el  trono.

Cuando Miya se encontró al pie del altar le hizo una reverencia a su hermano que él indicó era innecesaria estando privado. 

—Hermano, he pasado cuatro días orando y sigo obteniendo su silencio—dijo Miya con la angustia aferrada a su juvenil rostro —. La diosa de la luna parece que se rehusa a hablar conmigo otra vez aunque soy una de sus sacerdotisas principales. No sé que hacer. Esto ya ha pasado antes.

La primera vez que el abismo se levantó en armas, la diosa de la luna mantuvo el mismo silencio sepulcral con Miya y el resto de las sacerdotisas como un castigo a su falta de fe. Un castigo que acarreó desgracia y muerte para la patria de los Elfos

No obstante había algo diferente en esta ocasión, el rey elfo lo sabía. 

—No creo que su silencio se deba a una falta tuya, querida hermana —dijo Estes poniéndose de pie para después bajar los escalones. Aquella noche el rey elfo lucía la vestimenta oficial de los druidas del templo. Una armadura dorada con detalles azules en la que descansaba una magnifica esmeralda. La gema que lo identificaba como el legítimo soberano del bosque de Azrya. Al encontrarse frente a Miya posó una mano en su hombro. Confortandola —. He consultado a los druidas de la corte en la asamblea de hoy. Expuse algunas inquietudes acerca de la oscuridad que se cierne sobre nuestra nación…

De repente, Estes guardó silencio. Parecía estar eligiendo sus palabras con cuidado

Miya lo miró expectante. — ¿Y llegaron a una conclusion? —preguntó urgiendolo a responder.

Estes la observo en silencio con un dedo tocándose los labios. De repente el recuerdo de su madre lo asaltó al verla reflejada en su hermana. Se parecían tanto que hasta miedo le daba. No quería ni imaginar que por ese parentesco y por su dedicación a la diosa ambas terminaran compartiendo el mismo destino. No obstante, se obligó a desechar ese pensamiento al recordar el presente que enfrentaban. Así que mantuvo la expresión de su rostro tan pétrea que por un instante parecía una máscara de porcelana.

—Hermana, ¿has visto las estrellas últimamente?

Miya, confusa y avergonzada, negó con un suave movimiento de cabeza igual que si fuese pillada en falta. Su deber como sacerdotisa no se limitaba  a rezar en el templo todo el día, también debía estar pendiente de cualquier manifestación del cosmos. Pero debido a que la diosa no le ofrecía una respuesta Miya se dedicó únicamente  a suplicar a Gavana su intervención. 

Estes notó de inmediato la incomodidad de Miya y decidió pasarlo por alto.

—Hace poco tiempo, mientras miraba el cielo, noté que en él no había una sola estrella —continuó —. Algo que es absolutamente anormal. No existe lugar bajo el firmamento que no sea velado por las estrellas y menos aún tratándose del Templo de la Luna.

El bosque de Azrya era un lugar bendecido por la diosa Gavana. Y según contaban las antiguas canciones, el templo de la luna había sido construído exactamente bajo Polaris. La estrella más importante del firmamento. Señalaba el norte, atraía la buena suerte y aquel elfo de alta cuna que naciera bajo su auspicio heredaba el trono, como Estes podía confirmar.

— ¿Polaris no se ve?

Ahora fue Estes quien negó con la cabeza.

Miya se cubrió los labios con la mano. En su rostro se reflejaba el temor.

—Hermano, ¿cómo es posible eso? Esa estrella jamás a estado oculta para el templo de la Luna.

—No lo sé, pero los druidas y yo coincidímos en que es como si hubieran cubierto el templo de la Luna con un manto.

— Cómo si quisieran aislarnos.

—Es por eso que voy a enviar a un escuadrón para exploración. Necesitamos ver hasta donde se extiende la oscuridad e investigar que es lo que la causó y si tiene que ver con el abismo…

—Prepararnos para lo peor —completó Miya.

—Así es. 

Entonces los dos hermanos levantaron la vista hacia el techo abovedado de la sala y sobre sus cabezas vieron la pintura en donde se plasmaban las profecías del imperio elfo.

La gran guerra contra los orcos y la victoria contra el abismo estaban plasmados ahí… pero también lo estaban las Dos Ciudades y el Gran Sacrificio…

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⏰ Last updated: Aug 03, 2021 ⏰

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